martes, 28 de diciembre de 2010

Bienvenidos todos al abismo

Desalojo mi yo externo que me enmascara, actuando día a día para mantener una apariencia banal, y penetro en los abismos de la razón interior.
Me sentencio con la necesidad de actuar ante un mundo vacío de bondad y empatía; pero repleto de egoísmo y violencia.
¡Asignatura pendiente digna de potenciar es la empatía!
No poner la otra mejilla, pero comprender lo que le mueve a abofetearme poniéndome en su lugar; no abofetear su otra mejilla, pero sentir el impacto en la mejilla de la persona que abofeteo.

Seres de todas las épocas lucharon por encontrar utopías de sociedad. Imposibles de encontrar ante la necesidad de mantener aquel que las hace todas imperfectas:
“El ser humano”.
Bienvenidos todos al abismo, ante él y sobre todo tras él, solo se puede encontrar conformismo y necesidad de ser feliz, con el convencimiento de vivir un presente, y rechazando un futuro irreal e imperfecto.

Tartessus Baobab

sábado, 11 de diciembre de 2010

DESIERTO INFINITO

Líneas paralelas que avanzan
a través de la luz
de un desierto infinito.

Todo el ocaso de la noche
se refleja en las arenas.
Todo el frío de las estrellas
hiela la sangre en mis venas.

La ilusión se amordaza
al alba de negritud
de un océano proscrito.

El aire mortecino,
la lúgubre estancia,
el ritmo cansino...
La emoción echa anclas.

El desierto, con su eterna danza
hace bailar al corcel temeroso
y a su jinete malherido.

Lineas paralelas,
ocaso que amordaza
la emoción del mañana.

Desierto infinito,
luz que amenaza.


* Masmoc Utopía.

sábado, 23 de octubre de 2010

Surcando los mares

Aún se me eriza la piel cuando recuerdo aquel día. Pudo empezar de cualquier forma, incluso no se bien como llegamos, solo tengo imágenes desde el instante en el que abordábamos la embarcación desde un pequeño pantalán.
El patrón, mi padre, nos situó para que el viaje fuese lo mas agradable posible, y no sufriéramos ningún percance grave con el vaivén de las olas.
Luisa, mi vecina, nos acompañaba aquel día, y su retrato aún se mantiene en la retina de mis ojos, con un cabello negro y liso que mesaba una brisa marinera. Una imagen perdura en mí, inerte justo delante de nosotros se transformó en el mascarón de proa más bello que ningún navío tuvo nunca.
Unos nervios rebosantes de ilusión me hacían moverme más de lo apropiado y sufría diversos tipos de advertencia por parte de mis padres.
Recorrimos sitios fabulosos, puertos que yo imaginaba llenos de piratas, creía ver ciudades llenas de encanto y monumentos increíbles que jamás volvería a visitar, pasamos por puentes que sobre nosotros albergaban seres que parecían apuntarnos con sus armas.
Todo aquel viaje fue capitaneado por un padre que demostraba marinería en cada viraje, mientras yo desde la popa, donde me habían situado, gritaba a los cuatro vientos:
¡A estribor gira a estribor grumete que nos atacan!
Como todo momento que nos toca vivir, este también llega a su fin, y envuelto en la magia del viaje no me doy cuenta hasta que ya ha terminado.
Ya voy por el camino de tierra que linda el muelle, y un último recuerdo me quiero llevar de aquel día. Me vuelvo mientras aprieto con fuerza sobre mi pecho un sobre de papel donde todo un ejercito de soldaditos de plástico se apretujan unos contra otros, soldaditos que poco antes de mi viaje me había comprado mi padre, y veo unas barquitas que se despiden de mi junto a ese lugar tan maravilloso que Aníbal González fraguara para el disfrute de un niño como yo.

Tartessus Baobab

martes, 19 de octubre de 2010

PARTIDITO



Me tomo el pan con mantequilla y el vaso de leche, con ganas de terminar ya la merienda. Me separan unos minutos para salir a la calle y encontrarme con los amigos para jugar al fútbol. Las clases de la tarde, hoy han sido especialmente pesadas en el colegio Santas Justa y Rufina. La pelota parece mirarme desde un rincón de la cocina, como diciéndome que ha llegado el momento de salir pitando a la calle. Entonces, me levanto de la silla, dejo el vaso vacío en el fregadero y, caminando hacia la sonriente pelota, le digo a mi madre que salgo fuera un rato antes de hacer los deberes. A esta hora de la tarde incluso en la segunda cadena de la tele emiten programas, y eso juega a mi favor, por lo que solamente oigo el sonido del telefunken como despedida.
Mis amigos me ven llegar con la pelota bajo el brazo y algunos saltan y corren hacia mí. Lorencito camina detrás de ellos dando palmas y repitiendo a voz en grito “partidito, partidito…”. Les pregunto que quién echa pie conmigo para elegir equipos, a lo que Félix responde “pie entero, quepa o no quepa, las medias pa las mujeres” y se sitúa frente a mí, sonriente. Comenzamos a elegir jugadores. Mi amigo, y compañero de clase, Beja ha podido venir con su amigo Carlete. Mis amigos de la calle no saben lo bien que retiene el balón y los malabarismos que hace; lo elijo sin dificultad diciéndole “Beja, ya sabes, a hacer paredes igual que en el recreo del cole”.
En la carretera hemos colocado las dos piedras a modo de postes de portería de fútbol, midiendo antes la distancia similar en pasos. Hoy tenemos tres coches aparcados al lado de los adoquines, a los que también habrá que driblar, al igual que a los árboles de las dos aceras. Seguimos la regla no escrita por las que si viene un coche o una moto se para el juego, reanudándose cuando pase; si personas mayores entran en nuestro terreno de juego detenemos de igual modo el partido hasta que salgan de la zona. Comentamos que debemos tener cuidado con que la pelota no caiga en el balcón de la casa de en frente porque no volveríamos a verla. Monti avisa del peligro de que la pelota entre en el patio donde la Sara descansa tras las rejas, estirada en el suelo con sus cuatro patas, su hocico negro y su pelaje canela y azabache. Da miedo.
Comienza el partidito. Lorencito, cuando juega, es un fijo en mi equipo para la portería. Beja y yo hacemos varias jugadas con paredes cortas que desorientan al equipo contrario. Nos distanciamos en el marcador, ya vamos 5 a 2 a favor. Monti es muy veloz en carrera y aprovecha dos buenos pases para anotar dos goles más. Lo malo es que en el último de ellos se pegó un trancazo con un árbol y, al sangrar por la nariz, tuvo que retirarse, quedándonos con un jugador menos.
Joaqui, que es más listo que el hambre, aprovecha la situación. Se coloca en la defensa y cada vez que un ataque nuestro sale fuera de gol, Rogelio, el portero de su equipo,  le pasa rápidamente el balón y Joaqui lanza un puntapié a Leo, que espera pacientemente para quedarse solo ante Lorencito y este poco puede hacer para evitar varios goles. Claro que aquí no existe la regla del Fuera de juego.
Ahora, en mi calle, no existe otro mundo más que la pelota, los amigos, driblar, defender, correr, atacar y luchar por ganar el partidito. Para mí, no hay nada más allá del sentido de equipo junto con el esfuerzo con los demás, la armonía y el desarrollo del juego.
Tras un largo rato de juego, la distancia del resultado se ha reducido hasta el 7 a 6 a nuestro favor. Algunas madres ya se han asomado a la puerta para avisarnos de que ha llegado la hora de recogerse. En ese momento Juani pega un potente chupinazo que se colaba en nuestra portería, cuando me tiro al suelo y despejo el balón con la mano, no sin antes patinar por el asfalto con mis rodillas. “Penalti, Penalti,…” grita Javier, cerca de la jugada, mientras observo el color rojizo que comienza a cubrir mis piernas. No hay duda, es penalti.
Acordamos que la última jugada será el lanzamiento del penalti. Tendrán una posibilidad de empatar o ganaremos nosotros el partidito. Algunos de mi equipo comentan que debería ponerse otro portero más fiable para la jugada decisiva pero la mayoría no aceptamos eso. Beja me pregunta cómo estoy después de ver que la sangre llega ya a mis zapatos gorila. Le digo que estoy bien, que Monti está más chungo que yo porque todavía está cubriéndose la nariz con un pañuelo.
La noche ha caído, y escasas farolas iluminan débilmente la última escena del encuentro. Oímos el característico silbido llamando a retirada del padre de Juani y Joaqui desde la esquina de la calle con Santuario de las Cabezas. Mi madre se asoma a la puerta de casa y me lanza un ultimatum para que vuelva ya, pero yo sigo apurando los minutos finales. Joaqui, sonriendo, pone el balón en el punto de penalti imaginario, a siete pasos de la portería. Lorencito se coloca en el centro del marco, da una palmada y le dice que dispare cuando quiera. Joaqui inicia la carrera y le pega con potencia un punterazo a la pelota, yendo esta rasera y esquinada en dirección clara de gol.
Todos permanecemos en silencio presenciando la jugada. Y aquí es cuando nos sorprende Lorencito, lanzándose al suelo, haciendo chirriar el metal del aparato ortopédico que acompaña a su pierna al chocar con el asfalto de la carretera, logrando despejar la pelota con su zapato especial de suela gruesa. Impresionante.
Javier ayuda a levantarse a Lorencito del suelo y todos los de mi equipo saltamos y gritamos de alegría abrazando a nuestro héroe del partido, que sólo sabe reír nerviosamente mirándonos a todos con su rostro pleno de emoción.
Gran partidito.
La mayoría nos vamos retirando al tiempo que comentamos algunas jugadas ocurridas, sobre todo la última gran intervención de nuestro portero.

Mañana esperamos volver a jugar de nuevo; cualquiera puede ganar o perder, e incluso empatar, pero siempre jugamos todos. Y lo hacemos con el entusiasmo y la alegría que siempre nos da jugar un partidito de fútbol en nuestra calle.
Que nunca se acabe esta dicha.



* Masmoc Utopía

domingo, 3 de octubre de 2010

Caballitos de cañas

La niñez, mi niñez, perversos recuerdos inundan una mente que aún joven, se siente envejecer por la lejanía en el tiempo de las historias vividas.
Todos los detalles de momentos e incluso las historias completas que recuerdo de mi pasado, a veces me parecen ser imaginarias. Inventadas al amparo de un tiempo ya transcurrido, pero son mi pasado.
Toda una vida guiada por un hipotético destino que nos maneja a su antojo, al menos en eso nos basamos para justificar lo inapropiado de nuestra conducta en determinadas ocasiones.
Recuerdo un patio de vecinos, donde lo único en común que teníamos las familias que lo habitábamos era el servicio para hacer nuestras necesidades; yo privilegiado de mi tenía un trono blanco sobre el que depositaba mis sobras mientras toda una reina se encargaba de deshacerse de ellas.
Era un príncipe con dedicación absoluta a mi trabajo; este consistía en disfrutar de mi familia y de mis amigos, sobre todo pasando por la ineludible ocupación del juego continuo. Juego a cualquier cosa, a nada me negaba: piola, el coger, el esconder, palma arriba palma abajo…, y nuestro pasatiempo favorito, que consistía en saltar por bloques de mármol que junto a nuestra barriada, ya antigua para aquel tiempo, lindaba nuestro territorio.
¡Aprieta la caló! Niña tapona el desagüe que vamos a preparar una piscina para los crios. Y con un pequeño charco que se formaba en el patio disfrutábamos de una piscina imaginaria que desbordaba nuestra alegría.
Dicen que eran tiempos difíciles, que no poseíamos nada, que todas nuestras libertades estaban cercenadas; pero yo de eso no recuerdo nada, mis primeros años fueron tan felices que volvería a repetirlos sin saltarme ni siquiera el momento en el que mi madre, con alpargata en mano, me traía riñéndome desde la fábrica de mármoles.
Gracias doy una y mil veces a unos padres que me supieron dar lo único que de verdad necesita un niño, amor y un espejo digno en quien fijarse.

Tartessus Baobab

viernes, 6 de agosto de 2010

lunes, 2 de agosto de 2010

Dueño de mi propio mundo

Capítulo XIV(Final): Enter K

Carmina Burana encrechendo, sonido que llega a mis oídos y me despierta de un sueño provocado; ¿todo ha sido un sueño? ¿Me encuentro aún en mi nave?
Me agito con impaciencia, pero mi cuerpo no reacciona ante las órdenes mandadas por mi cerebro y permanezco yerto ante la espera de acontecimientos.
Un líquido amargo penetra por mi boca y poco a poco mis sentidos se van despertando; la música que parecía fruto de mi imaginación, se sigue desarrollando en la lejanía. La estancia se manifiesta con una frialdad que penetra en mis huesos aún inmóviles. Y tras un despertar lento y sincronizado, escucho una voz familiar:
- Melkart, ya hemos llegado.
Miro con la impaciencia que me provoca el desconocimiento de los hechos, y encuentro ante mis ojos como Eritra, Renaín y Godbluf esperan que vuelva a Utobab.
- Estáis aquí, ¿Qué me ha pasado?
Godbluf, con la tranquilidad que lleva en su espíritu, me explicó cómo habían transcurrido los días siguientes a la batalla y el viaje que realizamos hasta llegar al lugar donde nos hallábamos.
Me ayudaron a levantar de unas parihuelas en las que había sido transportado hasta aquel lugar.
- Los Hermanos de Sol te han traído hasta aquí, a partir de esta puerta solo podremos entrar los cuatro.
Dijo Renaín con palabras amables.
Nos despedimos de aquellos cuatro amigos que flanquearían la puerta hasta que volviéramos.
Pude ver como aquella puerta de entrada a tan descomunal pirámide, se adentraba en una rampa descendente hacía la mas completa oscuridad.
Caminaba apoyado en Eritra y Renaín, eran un apoyo firme en el camino; a cada paso unas luces se iban encendiendo y guiándonos. Godbluf iba explicándome el motivo de nuestra visita a aquel lugar, y el porqué de no esperar a mi recuperación.
“El que Perdura” quería vernos y nos enseñaría el legado, al cual pertenecíamos, sin duda esa era la clave de todos aquellos misterios que nunca pude llegar a comprender, por lo que mi impaciencia por conocer todos los secretos de Utobab conseguía que volviera la fuerza a mi cuerpo rápidamente.
La música cada vez se podía escuchar con mayor claridad cuando una puerta nos flanqueaba el camino, un gran sol igual al que portaba junto a mi pecho presidía el centro de esta.
Godbluf y Renaín se colocaron unas gafas de cristal dorado, posaron sus manos sobre el dibujo durante unos segundos y al comenzar a oírse un silbido débil apartaron las manos. Desde el centro de la imagen del sol apareció un rayo de luz dirigido de igual modo a los ojos de los dos, la estela luminosa duró unos segundos y la puerta se abrió lentamente.
Todo a partir de aquella puerta me parecía familiar, como haber vivido antes el recorrer las estancias de aquel lugar.
- Ahora vamos a entrar en el Salón de Tablas, en este lugar los Hermanos del Sol presentan su Tabla de Honor a “El que Perdura”, aquí lo conoceréis.
Dijo Godbluf con su habitual voz parsimoniosa.
Frente a nosotros una gran sala en cuyo centro la pantalla atraía mis ojos y lo inundaban de incontables estrellas que brillaban sobre un universo infinito.
La cúpula celeste hacía aún más conocido el lugar, sin duda parecía una réplica de mi nave.
Ensimismado en todo aquello, tardé en descubrir la figura que se encontraba frente a nosotros envuelta en una capa azul.
- Sed bienvenidos.
En su pecho comenzó a brillar algo que colgaba de él y no había logrado distinguirlo aún qué era, cuando sobre mi pecho también brilló el sol que había portado durante todo este tiempo, sin duda ya estaban interconectados.
Miré a Eritra y me devolvió una mirada en la que reflejaba una conmoción inusual en ella.

“El que perdura” avanzó dos pasos invitando con un gesto a que tomaran asiento. Melkart no ocultaba su expresión de asombro escrutando el Salón de Tablas. Eritra continuaba absorta contemplando fijamente a “El que perdura”. Renaín se movía en su asiento con cierta impaciencia. Godbluf mantenía su aspecto sereno y relajado.
- No hay planetas en el universo en los que puedan caber los sentimientos de gratitud de un pueblo, de un mundo hacia la Luz
de Utobab y su Guardián
“El que perdura” hizo una pausa mirando a Eritra y Melkart continuando seguidamente.
- Godbluf comparte conocimientos conmigo sobre el Legado de las Estrellas, por su condición de Maestro de Tarde. Nuestro nuevo Maestro de Día todavía no ha tenido ocasión de adentrarse en los secretos de La Historia, por lo que algunas revelaciones serán nuevas para él.
Acarició el medallón y tomó asiento en el sillón giratorio que estaba frente a la gran pantalla.
- Es el momento de conocer el pasado, la realidad del presente y un futuro más claro para Utobab. Melkart, ¿te dice algo esta estancia?
- Con algunas diferencias, es similar a la sala central de mando de la nave espacial que nos trajo aquí.- Dijo Melkart.
- Exacto. Estamos en una nave parecida a la que llegasteis. Aunque esta tiene unas innovaciones tecnológicas que la hacen única. El más grande científico que haya habido en la Tierra la creó con avances en la conjunción con el medio natural y ecológico, dotándola de características muy especiales. Algunas de ellas las habéis vivido en las llamadas manifestaciones de Utobab.
- Pero hemos entrado a la Gran Pirámide, ¿está la nave oculta?-dijo Melkart.
- Cierto es. La nave se encuentra camuflada bajo la Gran Pirámide. Y puede ponerse en movimiento sin afectar la estructura de la edificación y sin que nadie externo lo note.
Renaín descubría secretos inimaginables antes de emprender la Gran Caza. Le parecía que habían pasado años desde entonces y que Eritra y Melkart formaban parte de su vida desde siempre.
- ¿Llegaron en esta nave desde la Tierra? – preguntó Eritra.
- Hace muchos años llegué aquí acompañado por una tripulación de veintiuna personas. Encontramos un poblado humano muy primitivo, con unas costumbres elementales y básicas. La misión que traía la expedición era similar a la que os trajo aquí, en principio.
- ¿También teníais que encontrar un planeta habitable para los habitantes de la agonizante Tierra?- preguntó Melkart.
- Así era en su origen el contenido de la misión. Pero la primera expedición en la que llegamos tenía unas características muy especiales.
“El que perdura” se puso de pie frente a la gran pantalla donde observaba las estrellas, se quedó callado durante unos cinco segundos, silencio total que fue respetado por todos. Se giró con parsimonia y continuó hablando.
- El creador de la nave bautizada cómo Exilum tenía su propia misión
fraguada en su interior. Su sabiduría le llevó a la conclusión de que había que buscar un nuevo renacer para la raza humana, en otro planeta. Pero a diferencia de la misión oficial que era localizar un planeta habitable, comprobar sus condiciones, conquistarlo si hiciera falta y regresar para trasladar a los habitantes de una Tierra moribunda; el Profesor Enter K. comprendió que todo ese proceso no sería posible, que la Tierra y el hombre estaban abocados a la destrucción y si se lograba encontrar un mundo habitable, el conocimiento de tal descubrimiento llevaría a la última gran guerra por conseguir billete al “paraíso”. Por ello se encargó del diseño y construcción del Exilum, una vez realizado destruyó los planos y las claves para lograr una nave igual de avanzada. Solamente dejó plasmado un segundo proyecto de nave espacial con las coordenadas secretas de configuración de vuelo espacial, disponiendo esta también de la posibilidad de llegar al mismo destino de la primera expedición. Aunque esta segunda nave no disponía de la nueva tecnología conjuntada con el medio natural. El Profesor Enter K. convenció a las autoridades de que dicha tecnología no se había desarrollado convenientemente y para una segunda expedición sería más seguro prescindir de ella.
- Entonces nosotros somos la segunda expedición.- Dijo Melkart.
- Sí, así es. El profesor, junto a un reducido grupo de científicos localizaron un punto en la galaxia que podría albergar vida, sólo que el llegar allí era muy complejo y peligroso. La ruta por el espacio descubierta no se basaba en patrones científicos hasta entonces conocidos. Si la primera expedición no regresaba, más tarde iría la segunda, aunque con un sentido militar más pronunciado.
- Yo no conocía la existencia de la primera misión. Para mí era la única expedición.-Dijo Melkart visiblemente afectado por su debilitamiento y las revelaciones que estaba oyendo.
- Por supuesto, todo se llevaba con el máximo secreto. El Profesor Enter K. comprendió que el final de la historia iba a ser muy diferente de su idea original e intentó hacer cambiar de opinión a los gobernantes de la Tierra. Todo fue inútil. Se asegurarían de que la expedición de la nave Dúox conseguiría el objetivo, con la fuerza militar exclusivamente. Entonces consiguió colocar en la tripulación a Eritra. Aunque la tripulación de esta nave era bien distinta; en la Exilum me acompañaban veintiuna personas, mientras que en la nave Dúox, Melkart, eras el único humano.
Godbluf y Renaín miraron con asombro y sorpresa a Eritra mientras “El que perdura” realizó una breve pausa. Eritra continuaba mirando a “El que perdura” como hechizada ante su visión.
- Exactamente así es caballeros. Cómo bien sabe Melkart, Eritra es un robot. Lo que él no conoce es que se trata de un modelo de única generación que fue creado por el Profesor Enter K, formaba parte del mecanismo de navegación de la Dúox; sin ella la nave no podría encontrar las difíciles coordenadas de este planeta. Aunque ni ella sabía que disponía de esas características tan especiales y asociadas obligatoriamente a la segunda misión. No existe en la Tierra un robot tan perfeccionado como nuestra Luz de Utobab; su aspecto externo es igual que un humano, su perfección de piel sintética es magnífica. Es casi imposible determinar que es un robot.
- ¿Por qué yo estaba unida al dispositivo de navegación de la nave? – preguntó Eritra algo conmocionada.
- Tu creador se aseguró de que fueras en la Dúox para, de alguna manera, compensar el peso militar de la expedición. Afortunadamente Melkart no actuó como esperaban aunque eso hizo que el dispositivo militar reserva se activase por sí solo.
Eritra se puso de pie, posó su mano en una de las dos columnas que adornaban la sala y mirando a Renaín ya Godbluf dijo.-Me hizo con unas cualidades muy especiales y exclusivas que incluso estoy descubriendo y creo que seguiré potenciando en el futuro, ¿no es así?
- Así es y así será.- Respondió “El que perdura”.
- Nuestro Legado de las Estrellas nos decía que vendrían unos extranjeros del espacio exterior.- Dijo Renaín
- El Legado de las Estrellas lo escribí yo. Los primeros exploradores del espacio llegamos en la Exilum hace ya ciento veintiséis años. Nos mezclamos con el grupo reducido de habitantes primitivos que encontramos a orillas del Gran Río. Reiniciamos entonces una nueva civilización basada en valores ya perdidos o en desuso en la antigua Tierra. Sabíamos que llegaría una segunda expedición y debíamos estar preparados para luchar o compartir.
- Pero cómo es posible que estés vivo desde hace más de cien años. ¿Te acompaña algún miembro más de la antigua tripulación?
- No, Melkart. Soy el único que puede contarlo.
- Sigo sin entenderlo.- Dijo el Guardián de Utobab.
- El Profesor Enter K. lo quiso así. Mi auténtico nombre es Adaner y él fue mi creador.

Realizamos el camino de vuelta en silencio, cada uno ensimismado en sus pensamientos. Godbluf descubrió cosas en aquella reunión que jamás hubiese imaginado; Adoraba a un robot; Eritra que era un robot único por encima incluso de aquel que había creado una civilización como Tull; Renaín que era descendiente directo de nada menos que Adaner un robot con capacidad para procrear; y yo, que me quedaría para siempre en Utobab, un planeta al que había llegado sin saber que no era otro que la Tierra en sus comienzos y nuestra misión consistiría en contribuir a que siglos después no volviera a acabar devastada por la influencia del ser humano. FIN

* Tartessus Baobab-Masmoc Utopia *

sábado, 31 de julio de 2010

Dueño de mi propio mundo

Capítulo XIII: El Gigante Tembloroso

¡Hay que luchar!...
Palabras que retumbaban en mi cabeza, reverberadas por el eco del bosque ensordeciendo mis sentidos.
El pueblo de Tull reaccionó con tal celeridad que cuando volví a la escena del preludio de la batalla, me encontré con una formación de defensa digna del más fiero ejército romano; en el centro los niños y ancianos, todos ellos flanqueados por las mujeres, y recubriendo el envoltorio perfecto de batalla se podía encontrar a los mas fieros tuluníes, a los que me uní junto a Renaín.
Que larga puede parecer la espera ante un momento como este, miradas tras unas mascaras que expresan más que mil palabras juntas, sentimientos de hermandad que se funden entre todo un pueblo que afronta su destino.
Los primeros efectivos de droides comenzaban a sacudir mandobles hacía nuestros guerreros, justo en el momento que la nave era utilizada por los droides como elemento de intimidación, con vuelos rasos sobre nuestras cabezas.
La fiereza de la lucha mostraba imágenes dantescas, sin la más minima muestra de piedad por parte de las hordas mecánicas, cualquier ser por debajo de 1.80mtros.podía ser destruido sin contemplación, no podía ser yo.
A pesar de la actitud combativa del pueblo tuluní, ver la muerte de pequeños junto a ellos fueron provocando debilitamiento en nuestras fuerzas y retrocedíamos hacía los álamos mas cercanos empujados por un ejército que cada vez era más diestro en el ataque.
En mi búsqueda del comandante en jefe de los droides, mis ojos se clavaron en Godbluf, desde el centro de la ya mermada formación alzaba los brazos hacía el hueco de cielo que dejaba a la vista el calvero del bosque. Creí que era un acto de rezo ante un final inevitable; pero no acababa de conocer a aquellos seres tan especiales.
De las ramas de aquellos álamos llorones apareció una bandada de aves rapaces que embistieron la nave que tanto daño nos estaba causando.
La nave se precipitó sobre los árboles fruto de la sorpresa y cayó seguida por la mirada de todos los droides que parecieron quedar petrificados.
Como un baile perfecto en todos sus movimientos sincronizados, el bosque emitió un mugido infernal que paralizó aún más a un ejército ya inerte sobre el campo de batalla. Y de entre aquellos álamos perfectamente alineados que formaban el Gigante Tembloroso, aparecieron decenas de toros-buey que embistieron al grupo de combate droide. Sobre los dos primeros, subidos como perfectos jinetes, venían Eritra y el pequeño Alexio, el grito de Godbluf fue una nueva arenga a todos los que quedaban en pie:
- ¡La Luz de Utobab ha conseguido que los Geniones vengan en nuestra ayuda!.
Esto provocó en el pueblo de Tull tal fuerza, que la embestida de estos sobre los droides fue aún mayor que la de los Geniones.
El momento era decisivo, las falcatas chocaban con unas espadas láser cada vez más debilitadas, reducíamos el número de estos. Nadie había vuelto a mirar hacía la nave, hasta que un grito de guerra proveniente de esta resonó sobre el estruendo de la lucha y volvió a dar brío a unos droides más mermados.
Miré y pude verlo, sobre la nave destruida, la imagen que buscaba con ansiedad durante toda la batalla. Altivo y desafiante, sin un brazo pero dispuesto a acabar con muchos tuluníes con su espada láser y la mano sobre la que la sostenía.
Supe que era la única forma de acabar aquello y me dirigí hacia el encuentro de mi destino.

- Hemos venido a este mundo con una misión que cumplir y lo haremos….
Luchad y venced…. Aniquilar al enemigo…. Es mi única orden.- Exipión gritaba al resto de sus tropas, al tiempo que corría hacia la zona de batalla esgrimiendo su espada láser con su único brazo disponible.
Melkart comprendió que su vida había sido una peregrinación vital para llegar a ese momento preciso, que el destino de su mundo se enmarcaba en el futuro de Utobab. Supo que el sentido de su existencia se dirigía hacia él a toda velocidad y se sintió cómo antes nunca se había sentido. El todo o la nada frente a frente. Supo que era el servidor de su propio mundo, el guardián de Utobab.
Recogió una espada láser del suelo con su mano izquierda, en la derecha portaba una falcata, e inició una carrera endiablada en línea recta hacia Exipión. Este lo vio y aceleró el ritmo. Antes de chocar cuerpo a cuerpo, Melkart se tiró al suelo rodando, aprovechando la gran velocidad que traía, y expandiendo sus brazos arriba y abajo cada vez que no tocaban el suelo.
Exipión no esperaba esa acción de lucha y su reacción para esquivarla fue tardía. La espada láser había conseguido cortar una pierna mecánica en dos, a la altura de lo que sería su rodilla. La falcata se clavó dos veces en la otra pierna.
Exipión perdió el equilibrio y cayó a tierra, no sin antes cruzar una herida en el brazo derecho de Melkart, donde empuñaba la falcata.
El guardián de Utobab se puso rápidamente en pie, encarando a su adversario, se quitó la máscara que cubría su rostro mostrando a Exipión su enérgica mirada.
- Comandante Melkart, entenderá que tengo una misión que cumplir. Mis ordenes son que llegados a una situación límite como la que nos encontramos, siempre prevalecerá cumplir la misión. Por lo tanto tendré que acabar con usted.
Exipión se puso de pie sosteniéndose con una pierna mientras por el resto de la otra iba goteando fluido amarillento. Se puso el puño de la espada láser en la boca para sostenerla mientras desabrochó dos botones de su casaca, mostrando un tórax de metal, abrió una pequeña tapa en su vientre donde se alojaba su ordenador central y pulsó un botón rojo.
La espada láser de Melkart quedó desactivada, inservible. Al mismo tiempo las espadas láser de los droides corrieron la misma suerte, dejándolos indefensos. Estos reaccionaron mirando a su jefe y permaneciendo inmóviles, sin atacar. Godbluf hizo señales para que cesara la batalla.
Todos observaban a Melkart y Exipión.
Melkart ya sólo empuñaba la falcata y Exipión se impulsó con su única pierna para golpearle con esta en el hombro. El robot se incorporó de nuevo con gran agilidad, Melkart permanecía en la hierba aturdido por el fuerte golpe. Su rival aprovechó ese instante para saltar de nuevo, ahora directamente hacia su pecho. Melkart logró moverse a tiempo de evitar el fatal impacto pero no logro salvar un duro golpe en el costado.
Exipión permanecía en pie al lado del humano semiinconsciente caído en la hierba, abrió con rapidez su ordenador central y de nuevo pulsó el botón rojo. Todas las espadas láser se reactivaron incluida la de Melkart, aunque ya no estaba en su poder. Los droides seguían observando la escena de la pelea junto a los tuluníes, esperando el inminente desenlace.
Exipión alzó su espada láser mirando al resto de sus tropas, diciendo:
- Aniquilad al enemi….
No pudo terminar su bélica frase. Se quedó sin energía.
Melkart asestó un golpe certero con su falcata al ordenador central que estaba alojado en su vientre, atravesándolo hasta clavarse los puños con el metal.
Melkart, exhausto, volvió a dejar caer su espalda sobre la hierba.
Exipión era ya historia…..

Me falta el aire, no siento dolor, tan sólo una fuerte opresión en el pecho que se va diluyendo a medida que mis sentidos parecen abandonarme.
Aquel cielo que me contempla parece enturbiarse cada vez más y utilizo mi última exhalación para desviar una mirada enturbiada y ver la escena final de la batalla.
Los droides han caído al suelo desactivados tras el final de su comandante en jefe. El pueblo de Tull ha vencido la guerra, pero ha perdido niños, mujeres y bravos guerreros; nada es euforia, tan solo sentimientos encontrados entre felicidad y tristeza que engloban en un día los sucesos de toda una vida.
Mis ojos ya reflejan una blancura encalada, mis oídos perciben pasos acercándose y una voz junto a mi cuerpo inerte:
- Ha llegado el momento de que conozcan a El que Perdura…


* Tartessus Baobab-Masmoc Utopía *

domingo, 25 de julio de 2010

Dueño de mi propio mundo

Capítulo XII: Alexio

Renaín se dirigió a los que todavía continuaban con vida. –Este camino aún no ha terminado, seguimos adelante. Hemos perdido a bastantes seres queridos. Para despedirnos de ellos y honrar su memoria, permitidme que entone mi plegaria.
Todos se acomodaron en el suelo y guardaron silencio. Godbluf hizo señales invitando a Eritra y Melkart a sentarse a cada lado suyo.
Renaín apoyó su espalda sobre el árbol más próximo y con la vista hacia los cielos comenzó a recitar de forma melodiosa, lentamente, con alegre tristeza en su voz y en sus ojos.

Cierro los ojos y sigues ahí, inmutable,
le hablo a los vientos y mi voz no llega a ti,
palpo en el aire el hueco indescifrable
y oigo en mi alma el ruego de tu canto.

Liso es el sendero
por el mar del futuro.
Llano es mi cielo,
por mi viento, el tuyo.

Aplaca mi desconsuelo
que no llego a mi mundo,
agárrame…, ya no espero.
Da a mi camino un rumbo.

Todo el grupo permaneció en silencio, inmóviles y con la mirada puesta en el nuevo Maestro de Día, como espectadores de una obra teatral que esperan un siguiente acto. Godbluf giró su cabeza para observar a Eritra, esta le devolvió la mirada un segundo e inmediatamente se puso de pie y avanzó hacia Renaín con una amplia sonrisa en su rostro y lo abrazó. Renaín le devolvió el abrazo fundiéndose los dos invadidos por la emoción.
- Nuestro legado nos dice que el guía no estará solo, que se unirá a él, su más firme apoyo en el camino del futuro.- Godbluf continuaba hablando con la emotividad que desprendía el instante, a los que quedaban del pueblo de Tull -. Nos dice, como todos sabéis, que será alguien muy especial que encontrará un nuevo rumbo en el camino de nuestro guía.
Eritra y Renaín permanecían agarrados de la mano escuchando a Godbluf. Eritra no sabía porqué había reaccionado de esa forma, porqué se había levantado y unido al guía de Tull, pero allí estaba junto a él, percibiendo en sus circuitos plasitrónicos algo nuevo e imprevisto en su fuente de datos. Al ver los rostros de admiración hacia ella por parte de los tuluníes supo que hizo lo adecuado.
Godbluf se dirigió hacia Eritra y la abrazó diciéndole – Eres la Luz de Utobab.
De repente un silbido monótono, suave y creciente se oyó procedente de la Laguna del Ensueño. Desde el agua emergió a gran velocidad algo que parecía una pequeña nave espacial elevandose hacia los cielos hasta desaparecer. Todos quedaron en silencio sin encontrar explicación, miraban a Renaín y a Godbluf buscando en su mirada una respuesta, cuando este dijo – Utobab se manifiesta y está con nosotros.
Godbluf miró a Renaín para explicarle mentalmente el porqué de esa aparición; este sonrió y le comentó a Eritra en voz baja que ya habría un momento oportuno para hablar sobre lo ocurrido en la laguna.
Acamparon en la Laguna del Ensueño.

Melkart se dirigió a la tienda donde descansaba Renaín para fraguar un plan de ataque a las tropas de Exipión.
- Creo que es nuestra única posibilidad. Debemos reunirnos con Euritión en la nave.-dijo Melkart.
Cuando estaban debatiendo la fórmula correcta de afrontar la situación de ataque sorpresa llegaron Eritra y Godbluf que aportaron estrategias e ideas nuevas para ponerlas en práctica.
Salieron los tres de la tienda de Renaín, se despidieron de él y marcharon a descansar para afrontar el siguiente paso en el camino.
Melkart permaneció un momento a solas, observando el campamento, mirando el resplandor de la luna reflejada en el agua de la laguna, de cuando en cuando miraba el firmamento inagotable de estrellas y pensaba……
“Siento que hace tiempo que deje de ser dueño de mi propio mundo, ya tan sólo me considero parte de él, parte que quizás pueda ser la culpable de su destrucción.
Esta buena gente están unidas a mi destino como yo estoy unido al de ellas, raros sentimientos se debaten en mi cabeza ¿Cómo puedo estar mas unidos a ellos que a mis raíces?; sé que algo se esconde en Utobab, algo que aún no puedo llegar a comprender.
Ahora lo importante es ganar la última batalla, con ella la guerra será nuestra….
Curioso el firmamento que observo, desde un punto tan lejano de mi primaveral casa, la ventana que se abre sobre nosotros me muestra un paisaje tan maravilloso y lleno de inagotables mundos que me devuelven a noches de mi juventud, juventud en la que soñaba con conquistarlas todas, sin llegarme a preguntar por sus moradores; ahora la simetría que encuentro con aquel momento se parte en mi mente, provocada por una empatía que descubre lo equivocado de aquel afán de descubrimiento y conquista en mi lejano amanecer.
Los pensamientos se multiplicaban en mi cuando mi cuerpo me pidió descanso para poder afrontar un día lleno de nuevos acontecimientos, ya Morfeo había poseído parte de mí cuando aún en mi mente retumbaba la pregunta ¿qué era esa nave aparecida sobre la Laguna del Ensueño?, y la complacencia de todos a las palabras de Godbluf, Utobab se manifiesta y está con nosotros…”

Al alba del día siguiente Renaín dio la señal de partida y todo el grupo inició la marcha. Durante el trayecto Godbluf fue explicando la estrategia de ataque a algunos del grupo. La intención era llegar a la nave que custodiaba Euritión e inmediatamente contraatacar con ella al diezmado ejército de Exipión. Según Melkart explicó, era la única posibilidad de derrotarlos.
Tras abandonar la Laguna del Ensueño y siguiendo el camino trazado por Melkart, esperaban llegar pronto a la zona donde ocultaron la nave en la que llegaron a Utobab.
- Melkart, ¿has podido comunicarte con Euritión? – preguntó Godbluf.
- No es posible, parece que está nublado y mi sol no aparece – señalando a la figura de sol pendiendo de su cuello.
- Es posible que se haya estropeado en la última batalla contra los droides.- Renaín se incorporó a la conversación.- No perdamos la esperanza.
Eritra se distanció con rapidez unos metros adelante del grupo, se subió a una gran roca enmohecida y miró el paisaje que tenía a unos trescientos metros, un calvero en el bosque de álamos temblones. Se giró con una amplia sonrisa hacia el grupo que ya se encontraba muy cerca, las manos apoyadas en la cintura y dijo: - Hemos llegado al Gigante Tembloroso.
Renaín la miraba desconcertado, miró a Godbluf esperando respuestas pero este le devolvió la mirada igual de sorprendido. Ambos dirigieron su mirada interrogante a Melkart, mientras Eritra bajó de la roca de un salto realizando un giro completo en el aire y cayendo de pie justo al lado de Melkart.
- El Gigante Tembloroso es el nombre que Eritra puso a este bosque de álamos, en el centro se encuentra un calvero donde escondimos la nave. Euritión debe estar esperándonos, démonos prisa.- Dijo Melkart iniciando el paso.
Aceleraron el ritmo con Melkart y Eritra en la vanguardia del grupo.
El sol ya comenzaba a quemar, la ausencia de algo de viento aumentaba la sensación de calor y cansancio. Los álamos permanecían extrañamente rígidos y silenciosos, muy diferentes al día en que se despidieron de Euritión tras camuflar la nave de reconocimiento. Ya se encontraban en el calvero cuando Renaín y Godbluf se miraron y comentaron mentalmente, para no alarmar al resto, que la profunda quietud y ausencia de sonidos del bosque les avisaba para que avanzaran con sumo cuidado.
- Caminad todos en silencio y vigilad en todas direcciones.- Dijo Renaín en voz baja.
Eritra se detuvo en seco, levantó una mano y todos se pararon menos Melkart, que avanzaba con sigilo. La Luz de Utobab se dejó caer de rodillas en el suelo, de espaldas a Melkart. Cuando este llegó a su altura vio como sostenía entre sus brazos la cabeza de Euritión y unos metros más adelante permanecía el cuerpo sin energía del que fuera un excelente robot de combate, gran piloto y experto explorador.
Renaín y Godbluf llegaron a su altura y contemplaron la escena, el resto del grupo continuó parado, en silencio y vigilantes.
Renaín hizo señales a dos hombres del grupo para que exploraran y buscaran sobre el terreno la nave de reconocimiento. No la encontraron, sólo hallaron huellas y señales de la pelea que Euritión había librado con sus atacantes; seis droides de combate ausentes de energía estaban diseminados varios metros alrededor, algunos tenían la cabeza desprendida del cuerpo. Eritra se unió a la inspección de los restos que quedaron, cogió un brazo mecánico diferente a los demás, pues estaba recubierto de piel sintética a la altura de la mano, y lo llevó ante sus compañeros.
- Euritión luchó como el excelente guerrero que era. No pudo evitar que se llevaran la nave de reconocimiento pero aquí dejó seis bajas del enemigo y algo más, el brazo de Exipión.
- ¿La mano no es mecánica?- preguntó Renaín.
- Sí lo es. Solamente que está recubierta por piel sintética muy parecida a la de un humano. Al ser un componente altamente sofisticado y caro en su producción, para el resto del brazo no es necesario al estar bajo el ropaje militar.- Aclaró Melkart a Renaín y a Godbluf, aunque a este no pareció sorprenderle tanto.
Los tuluníes aguardaban en silencio agrupados aunque sus rostros desprendían la preocupación y el temor ante este nuevo revés de los acontecimientos.
Melkart observó al grupo y sintió esa preocupación y el fuerte temor dentro de sí, se volvió hacia Renaín y le dijo – Nuestra oportunidad falló. Estamos sin rumbo en el camino.
Un niño de unos seis años salió corriendo del grupo hacia Renaín gritándole:
- Eres nuestro guía, Renaín. Contigo está la Luz de Utobab. ¿Daréis a nuestro camino un rumbo?
Llegó hasta Renaín y se paró a un metro de él, mirando a Eritra repitió:
- ¿Daréis a nuestro camino un rumbo?
- ¿Cómo te llamas?
- Mi nombre es Alexio.
Cuando Renaín se disponía a contestarle, un hombre del grupo gritó:
- Alerta, nos atacan...
Desde los árboles frente al calvero del bosque el ejército droide se dirigía hacia ellos a toda velocidad y ya se encontraban a menos de cien metros.
Renaín llamó a todos a agruparse en círculo y luchar.
Desde la zona por donde habían venido observaron cómo se acercaba una pequeña nave espacial en dirección hacia ellos.
- Es la nave de reconocimiento que vinimos a buscar. Estamos rodeados.- Dijo Melkart con pesar.
El niño llamado Alexio tiró de la ropa de Eritra reclamando su atención, salió del círculo de defensa y se dirigió corriendo hacia la zona de arboles más cercana, situada a su izquierda. Eritra le siguió perdiéndose ambos de la vista de los demás.
- No hay salida, Renaín. Estamos perdidos...
- Hay que luchar.- Le contestó este a Melkart.
El Gigante Tembloroso comenzó a agitarse y danzar por primera vez en el día. Los sonidos chirriantes del avance droide acompasaban la avalancha mecánica, los álamos silbaban la melodía de la batalla, el monótono ulular de la nave espacial crecía en sus oídos hasta casi poder tocarlo cuando Renaín ordenaba que todos se pusieran las máscaras de combate y empuñaran arcos y falcatas. Dio un atronador grito:

- ¡Hay que luchar! ……………..




* Tartessus Baobab-Masmoc Utopía*

sábado, 29 de mayo de 2010

lunes, 24 de mayo de 2010

Dueño de mi propio mundo

Capítulo XI: Exipión

Mis palabras aún resonaban en el aire de Utobab, cuando una sombra fue cubriendo nuestras cabezas e inundando nuestros corazones de oscuridad.
Lentamente fue pasando la nave y nos sentimos observados y estudiados, sin poder llegar a comprender como no éramos destruidos.
Esta se alejó y aterrizó sobre la cima de la colina más próxima hollando un terreno agreste al refugio de la furia de El Gran Río.
Godbluf se volvió hacia mí con una mirada interrogante, y solo reaccioné a una voz que tras de mí sonaba con seguridad de sus palabras:
-No pueden atacar directamente sin asegurarse de que Melkart no sufrirá daño alguno. Él es el comandante de la expedición y por el código de los droides, un jefe solo puede morir tras un juicio militar.
-Entonces aún tenemos una esperanza.
Contestó Godbluf a las palabras pronunciadas por Eritra.
El pueblo de Tull se puso en marcha con celeridad al mandato de Renaín.
Maresma parecía no estar nunca a nuestro alcance, ya cuando conquistábamos nuestro objetivo, las primeras legiones de droides se avistaban en lontananza.
Starless nos habló a todos con la parsimonia que en los Hermanos del Sol era habitual, pero también con mensajes claros y escuetos:
-Godbluf dirigirá a Tull por Maresma sin mirar atrás y nos esperaréis en la Laguna del Ensueño hasta la aurora de un nuevo día. Melkart y Eritra id con ellos. Renaín, tú te quedaras con la fuerza de choque y conmigo.
-Ni hablar yo me quedo con vosotros, puedo ser de mucha ayuda.
Dijo Eritra con energía, y desafiando la autoridad de Starless, nadie se atrevió a llevarle la contraria, ni siquiera Renaín que no pareció contento con la decisión.
Justo en el momento que empezábamos a introducirnos en Maresma, vi como sacaban unas mascaras de sus bolsas que dibujaba una imagen del animal que nos atacó en la laguna y se la colocaron todos los guerreros sin excepción, Eritra cogió una ofrecida por Renaín.
Me volví a Starless y le dije:
-Con una máscara como esa, yo tambien puedo ser de gran ayuda aquí. Si me dejo ver unos segundos y luego me mezclo con todos, no utilizaran sus pistolas láser sin estar seguros de que su victima no soy yo.
Starless y Godbluf se miraron durante unos segundos, sin duda estaban decidiendo y sopesando el riesgo que se afrontaba, dejábamos desvalidos al pueblo de Tull, si éramos apresados en las orillas de Maresma. Sin pronunciar palabra Starless me lanzó una mascara y Godbluf me ofreció su falcata.
Coroné la pequeña duna sobre la que nos habíamos apostado y me dejé ver con claridad, aunque la tarde ya forzaba a un próximo crepúsculo que nos ayudaría en la batalla.
Rápidamente fui reconocido y el mandato llevó a los droides a sustituir sus pistolas láser, que tanto Eritra y como yo sabíamos de su eficacia, por unas espadas láser que les obligaría a afrontar el cuerpo a cuerpo.
-Pero esas espadas desintegraran nuestras falcatas.
Dije mientras me escondía tras aquella máscara de toro.
-No conoces la dureza de nuestros materiales, sin duda nuestras espadas resistirán.
Dijo Starless con seguridad.
Eritra se adelantó a la formación que se preparaba para lanza la primera andanada de flechas:
-Existe algo que debéis de conocer, recordad en todo momento que son robots, y acabar con ellos no es como acabar con un ser humano.
Solo podéis hacerlos de dos formas: la primera cortándoles la cabeza, por el cuello pasa toda la información hacia su ordenador central que actúa en consecuencia.
La segunda ir directamente al ordenador y este se encuentra en el vientre, pero recordad tenéis que atravesarlo.
De otra forma solo mermareis su capacidad pero no acabaría con ellos.
Yo sabía que aquella información era básica para todos nosotros, ni yo la conocía; pero tambien sabía que Eritra acababa de desvelar un secreto que la convertiría en una traidora a su propia especie, nada sería igual para ella desde aquel momento.
El sonido de los arcos tensándose se mezclaba con un tenue caminar a nuestras espaldas sobre el barro de Maresma. Aquello parecía vaticinar un próximo estruendo de sonidos entremezclados durante la batalla.
La primera oleada de flecha hizo caer parte de la avanzadilla de droides levantándose la gran mayoría al instante.
Las siguientes tan solo consiguieron retrasar el encuentro cuerpo a cuerpo del ejército droide y los tulunies.
A una arenga rápida y firme de Starless salimos de nuestro refugio tras la duna y afrontamos una lucha desigual en número, pero que se veía compensada con la ferocidad de los tulunies.
Los droides tras la sorpresa de una lucha en la cual el enemigo sabía perfectamente sobre donde atacar, aprendieron una forma de contrarrestar.
Primero golpeaba sobre el rostro con el puño y tras desenmascarar al enemigo, lo atravesaba sin compasión con la espada si no era Melkart.
La mayoría eran torpes en su forma de actuar, los que nos dio gran ventaja en la batalla. Vi a Exipión que se abría paso con dos golpes certeros, con el primero de un fuerte puñetazo le quitaba la mascara a su oponente y con el próximo se recreaba cada vez que atravesaba a un tulú.
Yo luchaba con mucha más lentitud que mis compañeros, y veía como Renaín y Eritra se deshacían de droides con gran facilidad.
Fue un instante de descuido en la batalla, todos los sentidos son importantes para sobrevivir, la vista se desvió hacia Maresma, los últimos integrantes del éxodo llegaban a la otra orilla, algo me golpeó el rostro, me hizo tambalear y caer sobre la arena de Utobab, la máscara se desprendió de mi rostro, la vi caer junto a mi; miré hacia arriba y vi como me observaba descubriendo mi verdadera identidad, se volvió un solo instante para avisar a todos ¡Melkart había sido descubierto! Aproveché ese instante para soltar un mandoble que cruzó el rostro de Exipión haciéndolo caer junto a mi.
Actué con la rapidez que da el miedo incontrolado, cogí mi máscara justo en el instante que una cabeza, con la que me había golpeado la cara Exipión, rodaba junto a mí, la miré y vi la cabeza del Hermano del Sol que con tanta bravura había visto arengar a su gente momentos antes.
Al grito de Exipión, todos los droides habían sacado sus pistolas láser y estaban acabando con mis compañeros, pero con el último rayo de sol, aparecieron una bandada de rapaces que parecían haber salido de la misma Maresma y atacaron las fuerzas droides, permitiéndonos una retiradas hacía el abismo de Maresma.
-Seguid mi estela
Se oyó la voz inconfundible de Renaín y se adentró en la ciénaga. Nadie miró atrás, solo pendientes de los pasos de Renaín que apenas se veían en una noche solo iluminada por la luna.
A nuestras espaldas se escuchaban los gritos de nuestros perseguidores que eran tragados por Maresma.
De nuevo se escuchó su voz a lo lejos:
-Parad, no adentraros más en la ciénaga, esperaremos el día.
Atravesamos Maresma y todos nos desprendimos de las máscaras… Eritra y Renaín seguían con nosotros.
Renaín nos miró con lagrimas en los ojos y poniéndose de rodillas, dio un grito tan aterrador que hizo ensordecer Utobab.
Nadie habló durante un viaje triste y rápido que nos llevó hasta la Laguna de Ensueño cuando la aurora venció a la oscuridad de aquella infausta noche.
Renaín frente a Godbluf y todo el pueblo alrededor, silencio ensordecedor y tras unas lagrimas que recorren el rostro de los dos, los brazos de ambos se alzaron lateralmente dibujando un círculo en el aire y posando las manos sobre el centro de sus pechos; unas palabras inundan la escena:
-Se bienvenido, nuevo Maestro de Día…

Tartessus Baobab

viernes, 23 de abril de 2010

Dueño de mi propio mundo

Capítulo X: Tull

Las aguas de El Gran Río bajaban hacia Maresma salvajes y veloces aniquilando a la mitad del ejército droide, el resto permaneció dentro de la nave. La inesperada acometida líquida hizo que el comandante Exipión ordenara replegarse al resto de su ejército y despegar la enorme nave huyendo del lugar.

-Renaín, comunica al pueblo que el camino está por delante. Es la hora de la marcha.-Dijo Godbluf con gran determinación.
Renaín cogió los dos cuernos que guardaba en su pequeña bolsa, miró a Eritra dirigiéndole una leve sonrisa mientras esta le observaba expectante ante los movimientos que él hacía. Alzó los cuernos al cielo en cada mano y los golpeó uno con otro produciendo un sonido seco y vibrante.
Seguidamente con la punta de cada uno hizo un orificio en el otro, cerca de la misma punta. Los unió entrelazados por el agujero, acercó a su boca la parte delgada de ambos donde tenía los orificios y sopló a través de ellos emitiendo un sonido grave y denso que crecía en cuerpo al final de su clamor.
Renaín volvió a coger aire y creó el sonido de nuevo otras dos veces oyéndose en todo el poblado.
-Hermanos y amigos de otro mundo,- volviéndose hacia ellos dijo Renaín a Starless, Godbluf, Eritra y Melkart –el camino está por delante.

Todos los habitantes del poblado comenzaron a llegar a la plaza bajo las escalinatas donde se encontraban ellos. Iban cargados a la espalda con una especie de mochila donde llevaban repartidos proporcionalmente utensilios de campaña, armas, alimentos y todo lo necesario para estar fuera de su hogar por un cierto tiempo.
Organizadamente fueron alineándose y ocupando un lugar preestablecido, de forma ordenada y en completo silencio. Llegaron allí absolutamente todos, hombres, mujeres y niños. Permanecieron de pie sobre el barro provocado por el Gran Río y cuando ya a nadie tenían que esperar, Godbluf les habló.
- ¡Pueblo de Tull! Nuestro camino está por delante. Esperábamos el inicio de nuestra peregrinación y el momento ha llegado. Nuestro Legado nos dice que desde los cielos llegarán unos extranjeros.-Miró a Eritra y Melkart y los señaló con el dedo.
- También sabemos que los extranjeros podrán ser amigos.- Dijo Starless señalando hacia ellos.
-Cierto es.- Continuó Godbluf.-Como lo es que podrán ser enemigos; y así son los otros extranjeros que pretendían atacarnos. Enemigos.
-Estamos preparados para las dos situaciones y ambas se suceden al mismo tiempo. Por ello Eritra y Melkart nos acompañarán en nuestro éxodo.- Dijo Starless mirando a ambos.
Renaín entro en la casa y salió rápidamente con dos mochilas que le entregó a Eritra y a Melkart. Estos se la colocaron a la espalda.
-La Gran Caza se ha realizado con éxito y Utobab ha manifestado su latir. Los extranjeros han llegado de los cielos y nuestro Legado nos indica seguir.- Dijo Godbluf a todo el pueblo allí congregado, apartándose a un lado y bajando un peldaño de la escalinata.
Starless ocupó el otro lado de la escalinata bajando un escalón y mirando a Renaín dijo –Guíanos Renaín.
Renaín hizo un gesto con la mano a Eritra y Melkart para que le siguieran y comenzó a bajar los escalones emprendiendo la marcha seguido por ambos, Godbluf , Starless, y el pueblo entero. Solamente se escuchaban las pisadas sobre el barro al caminar, ninguna voz resonaba en el grupo de unas mil personas, ningún sonido salvo los pasos en la tierra enfangada y en los charcos de agua que encontraban en su caminar.

Cuando llevaban unas tres horas de marcha a través del bosque Renaín se volvió hacia todos indicando que pararían a descansar y reponer fuerzas durante media hora. El lugar que eligió estaba cubierto por encinas y robles, era una zona elevada desde donde se podía divisar el valle y el Gran Río, y desde donde difícilmente podrían ser detectados por tierra o por aire.
Melkart y Eritra se sentaron en la hierba junto a Renaín donde este apoyaba su espalda sobre una gran roca, ya había sacado de su mochila un trozo de pan dulce que ofreció a los dos. Melkart puso sobre la hierba su alforja de agua y los tres comenzaron a comer y beber, momento este que aprovechó Melkart para preguntar a Renaín.
- ¿Esperabais nuestra llegada?
- Desde que nos conocimos, los acontecimientos se han sucedido deprisa y no hemos reparado lo suficiente en que sois extranjeros. Os pido disculpas.
- Aceptadas – dijo Eritra.
- La noche que aparecisteis era mi Gran Caza. ¿Lo entendéis?
- Entendemos que se produjo con ello algo así como la culminación de tu paso al mundo adulto-dijo Eritra ofreciéndole la alforja de agua a Renaín.
Renaín la cogió no sin antes rozar sus dedos con Eritra y sus ojos verdemar chispearon mirándola fijamente. Dio un sorbo y continuó la charla.
- Cuando me enfrenté al bravo animal conseguí superar la última y definitiva prueba de aprendizaje, no para entrar en el mundo de los adultos, sino para pertenecer por derecho propio a mi condición de Hermano del Sol, igual que mis dos maestros a los que ya conocéis.
- ¿Todos los jóvenes de tu pueblo deben pasar esa prueba?- Preguntó Melkart.
- No exactamente. Cada año se selecciona a un chico o chica de diez años entre todos los de su edad teniendo en cuenta sus habilidades mentales y físicas. Transcurren después varios años de aprendizaje intenso en todas las especialidades intelectuales y físicas. Lo que aprendemos en ese tiempo muy difícilmente podrá realizarlo otra persona en toda su vida. Starless y Godbluf han sido durante estos años mi Maestro de Día y mi Maestro de Tarde respectivamente. Starless se ocupó de mi instrucción en todas las artes de combate y de destreza física. Godbluf fue quien me guió por los vericuetos del conocimiento en todas sus artes y ciencias…
- Entonces podemos considerar que eres un privilegiado- afirmó Eritra sonriente.
- Podríamos decir que si, que he luchado por acceder a La Gran Caza y lo he conseguido. Cada dos años un aspirante menor de veinte años obtiene ese honor. Al llegar a esa edad sin optar a La Gran Caza se entiende que terminó el aprendizaje y debe abandonar su formación para ocupar algún cargo designado por los maestros dentro de la estructura de Tull. Muy pocos podrán enfrentarse al toro-buey.
Renaín seguía comiendo y bebiendo mientras conversaba. Melkart y Eritra sin embargo prestaban mayor atención a la conversación e incluso Renaín les apremió para que repusieran fuerzas ahora que podían. Este continuó informándoles.
- Mi aceptación como Hermano del Sol culminó junto a mi pueblo, en presencia vuestra, con la manifestación latente de Utobab y su aprobación. Cuando Godbluf dio por terminada La Gran Caza me convertí en nuevo Hermano del Sol. A partir de ahora podré ampliar y compartir nuevos conocimientos con mis hermanos y adentrarme en el Legado de las Estrellas, los antiguos escritos de nuestros antepasados que dan sentido a nuestra existencia.
- Y nosotros hemos llegado a bordo de una enorme nave espacial con un ejército mecánico preparado para destruir vuestra civilización.- Dijo Melkart con pesar.
- No te sientas culpable Melkart, ya oísteis las palabras de Starless y Godbluf. Nuestro Legado nos dijo que vendríais y me siento afortunado por ser yo quien os recibió.
Renaín se puso de pie y avisó a los demás que se preparan para reemprender la marcha. Recogían los tres sus mochilas cuando Eritra le preguntó mientras se colocaba con destreza la suya a la espalda - ¿Cómo es que sabían nuestros nombres cuando llegamos a Tull? Dices que sabíais que llegaríamos desde el espacio pero no entiendo que Starless y Godbluf supieran nuestros nombres.
- Tienes razón Eritra, no conocíamos vuestros nombres hasta que no os presentasteis.
- Pero ellos lo supieron antes de conocernos.
Renaín levantó una mano indicando a su pueblo que proseguían caminando por donde él guiaba. Todos le siguieron en silencio y de forma ordenada. Eritra se colocó junto a él mientras caminaban mirándole desafiante esperando una respuesta. Renaín miró al cielo, a Melkart que iba dos pasos atrás en silencio pendiente de la conversación y finalmente a Eritra, movió la cabeza afirmativamente dos veces y dijo.
- Estimo que debéis conocer un secreto que sólo comparten los maestros y muy pocos de los que han recibido enseñanzas de los maestros. Debe seguir siendo secreto.
Miró a los dos con seriedad haciendo una pausa e invitando con un gesto a Melkart para que se pusiera también a su lado.
- Durante nuestro aprendizaje a algunos de nosotros se les despierta una puerta mental que abre nuevas posibilidades de comunicación y percepción sensorial. Nuestros maestros son los primeros en detectar el brote de esa cualidad, incluso antes que nosotros.
En ese momento se detuvo dándose la vuelta. Godbluf también estaba parado y mirándole directamente a los ojos. Todos se pararon en silencio. Así estuvieron unos quince segundos, mirándose los dos directamente a los ojos con actitud serena y relajada hasta que los dos bajaron la cabeza afirmativamente al mismo tiempo, sin dejar de mirarse y sonriendo con un gesto de aprobación.
Eritra los observaba intentando descifrar qué ocurría en ese instante, Melkart miraba a ambos lados del sendero con gesto algo nervioso, cómo esperando que algo inesperado surgiera de entre los árboles.
Renaín se giró reanudando el paso y todos continuaron avanzando. Eritra y Melkart continuaban caminando junto a Renaín, ahora los tres en silencio mientras superaban una elevación del terreno con cierta dificultad, hasta que Eritra preguntó – Renaín, ¿cómo sabían nuestros nombres ?
- Yo os presenté ante los maestros, les dije vuestros nombres cuando llegamos a Tull. No me fue preciso hablar. Sólo necesité mirar a los ojos a Starless y a Godbluf y comunicarme mentalmente con ellos. Utilicé las técnicas mentales que ellos me enseñaron a desarrollar y controlar.
Los tres quedaron en silencio tras la respuesta de Renaín continuando ascendiendo.
- ¿Y por qué esa cualidad debe ser un secreto para el resto de tu pueblo?- preguntó Melkart.
- Nuestro Legado nos dice que todas las personas tenemos derecho a ser distintos unos de otros. Los Hermanos del Sol ya somos distintos del resto de nuestro pueblo. Formamos un grupo minoritario que rige los destinos de nuestra sociedad, un conjunto de personas con elevada formación, e incluso los que no llegan a formar parte de la hermandad también ocupan puestos de responsabilidad según sus condiciones y valía. Ya somos distintos de la mayoría de nuestro pueblo. Nuestro Legado nos dice que ser distinto no es ser mejor ni peor, solamente es ser diferente. No pretendemos aumentar la distancia visible entre los que tenemos esa cualidad y los que no.
- Pero existe una gran diferencia por tener esa cualidad – dijo Melkart.
- La hay, pero no la hacemos ostensible al no mostrarla. Sin embargo no toméis una idea equivocada de nuestro pueblo como inculto e ignorante. Todo lo contrario, es un pueblo instruido y culto donde se alienta el conocimiento y el valor del esfuerzo como crecimiento personal y de la propia comunidad.
- Lucháis contra la ignorancia impidiendo que crezca entonces.
- No exactamente Melkart, en nuestro pueblo ni siquiera nace. Nuestro Legado apunta que hay que desterrar a la ignorancia porque es la fuente de las mayores plagas y es la que nos lleva a temer y rechazar lo diferente.

El intenso sol que los acompañó durante todo el día comenzaba a descender por el horizonte. Las sombras extendían sus pliegues sobre la montaña en la que permanecían.
Renaín detuvo la marcha y toda la comitiva se dispuso a montar las tiendas de campaña mientras otros grupos se encargaban de preparar la cena y montar los puestos de vigilancia. Pasarían la noche resguardados en sitio seguro. Al alba continuarían el recorrido durante unas cinco horas hasta alcanzar Maresma.

Cuando ya todos habían cenado y se estaban preparando para dormir, Eritra se alejó algo del grupo sentándose a los pies de un roble. Quería estar a solas para hacer una revisión rutinaria de sus circuitos plasitrónicos puesto que no lo hacía desde que llegaron a Utobab.
Activó su sensor radar para asegurarse de que se encontraba a solas en un radio de al menos cien metros. Se quitó la blusa que llevaba, quedando desnuda de cintura para arriba. Recitó en voz alta una clave secreta sólo conocida por ella además de su creador y al segundo se desplegó una pequeña pantalla desde una abertura aparecida a la altura de su vientre, la cogió entre sus manos y comenzó a pulsar la pantalla con sus dedos para evaluar su estado técnico. Todo estaba en orden, sus circuitos de recarga solar estaban a pleno rendimiento y las demás funciones de su ingeniería mecánica estaban en perfecto estado. Volvió a recitar su clave y el dispositivo desapareció en su interior sin dejar señal aparente en su piel sintética.
Se puso de pie junto al árbol, recogió su prenda de vestir y al ponérsela rebobinó en su almacén de memoria para oír de nuevo en su interior las palabras de Renaín “..ser distinto no es ser mejor ni peor, solamente es ser diferente. No pretendemos aumentar la distancia visible..”
Eritra comprendía perfectamente esas palabras pues ella misma mantenía el secreto con Melkart de su condición de robot. En la Tierra era un robot y en Utobab la trataban como un humano, la distancia visible se reducía incluso para ella y se identificaba con Renaín. Hablaría con Melkart para seguir guardando el secreto de su gran diferencia para disminuir la distancia entre ella y los humanos.

Al alba emprendieron de nuevo la marcha hacia Maresma.
Melkart le comentó a Renaín que el camino hacia Maresma no era el mismo por el que llegaron a la ciudad de Tull, a lo que este respondió que ese era el camino designado para el éxodo.
- Godbluf puede que te aclare esa circunstancia, él es el que mejor conoce el Legado de las Estrellas – le dijo Renaín.
Se giró hacia el grupo que lo seguía y buscó con la mirada a Godbluf explicándole mentalmente las dudas de Melkart.
Godbluf aceleró el paso hasta alcanzarlos y con una gentil sonrisa se dirigió a Melkart.
- Ya conoces algunas características de nuestra civilización, sabes que algunos de nosotros podemos comunicarnos mentalmente y que ello debe permanecer secreto.
- Así es.
- También sabéis que esperábamos la llegada de visitantes de otro planeta que podrían llegar con la mano tendida o empuñando un arma.- Terminó la frase guardando silencio a la espera de la confirmación de Melkart a sus palabras.
- Si…, si.. – afirmó Melkart con cierta impaciencia.
- Es nuestro Legado de las Estrellas el que nos dijo que vendríais. Nos hemos preparado para luchar contra el enemigo invasor y nuestro plan pasa en primer lugar por llegar a Maresma. ¿No te resulta extraño que el enemigo no nos haya molestado desde que abandonamos Tull?
Melkart se quedó sin responder, con una expresión inquieta deseando que Godbluf le aclarara sus dudas.
- Por este camino que hemos tomado Exipión no tendrá oportunidad de localizarnos hasta que estemos a media hora de distancia aproximadamente de Maresma. Toda esta zona que atravesamos está cubierta por campos magnéticos que hacen imposible que desde la nave nos puedan localizar por medio de los sensores de detección. Por eso no hemos usado la ruta por la que llegasteis en la que si estábamos expuestos a ser fácilmente localizados.
- Y después de Maresma…
- Primero hay que lograr llegar hasta allí, créeme que no será fácil aunque hasta ahora no hayamos tenido mayores problemas. Ya sólo nos queda casi una hora de marcha y podremos entrar en Maresma.
El nombre del inmenso cenagal donde por poco pierde la vida le producía escalofríos.

Cuando desde la ladera de la montaña por la que bajaban ya se podía distinguir Maresma , observó Melkart que el medallón que portaba brillaba en una de las puntas que representaba el sol. Lo abrió viendo en la pequeña pantalla un punto luminoso que se acercaba hacia ellos.
- Godbluf, la nave de Exipión nos ha localizado y se dirige directamente hacia nosotros…….


Masmoc Utopía

domingo, 4 de abril de 2010

Dueño de mi propio mundo

Capítulo IX: El Gran Río

Las palabras salieron de mi boca como si exhalara un último aliento:
-Se han adueñado de la nave….
Me miraban esperando una explicación que diera claridad a tan extraño comentario. Mi silencio pronunciado en el tiempo, oscureció aún más el momento y creó un grado de expectación tal, que el hombre mayor se levantó, con gesto tranquilo y magnánimo, diciendo:
-Ahora id todos a descansar, no salgáis hasta que yo os convoque La Gran Caza se da por finalizada.
Nosotros subimos la escalinata junto a los dos hombres y Renaín y entramos en la casa.
Pensaba en lo ingenuo que había sido, una empresa tan importante como aquella no podían supeditarse a un ser imperfecto, por muy preparado que estuviese, ¡somos imprevisibles! nos pueden preparar para alguna misión, pero la esencia del ser humano es tan perfecta en su imperfección, que por muy moldeado que este, siempre puede cambiar a su libre albedrío.
Era evidente, existía un segundo plan por si fallaba el primero, y este se había puesto en marcha. Todo mi mundo se destruía.
¿Que decisión tomar?, mi única salida pasaba por creer en unos seres de los cuales aún tenía reticencias sobre su verdadera evolución y estaban rodeados de incógnitas, seres que parecían esperarnos, ¿Por qué?
Mi decisión fue tomada por sentido común, la vuelta a tras era imposible, y Euritión y Eritra dependían de mi.
Desperté de mis pensamientos y me encontré sentado frente a unas caras expectantes que esperaban una explicación de todo, o ¿sabrían perfectamente que ocurría?
La estancia era un lugar austero compuesto por una mesa de unos diez centímetros de altura la cual rodeábamos, algunas figuras decorativas en bronce, sobre la que prevalecía un gran sol, y dibujos representando a los seres que habitan Utobab; todo ello iluminado por un gran ventanal al fondo orientado al este y otro orientado al oeste.
-Procedemos de otro planeta, que se encuentra en vía de extinción, los pobladores de mi planeta me enviaron en busca de un lugar donde crear un nuevo futuro para nuestros hijos.
Pero antes de tomar una decisión tenía que conoceros.
Con una calma de espíritu que sobrecogía, el hombre mayor que se hacía llamar Godbluf, dijo:
-¿Y que has decidido?
-Ya da igual lo que haya decidido, es tarde, ellos han tomado la nave.
Algo precipitado por el misterio que aún conservaba dijo Renaín:
-¿quienes son ellos?
-Un ejército preparado para el exterminio que lo arrasará todo a su paso.
Dijo Eritra afirmando una conclusión tomada al amparo de mi evidente frustración.
Sus palabras aún resonaban en la habitación cuando un sonido ensordecedor fue encrechendo hasta devorar los sonidos de la noche.
Nos acercamos al ventanal del este con premura y una luna intensa desapareció tras una sombra que albergaba el fin de mi propio mundo. La nave aterrizó en una gran explanada río arriba.
-Tenemos que huir estamos a tiempo.
Godbluf pareció percibir algo, miró a Starless y a Renaín, y volviéndose hacía nosotros dijo:
-Vamos a comer algo, esta noche va ha llover.
-¿Va ha llover?, si el cielo brilla con tal intensidad que en la noche reluce…
No había terminado mis palabras cuando un trueno ensordecedor retumbó en la instancia y comenzó a llover con tanta fuerza que el exterior desapareció tras una pared de agua.
Starless preparó una comida frugal a base de pescado poco hecho y condimentado con una salsa llamada garum, que le daba un sabor apetitoso a la cena.
La tranquilidad y parsimonia con la que aquellos seres afrontaban unos acontecimientos tan extraños y un peligro tan grande e inminente me mantenía aún mas fuera de toda comprensión, de un dominio total de la situación había pasado a ser comparsa en aquella historia que parecía estar diseñada por alguien o algo ajeno.
Godbluf se levantó tras una cena parca en palabras y dijo:
-Ahora descansemos, mañana será un día intenso.
Me acosté sobre el jergón que estaba mas cerca de la ventana, la intensa lluvia me tranquilizaba, sabía que mientras esta persistiera estaríamos a salvo.
Renaín se acostó en el jergón más cercano a Eritra, y vi como la buscaba con la mirada, con sorpresa por mi parte, ella lejos de mantener hacía el muchacho un rechazo permanente, seguía un juego que parecía admitir el cortejo.
Tan solo una pequeña vela se quedó encendida y emitía una luz tenue acrecentada por la oscuridad de una noche apagada por la intensa lluvia, la mirada se me perdió en aquella luz y fui reconstruyendo todo lo acontecido desde que Carmina Burana me despertara para hacerme vivir este sueño.
Caí en un duermevela del que fui despertado por un rayo de sol que penetraba por el ventanal y me provocó una agitación que me hizo levantarme precipitadamente, tras no ver nadie a mi alrededor, el sonido de mi corazón retumbaba por todas mis articulaciones provocado por un miedo indefinido, salí fuera.
Godbluf, Starless, Renaín y Eritra contemplaban a un ejército de droides que se preparaba en perfecta formación y con todo el tiempo que Utobab les ofrecía para arrasar el poblado, saliendo de una nave que relucía bajo un intenso sol que parecía iluminarles el objetivo.
-Huyamos ahora que aún estamos a tiempo.
Grité como si nadie pudiera ver el peligro que nos amenazaba.
Starless se volvió hacía mí y dijo:
-Utobab aún tiene que hablar…
Todo volvió al silencio de la contemplación y Utobab habló…
El Gran Río rugió bajo las montañas y la crecida surcó su cauce con tal ferocidad que desbordó, inundando todo el valle y arrasando parte de un ejército que formaba bajo la nave y no tuvo tiempo de reacción.
El dique y la elevación de las casas sobre las columnas, hicieron que nos mantuviéramos a salvo viendo la batalla librada contra los elementos.
Godbluf dijo con voz solemne:
-Ahora si empieza nuestra huída hacia delante.

Cuando la furia de El Gran Río viajaba hacia Maresma, sobre la plataforma de la nave pude distinguir un droide que levantaba sus brazos desafiantes, Miré a Eritra con sorpresa en la mirada y afirmó:
-El comandante Exipión esta al mando….

Tartessus Baobab

miércoles, 24 de marzo de 2010

Dueño de mi propio mundo

Capítulo VIII: Maresma

Starless cogió un cuerno de la escalinata, levantó su brazo derecho con ello al cielo, alzó su mirada hacia este gritando con fuerza a los allí congregados – Utobab ; Utobab.
La multitud repitió sus palabras dos veces del mismo modo, de forma armónica como si fueran una sola persona –Utobab ; Utobab. De nuevo realizó la misma operación con el otro cuerno y la enorme voz del poblado elevó su canto de llamada.
Melkart mantenía su cara de asombro tras oir pronunciar sus nombres al hombre mayor. Las voces al unísono de las gentes resonaban en sus oídos - Utobab, Utobab; el planeta donde se encontraban, el mundo sobre el que él tenía la llave de su destino, y le llegaban dudas hacia donde girar la llave, a un lado dejando la puerta cerrada sin intervenir, a otro abrir y continuar la misión original. Todavía no tenía respuestas.
Eritra analizaba los datos sin lograr la explicación al conocimiento de sus nombres, miraba a Renaín intentando hallar una respuesta que no llegaba.
Renaín miraba al cielo y pensaba en las palabras que le dijo “El que perdura” antes de partir a la Gran Caza. No traía respuestas, sólo llegaba con dos desconocidos.
Godbluf miró a Renaín directamente a los ojos y se dirigió a él mentalmente para comunicarle que la llegada de los extranjeros era una excelente y esperada noticia para “El que perdura”.
- * Maestro de Tarde, no entiendo la importancia de la llegada de Melkart y Eritra *- le dijo Renaín a Godbluf usando las técnicas telepáticas adquiridas en sus años de aprendizaje con sus maestros.
- * Pronto lo entenderás, todo a su debido tiempo * - le contestó Godbluf mentalmente.

Unos músicos llegaron hasta la primera fila de la multitud haciendo sonar sus variados instrumentos de percusión y sus extrañas y diferentes trompetas. Unos doce bailarines engalanados con ropajes multicolores danzaban a su vez con una sincronización perfecta. Se podía escuchar enlazado con la música cada ciertos segundos el canto conjunto y ordenado de “Utobab, Utobab” por parte de los allí congregados.
Una inmensa bandada de aves de muy diferentes especies llegó a los cielos del poblado y comenzó a volar en un gran círculo. Desde El Gran Bosque llegó un melódico sonido de viento aullador que se incorporó armónicamente a la música que sonaba. Las aguas del Gran Río contemplaban a todo tipo de peces saltando sobre su superficie repetidas veces. Todo formaba una conjunción de color, sonidos y formas equilibrada.

Starless, Godbluf y Renaín entrelazaron sus manos conjuntamente elevándolas al cielo. Desde la Gran Pirámide salió un rayo carmesí hacia el norte que se perdió en el horizonte. En ese preciso momento la música cesó, las voces callaron, los sonidos del bosque se apagaron, la enorme bandada de aves hizo un vuelo raso sobre las cabezas todos, los bailarines pararon, los tres Hermanos del Sol bajaron sus manos para colocárselas a la altura del pecho mirando a la multitud. Todo el pueblo allí congregado mostraba rostros sonrientes y calmados devolviendo la mirada noble y agradecida en dirección a Renaín.
Melkart miraba a Eritra con ojos interrogantes y esta le hizo lentamente una señal con la mano, indicándole que fuera paciente y continuara inmóvil. A la Gran Pirámide llegó el rayo de color carmesí desde el sur del planeta y se fundió con su mismo inicio, despidiendo una fuente de luz multicolor y cambiante que bañó por completo a Utobab durante unos doce segundos.
A continuación una subita quietud invadió a Melkart, una sensación de bienestar y equilibrio latentes en su ser que nunca antes había sentido. Eritra le miró y observando algo extraño en él se colocó a su lado, aprovechando que ya se producía movimiento en toda la gente de la reunión. Renaín observó a Eritra y se dirigió hacia ella con ánimo de hablarle pero en ese momento el medallón que portaba Melkart se iluminó parpadeante en dos de los rayos con los que representaba el sol, se detuvo cerca de ellos mirando asombrado el medallón, giró su cabeza y mirando a Starless y Godbluf les indicó mentalmente lo que estaba ocurriendo. Los dos maestros avanzaron hacia donde estaba Melkart, este cogió el medallón entre sus manos abriéndolo y miró la pequeña pantalla que incluía en su interior. Leyó para sí el corto mensaje enviado por Euritión y todo alrededor quedó en un silencio telúrico, sintió una enorme soledad nueva para él, acompañado por Eritra, Godbluf, Starless y Renaín.

Melkart se sentó en la escalinata y les dijo – Se han adueñado de la nave….


Masmoc Utopía

domingo, 14 de marzo de 2010

Dueño de mi propio mundo

Capítulo VII: Utobab

El cuerpo golpeó el suelo con brusquedad y quedó inerte sobre un terreno arenoso que sin duda dejaría dibujada su silueta cuando este despertara.
Con presteza y celeridad descolgué mi medallón y tocándolo en sentido inverso al ejecutado cuando el muchacho lo miraba con fijación, provocando en él la puesta en funcionamiento de un sistema de sedación hipnótica, provocó una luz azul añil con la que recorrí todo su cuerpo.
Los resultados del escáner fueron inmediatos, Euritión nos leyó las conclusiones a través del transmisor:
Estructura ósea perfecta, musculatura desarrollada y un cerebro con gran cantidad neuronal y una utilización al menos del 50%. Un chico que en la tierra podría considerarse por encima de lo normal.
A pesar de sus sorprendentes cualidades, todo este examen dejaba a las claras que estos seres habían evolucionado como nosotros.
Aún me colgaba el medallón, cuando se comenzó a despertar, se incorporó de forma agitada y mostró cierta desconfianza de nosotros tras el letargo.

- Tranquilo, sin duda has sufrido un desmayo provocado por el exceso de adrenalina.
- Será

Dijo escuetamente, pero sin ninguna convicción.

- ¿De donde venís?
- Nuestro poblado está más allá del bosque.
- Nadie puede atravesar El Gran Bosque.
- Pues nosotros si pudimos pasar, tras El Gran Bosque, existen unas montañas blancas, con vientos gélidos que penetran en los huesos y hielan los sentidos, y tras estas una pradera, sobre la que se asienta nuestro poblado.

Aproveché los conocimientos adquiridos desde la nave, sobre la geografía del terreno, para adornar la existencia de un pueblo que estos seres pudieran ignorar lejos de su mundo.

- ¡Sorprendente!
- Mi nombre es Melkart y el de mi compañera Eritra.

Al señalar a Eritra, el muchacho la contempló como si hasta aquel momento no hubiese tenido conciencia de su existencia, pero sus ojos delataron que ya no volvería a olvidarla.

- Yo soy Renaín. A mis Maestros les gustaría conoceros, y que les habléis de ese lugar.
- Para nosotros también sería un placer, conocer tu poblado.

El muchacho era parco en palabras, pero sin lugar a dudas actuaba con rapidez ante unos acontecimientos inesperados para él.
El alba descubría un paisaje nuevo, eclipsando el embrujo de la luna y devolviendo la laguna a sus moradores voladores, que ya chapoteaban sobre ella antes de que el sol dominara la dehesa.
El viaje fue transcurriendo en un silencio que delataba unos pasos incesante que devoraban horas de camino.
La encina se despedía de nosotros y bajo nuestra mirada aparecía un extenso valle atravesado por un río caudaloso y sereno que absorbía nuestra visión.

- Tenemos que seguir el curso del Gran Río hasta el crepúsculo y llegaremos a Maresma, allí haremos noche y mañana atravesaremos El Gran Río.
- ¿Qué es Maresma?
- Todo a su debido tiempo.

Ya declinaba la tarde cuando frente a nosotros, El Gran Río desapareció, dando paso a un cenagal inmenso que superaba nuestra mirada.

-El Gran Río penetra en las entrañas de Utobab para emerger a una distancia de dos soles a pie, mientras nos deja con Maresma.

¡Utobab, así se llamaba, ya podía ponerle nombre a mi mundo!
Me despertó un sol brillante que iluminaba aquel cenagal, con aquella luminosidad aún parecía más inmenso.

-Maresma nos permitirá cruzar a la otra orilla, pero Maresma es traicionera, pisad donde yo pise, dad los pasos que yo de, ni uno mas. Si Maresma os atrapa difícil será que podáis evitar visitar al Averno de Utobab.

Fue tan clara la explicación del peligro que corríamos en aquel lugar, que mis ojos contaban los pasos del muchacho que me precedía y mis pies contaban los míos. Un oscuro pájaro de pico rojo me embistió y mi cuerpo se balanceó forzándome a pisar fuera de la línea imaginaria creada por Renaín. Maresma tiró de mí hacía sus confines con tal fuerza que mis rodillas se incrustaron en el cenagal. Renaín reaccionó con rapidez y con su cuerda introdujo el lazo hasta mi cintura y junto a Erítra evitaron que me postrara frente a Cancerbero; cuanto mas oscuro esté mas cerca estará la luz, ya me llegaba el cenagal a la cintura cuando cedió a los arrebatos de Renaín y Eritra y me devolvieron al reino de los vivos.
A aquellos ojos verdes que me miraban con reproche les volvía a deber la vida.
El resto del viaje transcurrió placidamente, tras salir de Maresma nos encontramos en la margen izquierda de El Gran Río.
Llegamos a unos cultivos de trigos y cereales que delataban la cercanía de un poblado ducho en la agricultura.
Apareció entre los trigales, cuando el sol se marchaba a descansar tras unos montes lejanos y se echaba el telón de la noche, un poblado de casas de adobe suspendidas sobre columnas y defendidas por un dique, que descubría un río que detrás de una imagen tranquila y mansa, ocultaba bravura en tiempos de lluvias.
La entrada en el poblado fue extraña, lejos de sorprenderse por nuestra presencia, todos a nuestro paso se agolpaban y nos dejaban un pasillo por el que caminábamos tras Renaín, sin que nadie nos mirase, todos miraban unos cuernos que Renaín había sacado de su bolsa y mostraba con orgullo a su pueblo.
Llegamos a las escalinatas de una casa no diferente al resto, de ella salieron dos hombres ataviados con sendas túnicas, el mayor con cabeza rapada y perilla blanca de color amarilla y el mas joven con porte atlético, y perilla oscura con tunica azul; las dos con un sol en el centro. Bajaron las escaleras hasta colocarse frente a Renaín y este les postró las astas a sus pies, los tres alzaron los brazos hacia arriba y lo bajaron lateralmente haciendo un círculo en el aire para finalizar con las manos sobre sus pechos.
Todo se cubrió de silencio, se podía escuchar el paso de El Gran Río buscando a Maresma. Eritra y yo parecíamos no existir y en aquel preciso momento el hombre mayor nos miró fijamente con templanza y dijo:

- Hola Erítra, hola Melkart sed bienvenidos….

Tartessus Baobab

sábado, 6 de marzo de 2010

Dueño de mi propio mundo

Capítulo VI: "El que Perdura"

Renaín miraba con ojos incrédulos el medallón que colgaba del cuello del hombre, al portador de este y a la mujer que le acompañaba. Los músculos en tensión, vigilante, expectante ante la inesperada presencia de ambos allí. La Gran Caza tenía que ser una experiencia solitaria y personal, sin espectadores, solamente el fiero animal y él. No lograba encajar a los dos extraños en la escena mental de su última prueba de aprendizaje en la dehesa.

Dos días atrás comenzó su fase de ayuno y recogimiento antes de iniciar el camino de La Gran Caza, que eran tres días y tres noches aunque él sólo lo hizo durante el resto de un día y una noche completa. “El que perdura” así lo ordenó por primera vez.
Cuando el amanecer llegó, su Maestro de Día y su Maestro de Tarde lo escoltaron hasta llegar a la puerta de la Gran Piramide . Los dos acompañantes se pusieron una especie de gafas de un cristal dorado, se acercaron a dos figuras de piedra con forma de animal mezcla entre gran buey y toro, cada uno agarró con las dos manos los cuernos de la figura que tenía frente a él y enfrentó su mirada a través de las gafas doradas, pegándolas a los ojos del toro-buey. La puerta se abrió hacia arriba silenciosamente. Ambos se quitaron sus extrañas gafas, las guardaron en sus ropas y se adentraron en la Gran Pirámide seguidos por Renaín. Caminaban en sentido descendente, a medida que avanzaban se iba iluminando el pasillo sin que se observara de donde provenía la luz directamente. Las paredes de piedra estaban adornadas con dibujos de gran colorido de todo tipo de animales, con la curiosidad de que todos miraban hacia arriba. El techo representaba un cielo claro y luminoso, escaso de nubes, tan real que parecía que se encontraban al descubierto.
Renaín recordaba su pasado, sus años de infancia, la imagen de sus padres a los que no llegó a conocer, el día en que lo eligieron para ser aprendiz y el orgullo que sintió, los años de aprendizaje con sus dos maestros y los últimos acontecimientos que le habían llevado hasta allí. Siempre había estado esperando ese momento en el que podría conocer a “El que perdura” y presentar su Tabla de Honor, había luchado por ello y superado muchas pruebas de habilidad y conocimiento. Pero ahora que estaba allí dudaba si de verdad se merecía ese derecho, no tenía tan claro que realmente estuviera preparado para su futuro.
El sonido en aumento de una música rítmica de percusión le sacó de sus pensamientos, el volumen crecía conforme avanzaban, hasta que llegaron ante una puerta de metal lisa con un dibujo del sol idéntico al que llevaban los maestros en sus ropas. Las percusiones cesaron. Los dos maestros se colocaron de nuevo las gafas de cristal dorado, posaron sus manos sobre el dibujo central de la puerta durante unos segundos y al comenzar a oirse un silbido débil apartaron las manos, manteniéndose ambos en la misma posición delante de su aprendiz y de cara a la puerta metálica. Desde el centro de la imagen del sol en la puerta salió un rayo de luz dirigido de igual modo a los ojos de los maestros, la estela luminosa duró unos pocos segundos y cuando acabó de emitir, la puerta metálica se abrió totalmente. Los tres cruzaron la entrada penetrando en una estancia donde las paredes estaban acolchadas, igual que el techo; el suelo ya no era de piedra y estaba cubierto por una especie de alfombra de color azul. Los dos maestros se quitaron las gafas y las ocultaron en sus ropas.
-Renaín, vas a entrar por primera vez al Salón de Tablas y podrás conocer a “El que perdura”-dijo el Maestro de Día.
-Cada dos años, como bien sabes un aprendiz de Hermano del Sol menor de veinte años es elegido para emprender la Gran Caza. Por primera vez ese privilegio ha recaido en alguien tan joven como tú -dijo el Maestro de Tarde con una expresión de satisfacción en su rostro.
- Cierto es también que hasta hoy no ha habido ningún aprendiz con tantas cualidades para merecerlo. Por ello estás aquí antes de lo previsto. Es justo que sepas ahora que “El que perdura” siempre mostró un especial interés en la evolución de tu adiestramiento desde que eras muy joven – dijo el Maestro de Día acompañando una amplia sonrisa.
Renaín permanecía en silencio oyendo las palabras de sus maestros; estaba descubriendo unas estancias que muy pocos verían en su vida, y estaba descubriendo circunstancias de su vida que no conocía.
- Entremos pues en el Salón de Tablas – dijo el Maestro de Tarde.
Los dos maestros entraron en otra estancia, seguidos por Renaín, donde se veía sobre una pared una gran pantalla y dentro de esta se observaba una imagen del espacio repleto de estrellas brillantes. En las otras paredes colgaban cuadros de pinturas de muy variados estilos, había varias esculturas repartidas armónicamente por la habitación y se palpaba en el ambiente una sensación de paz y quietud acrecentada por la tenue luz celeste que provenía del techo en forma de cúpula. Una figura con capa azul observaba en pie la gran pantalla, de espalda a los maestros y al joven. Dándose la vuelta con un elegante movimiento les dijo – Sed bienvenidos al Salón de Tablas.
Seguidamente se colocó entre dos esculturas de mármol rosado con forma de árbol e inclinó la cabeza tres veces, dirigiendo la mirada cada vez a cada uno de los presentes. El Maestro de Día se colocó en el lado izquierdo de la habitación, el Maestro de Tarde caminó hasta ponerse frente a él, en el lado derecho de la sala, y Renaín se colocó en el centro del Salón de Tablas, sobre un dibujo del sol grabado en el suelo.
“El que perdura” alzó los brazos lateralmente hasta llevarlos arriba en paralelo, los bajó a la altura del pecho y manteniendo sus manos entrecruzadas dijo – Maestro de Día Starless, Maestro de Tarde Godbluf presentadme pues la Tabla de Honor de Renaín.
Durante cinco minutos Starless le contó la evolución de Renaín en sus años de aprendizaje, sus progresos y dificultades superadas. A continuación fue Godbluf quien, también en cinco minutos, habló de las cualidades de su aprendiz, recalcando su humildad y carácter noble. Seguidamente Renaín alzó la cabeza para mirar a lo alto, una luz se proyectó hacia él desde el techo abovedado, bañándolo en colores cambiantes y unas voces de niños a modo de coro con una melodía repetitiva sonaba dulcemente.
”El que perdura” era algo más alto que Renaín, de complexión esbelta y equilibrada, de cabello corto y oscuro peinado hacia atrás, sus ojos de color azul intenso y rasgos faciales de corte clásico. Se mantenía con las manos entrecruzadas a la altura del pecho, tapando algo que colgaba de su cuello. Su ropa de color azul brillante terminando en pantalones ajustados en los tobillos y la capa azul oscuro, junto con su expresión petrea le daba un aire de ausencia e inalterabilidad en la escena que se desarrollaba.
La música cesó, Renaín continuaba mirando hacia la luz que lo cubría de infinitos colores cambiantes desde lo alto. Los dos maestros se mantenían en silencio mirando a su aprendiz. “El que perdura” bajó sus brazos dejando ver un medallón dorado con forma de sol colgando de su cuello, avanzó hacia Renaín deteniéndose a dos pasos de él, hizo un gesto en el aire con su mano izquierda y el rayo de luz que bañaba al joven cambió a un color carmesí. Renaín le miró, inclinó la cabeza sin dejar de mirarlo y dijo –Soy Renaín.
Su voz sonó potente y segura, firme y clara. El rayo de luz casrmesí que lo bañaba inundó toda la estancia, iluminando también a Starless y a Godbluf.
- Soy quien soy gracias a mi Maestro de Día y a mi Maestro de Tarde-, dijo mirando a su izquierda y derecha donde estaba cada uno.-Presento pues mi Tabla de Honor ante “El que perdura”.
Este agarró el medallón con forma de sol que colgaba de su cuello y se lo puso en la frente al aprendiz durante unos segundos diciendo – Eres digno de la Gran Caza.
La luz carmesí que impregnaba el Salón de Tablas se desvaneció, volviendo al color celeste. Los dos maestros rodearon a Renaín y lo abrazaron efusivamente cuando “El que perdura”, mirando la pantalla que colgaba de una de las paredes dijo –No hay tiempo que perder.
Los tres se acercaron para ver a qué se refería. En la pantalla se veía un mapa de la zona a la que tendría que encaminarse Renaín para la Gran Caza.
- En este punto deberás acometer tu desafío, no en otro lugar, tiene que ser aquí.-“El que perdura señaló una zona del mapa en la pantalla.-Y debes hacerlo en menos de quince horas.
Se hizo un silencio hueco en la estancia, los dos maestros se miraban con gesto de interrogación, Renaín miraba la pantalla buscando respuestas a la premura y a un lugar concreto tan limitado para la Gran Caza, ninguno de los tres esperaba esa circunstancia.
- Hay que partir ya.-Dijo “El que perdura” tocándose el medallón dorado con la mano izquierda.- Pero antes de marchar debes saber Renaín que en la Gran Caza te espera tu futuro, y también el destino de tu pueblo. Desde aquí le hablo al viento para que nos traigas respuestas.

Renaín comenzó a sentir un sudor frío, sus piernas temblaban. El hombre y la mujer lo miraban en silencio. Él señalaba el medallón que colgaba del cuello del hombre intentando decir algo, pero las palabras no llegaban a salir de su boca, su visión se nublaba hasta que perdió el conocimiento por completo y se desmayó ante los dos extraños.
- Creí que no caería nunca – dijo la mujer.



Masmoc Utopía

jueves, 25 de febrero de 2010

Dueño de mi propio mundo

Capítulo V: Renaín

La Maniobra de aterrizaje fue tomada con la máxima precisión, Euritión era un piloto experto en cualquier tipo de situaciones. El lugar había sido elegido como el mas idóneo para mantener la nave oculta, un calvero en un bosque de álamos temblones que Eritra rápidamente bautizó como El gigante Tembloroso, (según ella todo aquel bosque pertenecía a un mismo organismo viviente).
La distancia de seguridad que se había elegido era de dos días a pie hasta llegar al poblado.
La indumentaria elegida fue diseñada de acuerdo a las imágenes tomadas del poblado, de tal forma que pudiésemos pasar por forasteros de algún poblado lejano. El único medio que nos mantendría en contacto con la nave era un transmisor camuflado en un medallón con la figura de un sol que colgué de mi cuello.
Antes de abandonar la nave volvimos a comprobar la composición de la atmósfera de aquel planeta: 21% oxigeno, ningún gas que pudiese perjudicar mi respiración y una presión atmosférica de 1024 mb., por lo que nada evitaría mi exploración de aquel planeta.
Nos despedimos de Euritión y avanzamos por el bosque de álamos gigantes y temblorosos que ocultaba la visión de un cielo negro azabache repleto de miles de diamantes que esperaban ansiosos la llegada de una luna que eclipsara su belleza por unas horas.
Un caminar incesante nos hizo olvidar el paso de las horas, solo tuvimos conciencia del tiempo transcurrido, cuando un rayo atravesó la espesura de los álamos iluminando nuestro camino, y manteniendo durante todo aquel día un viaje lleno de claroscuros provocados por pequeños calveros del bosque.
La oscuridad se adueñaba de nuevo del planeta, cuando la espesura del bosque se paró violentamente formando una línea de álamos limitando su territorio y dando paso a una dehesa, donde la principal protagonista era la encina.
Recorrimos algunos kilómetros por aquel paisaje solo acompañados de un cielo estrellado, delante de nosotros apareció una pequeña laguna que parecía mantener secuestrada a una luna ya que nada mas acercamos se asomó a sus aguas, provocando una noche con luz de plata suave que daba descanso a los diamantes de la noche.
Me aparte de Eritra para probar un agua cristalina dueña del embrujo de la luna, y en aquel momento el reflejo me mostró un animal con dimensiones de buey y furia de toro bravo que me envestía celoso de que le robara aquel paisaje.

Solo pude volverme y mi cuerpo quedó inerte frente al animal, mi mente si actuó con rapidez, y repasó una vida llena de búsquedas, siempre en pos de un descubrimiento que me encumbrara, como los ídolos de mi niñez en la historia de una civilización ya caduca. Y cuando ese objetivo estaba tan cerca, dejo la vida en un planeta sin descubrir siquiera su nombre.
Ya atravesaba el animal la última encina para llegar a su objetivo, cuando alguien saltó sobre su cabeza, aferrándose a las astas y desviando su trayectoria unos centímetros antes de alcanzarme. El animal cayó en la orilla de la laguna, fruto de la agilidad del pequeño ser que llevaba sobre él.
La lucha fue a vida o muerte, sabía exactamente como forzar la sumisión de aquel gigantesco animal, y cuando tras unos minutos de intenso esfuerzo, por parte de los dos, el astado animal mostró su sumisión, con un rápido movimiento, el pequeño ser sacó una espada pequeña parecida a una antigua falcata y degolló al animal dejándolo en un sueño eterno junto al reflejo de una luna que posiblemente también lo había visto nacer.
Los siguientes movimientos fueron dos cortes rápidos y precisos con los que cortó unos cuernos afilados que guardó minuciosamente en una pequeña bolsa de piel que llevaba colgada.
Eritra ya se encontraba junto a mí y lo habíamos observado todo con perplejidad
Hasta entonces no pareció haber reparado en nuestra presencia, se levantó y se dirigió hacia nosotros; era un chico de unos diecisiete años, de estatura media y complexión atlética. .
Su mirada se centró en el colgante que yo llevaba en mi pecho, el sol que nos mantenía en contacto con Euritión, cuando estuvo junto a nosotros dijo algo señalándolo en un idioma ininteligible para mi, miré apresurado a Eritra para pedirle ayuda, sabía todas las lenguas conocidas en nuestro planeta; la cara de desconocimiento en ella me frustró y solo pude escuchar de su boca:
- No existe en la tierra ninguna lengua parecida.
El silencio que se creo fue tal, que solo fue roto cuando el chico dijo:
- Conozco perfectamente vuestro idioma, el maestro de tarde me lo enseñó……


Tartessus Baobab