lunes, 28 de enero de 2013

Subsuelo VII


El calor de su cuerpo me inunda, acalora un cuerpo frío y desorientado que se ve superado por unos acontecimientos surrealistas, para una vida acomodada como la mía.
Horas han pasado desde que mi llegada a la gran ciudad me llevara a tomar la decisión de adentrarme en sus entrañas, años me parecen a mí, años desde que Caroncero cambió mi billete; de un tren subterráneo que me llevara a las puertas de mi destino, Diamond Dogs, por los abismos del subsuelo donde mi destino y mis objetivos, aún sin aclararse, sin duda tomaran otro camino.
Gente indiferente, violencia desmesurada, viejos enigmáticos, salidas que sin puertas que te eviten huir de este purgatorio, te hacen retroceder. Y por encima de todo y de todos, Moníz, pero ella hace que todo esto merezca la pena, aunque fuese cómplice en la conjura que me trajo hasta esta oquedad, deseaba estar junto a ella, de alguna manera creía haber estado esperando conocerla desde siempre.
Necesito entenderlo todo, ¿que pinto yo en toda esta locura?, ¿qué puede aportar un provinciano como yo para que toda esta injusticia, que se declara a cada paso que doy por estos pasillos interminable y que siempre te llevan al mismo lugar, acabe?

¡Que comience la lucha!

Los dos aspirantes comenzaron a gira por el ring pentagonal, provocando a todos los asistentes que comenzaron a gritar desesperadamente, aclamando cada uno a su favorito.
Cuando los dos luchadores habían recorrido todo el ring, se volvieron uno hacia el otro, los segundos que cruzaron las miradas se llenaron de silencio, silencio en los que tan solo llegaban a mis oídos los latidos del corazón de Moníz, conocedora de lo que acontecería entre los dos aspirantes, se aceleraba de una forma brusca.
Todo estalló en un violento grito que se extendió desde dentro del campo de lucha, provocado por los aspirantes, como una onda expansiva que inundó la Plaza Strummer.
La primera embestida fue repelida por el luchador mas joven con la misma agresividad como había sido el arranque de su agresor; este rodó por los suelos y la primera aparición de sangre en la boca, reactivó la algarabía y el clamor de todos.
Mi cerebro cada vez se aislaba más de todo aquello, todo me superaba, ese ruido, ese chico que apenas llegaría a los 20 años de edad, fuerte de musculatura , agresivo en los gestos que realizaba para reivindicar su primera victoria en la lucha que comenzaba. Ese otro luchador que pasados los 30 años y con rasgos de haber estado en mas lides como aquella; se levantaba y escupía la sangre que le había producido el desgarro de dos dientes sobre la mampara que los rodeaba. Saltó sobre su contrincante, subiéndose a sus espaldas, mientras este jaleaba al público , de un bocado le desgarro la oreja izquierda escupiéndola al suelo, mientras el joven chillaba de dolor y caía al suelo. Al caer aprovechó para deshacerse de su enemigo y tras una vuelta sobre el suelo y de un salto ágil se levantó, pateando el estómago de su adversario: una, dos, tres veces, hasta que con un gesto de contracción agarro el pie del musculoso joven y con un rápido giro lo tiró al suelo junto a él, se revolcaron juntos por el ring.
Quería huir de aquello, Moníz me apretaba cada vez más fuerte y yo cada vez lo sentía menos,... hasta que la imagen de la lucha desapareció y me volví a encontrar en el vado del Tuk.

Fue una mañana diferente, la carta que había recibido me llenó de incertidumbre, todo mi mundo podía desaparecer, la gran ciudad y los proyectos en los que me invitaban a participar me llenaban de miedo hacía lo desconocido.
Por eso me adentré en el bosque en la tarde plácida de primavera y llegue mas allá de mi camino habitual, hasta el vado del Tuk, donde me recosté junto a una piedra roma, buscando la tranquilidad de espíritu que me ayudara a discernir mi futuro.
Aquella piedra de parar el tiempo me absorbió, me tendí sobre ella y me provocó un duermevela que me llevó hasta que la sobras alargadas se transformaron en una noche oscura, amenizada por los diamantes de la noche que adornaban el firmamento.
Claroscuros del paisaje, me guiaban la mirada al monte que superaba el bosque al otro lado del Tuk, la cima de la montaña en forma piramidal relucía por la claridad de una luna reflejada sobre ella. Parecía apuntar hacia el firmamento de estrellas, miré el imaginario objetivo que me descubría ..., y allí estaba sobresaliendo sobre todas las demás,¡La Vara de Asclepio!, si, estaba allí arriba esperándome sin duda, con ese nombre se conocía a la constelación de Ofiuco y parecía señalarme mi nuevo destino, cuantas veces de pequeño la había contemplado desde el tejado de mi casa, imaginando cada estrella y cada planeta de la constelación, nombrándolas: Ofiuchi, Gliesse, Otivus, Utobab.. unas reales otras inventadas en las noches de vigilia, ahora gracias a Diamond Dogs tendría la oportunidad de conocer otros mundo mas de cerca, reavivar mis sueños dormidos de la infancia. Volví a dormirme soñando con la inmensidad del universo, en mis sueños viaja por mundos desconocidos.

Desperté bruscamente con el rugido de la multitud que aclamaba la ejecución del joven luchador, permanecía con la cabeza aprisionada sobre el suelo del ring por la bota de su enemigo.
Todos callaron y lentamente apretó su pie sobre la cabeza del joven luchador, hasta que crujió una vez, dos..., los estertores de la muerte llegaron lentamente, nadie se movía, solo cuando el ganador levantó su puño y rugió, todos aclamaron al nuevo aspirante a “Ángel Exterminador”.
Me deshice de Moníz y corrí tropezando con la multitud, solo buscaba una salida, tenía que salir de allí, tanta violencia superaba todo lo que era y todo lo que yo quería ser.
Encontré un resquicio por el que salir sin ser visto por los S.C.. Fuera de la Plaza Strummer el silencio dañaba mis oídos provocando un zumbido que enloquecía mi ya escasa cordura; me arrodillé y lloré como un niño.
Gemía y me lamentaba cuando intuí una presencia que me observaba,  levanté la cabeza y allí estaba.., El anciano de traje blanco se encontraba frente a mí, compasión por mi reflejaban sus ojos, un aire familiar me traslucía su rostro arrugado por el paso de los años.

No somos lo que parecemos ser.

La sorpresa por lo enigmático de sus palabras me anularon el razonamiento y no supe que decir.

Enter, ¿que haces ahí?

Oí a mis espaldas, era Moníz que asustada por mi huida repentina me había seguido, volví la cara para verla, y cuando me volví a girar para presentarle  a mi anciano y enigmático amigo, ya no estaba.

¿No lo has visto verdad? le pregunté.
¿A quien?, contestó ella.

Tartessus Baobab