miércoles, 24 de marzo de 2010

Dueño de mi propio mundo

Capítulo VIII: Maresma

Starless cogió un cuerno de la escalinata, levantó su brazo derecho con ello al cielo, alzó su mirada hacia este gritando con fuerza a los allí congregados – Utobab ; Utobab.
La multitud repitió sus palabras dos veces del mismo modo, de forma armónica como si fueran una sola persona –Utobab ; Utobab. De nuevo realizó la misma operación con el otro cuerno y la enorme voz del poblado elevó su canto de llamada.
Melkart mantenía su cara de asombro tras oir pronunciar sus nombres al hombre mayor. Las voces al unísono de las gentes resonaban en sus oídos - Utobab, Utobab; el planeta donde se encontraban, el mundo sobre el que él tenía la llave de su destino, y le llegaban dudas hacia donde girar la llave, a un lado dejando la puerta cerrada sin intervenir, a otro abrir y continuar la misión original. Todavía no tenía respuestas.
Eritra analizaba los datos sin lograr la explicación al conocimiento de sus nombres, miraba a Renaín intentando hallar una respuesta que no llegaba.
Renaín miraba al cielo y pensaba en las palabras que le dijo “El que perdura” antes de partir a la Gran Caza. No traía respuestas, sólo llegaba con dos desconocidos.
Godbluf miró a Renaín directamente a los ojos y se dirigió a él mentalmente para comunicarle que la llegada de los extranjeros era una excelente y esperada noticia para “El que perdura”.
- * Maestro de Tarde, no entiendo la importancia de la llegada de Melkart y Eritra *- le dijo Renaín a Godbluf usando las técnicas telepáticas adquiridas en sus años de aprendizaje con sus maestros.
- * Pronto lo entenderás, todo a su debido tiempo * - le contestó Godbluf mentalmente.

Unos músicos llegaron hasta la primera fila de la multitud haciendo sonar sus variados instrumentos de percusión y sus extrañas y diferentes trompetas. Unos doce bailarines engalanados con ropajes multicolores danzaban a su vez con una sincronización perfecta. Se podía escuchar enlazado con la música cada ciertos segundos el canto conjunto y ordenado de “Utobab, Utobab” por parte de los allí congregados.
Una inmensa bandada de aves de muy diferentes especies llegó a los cielos del poblado y comenzó a volar en un gran círculo. Desde El Gran Bosque llegó un melódico sonido de viento aullador que se incorporó armónicamente a la música que sonaba. Las aguas del Gran Río contemplaban a todo tipo de peces saltando sobre su superficie repetidas veces. Todo formaba una conjunción de color, sonidos y formas equilibrada.

Starless, Godbluf y Renaín entrelazaron sus manos conjuntamente elevándolas al cielo. Desde la Gran Pirámide salió un rayo carmesí hacia el norte que se perdió en el horizonte. En ese preciso momento la música cesó, las voces callaron, los sonidos del bosque se apagaron, la enorme bandada de aves hizo un vuelo raso sobre las cabezas todos, los bailarines pararon, los tres Hermanos del Sol bajaron sus manos para colocárselas a la altura del pecho mirando a la multitud. Todo el pueblo allí congregado mostraba rostros sonrientes y calmados devolviendo la mirada noble y agradecida en dirección a Renaín.
Melkart miraba a Eritra con ojos interrogantes y esta le hizo lentamente una señal con la mano, indicándole que fuera paciente y continuara inmóvil. A la Gran Pirámide llegó el rayo de color carmesí desde el sur del planeta y se fundió con su mismo inicio, despidiendo una fuente de luz multicolor y cambiante que bañó por completo a Utobab durante unos doce segundos.
A continuación una subita quietud invadió a Melkart, una sensación de bienestar y equilibrio latentes en su ser que nunca antes había sentido. Eritra le miró y observando algo extraño en él se colocó a su lado, aprovechando que ya se producía movimiento en toda la gente de la reunión. Renaín observó a Eritra y se dirigió hacia ella con ánimo de hablarle pero en ese momento el medallón que portaba Melkart se iluminó parpadeante en dos de los rayos con los que representaba el sol, se detuvo cerca de ellos mirando asombrado el medallón, giró su cabeza y mirando a Starless y Godbluf les indicó mentalmente lo que estaba ocurriendo. Los dos maestros avanzaron hacia donde estaba Melkart, este cogió el medallón entre sus manos abriéndolo y miró la pequeña pantalla que incluía en su interior. Leyó para sí el corto mensaje enviado por Euritión y todo alrededor quedó en un silencio telúrico, sintió una enorme soledad nueva para él, acompañado por Eritra, Godbluf, Starless y Renaín.

Melkart se sentó en la escalinata y les dijo – Se han adueñado de la nave….


Masmoc Utopía

domingo, 14 de marzo de 2010

Dueño de mi propio mundo

Capítulo VII: Utobab

El cuerpo golpeó el suelo con brusquedad y quedó inerte sobre un terreno arenoso que sin duda dejaría dibujada su silueta cuando este despertara.
Con presteza y celeridad descolgué mi medallón y tocándolo en sentido inverso al ejecutado cuando el muchacho lo miraba con fijación, provocando en él la puesta en funcionamiento de un sistema de sedación hipnótica, provocó una luz azul añil con la que recorrí todo su cuerpo.
Los resultados del escáner fueron inmediatos, Euritión nos leyó las conclusiones a través del transmisor:
Estructura ósea perfecta, musculatura desarrollada y un cerebro con gran cantidad neuronal y una utilización al menos del 50%. Un chico que en la tierra podría considerarse por encima de lo normal.
A pesar de sus sorprendentes cualidades, todo este examen dejaba a las claras que estos seres habían evolucionado como nosotros.
Aún me colgaba el medallón, cuando se comenzó a despertar, se incorporó de forma agitada y mostró cierta desconfianza de nosotros tras el letargo.

- Tranquilo, sin duda has sufrido un desmayo provocado por el exceso de adrenalina.
- Será

Dijo escuetamente, pero sin ninguna convicción.

- ¿De donde venís?
- Nuestro poblado está más allá del bosque.
- Nadie puede atravesar El Gran Bosque.
- Pues nosotros si pudimos pasar, tras El Gran Bosque, existen unas montañas blancas, con vientos gélidos que penetran en los huesos y hielan los sentidos, y tras estas una pradera, sobre la que se asienta nuestro poblado.

Aproveché los conocimientos adquiridos desde la nave, sobre la geografía del terreno, para adornar la existencia de un pueblo que estos seres pudieran ignorar lejos de su mundo.

- ¡Sorprendente!
- Mi nombre es Melkart y el de mi compañera Eritra.

Al señalar a Eritra, el muchacho la contempló como si hasta aquel momento no hubiese tenido conciencia de su existencia, pero sus ojos delataron que ya no volvería a olvidarla.

- Yo soy Renaín. A mis Maestros les gustaría conoceros, y que les habléis de ese lugar.
- Para nosotros también sería un placer, conocer tu poblado.

El muchacho era parco en palabras, pero sin lugar a dudas actuaba con rapidez ante unos acontecimientos inesperados para él.
El alba descubría un paisaje nuevo, eclipsando el embrujo de la luna y devolviendo la laguna a sus moradores voladores, que ya chapoteaban sobre ella antes de que el sol dominara la dehesa.
El viaje fue transcurriendo en un silencio que delataba unos pasos incesante que devoraban horas de camino.
La encina se despedía de nosotros y bajo nuestra mirada aparecía un extenso valle atravesado por un río caudaloso y sereno que absorbía nuestra visión.

- Tenemos que seguir el curso del Gran Río hasta el crepúsculo y llegaremos a Maresma, allí haremos noche y mañana atravesaremos El Gran Río.
- ¿Qué es Maresma?
- Todo a su debido tiempo.

Ya declinaba la tarde cuando frente a nosotros, El Gran Río desapareció, dando paso a un cenagal inmenso que superaba nuestra mirada.

-El Gran Río penetra en las entrañas de Utobab para emerger a una distancia de dos soles a pie, mientras nos deja con Maresma.

¡Utobab, así se llamaba, ya podía ponerle nombre a mi mundo!
Me despertó un sol brillante que iluminaba aquel cenagal, con aquella luminosidad aún parecía más inmenso.

-Maresma nos permitirá cruzar a la otra orilla, pero Maresma es traicionera, pisad donde yo pise, dad los pasos que yo de, ni uno mas. Si Maresma os atrapa difícil será que podáis evitar visitar al Averno de Utobab.

Fue tan clara la explicación del peligro que corríamos en aquel lugar, que mis ojos contaban los pasos del muchacho que me precedía y mis pies contaban los míos. Un oscuro pájaro de pico rojo me embistió y mi cuerpo se balanceó forzándome a pisar fuera de la línea imaginaria creada por Renaín. Maresma tiró de mí hacía sus confines con tal fuerza que mis rodillas se incrustaron en el cenagal. Renaín reaccionó con rapidez y con su cuerda introdujo el lazo hasta mi cintura y junto a Erítra evitaron que me postrara frente a Cancerbero; cuanto mas oscuro esté mas cerca estará la luz, ya me llegaba el cenagal a la cintura cuando cedió a los arrebatos de Renaín y Eritra y me devolvieron al reino de los vivos.
A aquellos ojos verdes que me miraban con reproche les volvía a deber la vida.
El resto del viaje transcurrió placidamente, tras salir de Maresma nos encontramos en la margen izquierda de El Gran Río.
Llegamos a unos cultivos de trigos y cereales que delataban la cercanía de un poblado ducho en la agricultura.
Apareció entre los trigales, cuando el sol se marchaba a descansar tras unos montes lejanos y se echaba el telón de la noche, un poblado de casas de adobe suspendidas sobre columnas y defendidas por un dique, que descubría un río que detrás de una imagen tranquila y mansa, ocultaba bravura en tiempos de lluvias.
La entrada en el poblado fue extraña, lejos de sorprenderse por nuestra presencia, todos a nuestro paso se agolpaban y nos dejaban un pasillo por el que caminábamos tras Renaín, sin que nadie nos mirase, todos miraban unos cuernos que Renaín había sacado de su bolsa y mostraba con orgullo a su pueblo.
Llegamos a las escalinatas de una casa no diferente al resto, de ella salieron dos hombres ataviados con sendas túnicas, el mayor con cabeza rapada y perilla blanca de color amarilla y el mas joven con porte atlético, y perilla oscura con tunica azul; las dos con un sol en el centro. Bajaron las escaleras hasta colocarse frente a Renaín y este les postró las astas a sus pies, los tres alzaron los brazos hacia arriba y lo bajaron lateralmente haciendo un círculo en el aire para finalizar con las manos sobre sus pechos.
Todo se cubrió de silencio, se podía escuchar el paso de El Gran Río buscando a Maresma. Eritra y yo parecíamos no existir y en aquel preciso momento el hombre mayor nos miró fijamente con templanza y dijo:

- Hola Erítra, hola Melkart sed bienvenidos….

Tartessus Baobab

sábado, 6 de marzo de 2010

Dueño de mi propio mundo

Capítulo VI: "El que Perdura"

Renaín miraba con ojos incrédulos el medallón que colgaba del cuello del hombre, al portador de este y a la mujer que le acompañaba. Los músculos en tensión, vigilante, expectante ante la inesperada presencia de ambos allí. La Gran Caza tenía que ser una experiencia solitaria y personal, sin espectadores, solamente el fiero animal y él. No lograba encajar a los dos extraños en la escena mental de su última prueba de aprendizaje en la dehesa.

Dos días atrás comenzó su fase de ayuno y recogimiento antes de iniciar el camino de La Gran Caza, que eran tres días y tres noches aunque él sólo lo hizo durante el resto de un día y una noche completa. “El que perdura” así lo ordenó por primera vez.
Cuando el amanecer llegó, su Maestro de Día y su Maestro de Tarde lo escoltaron hasta llegar a la puerta de la Gran Piramide . Los dos acompañantes se pusieron una especie de gafas de un cristal dorado, se acercaron a dos figuras de piedra con forma de animal mezcla entre gran buey y toro, cada uno agarró con las dos manos los cuernos de la figura que tenía frente a él y enfrentó su mirada a través de las gafas doradas, pegándolas a los ojos del toro-buey. La puerta se abrió hacia arriba silenciosamente. Ambos se quitaron sus extrañas gafas, las guardaron en sus ropas y se adentraron en la Gran Pirámide seguidos por Renaín. Caminaban en sentido descendente, a medida que avanzaban se iba iluminando el pasillo sin que se observara de donde provenía la luz directamente. Las paredes de piedra estaban adornadas con dibujos de gran colorido de todo tipo de animales, con la curiosidad de que todos miraban hacia arriba. El techo representaba un cielo claro y luminoso, escaso de nubes, tan real que parecía que se encontraban al descubierto.
Renaín recordaba su pasado, sus años de infancia, la imagen de sus padres a los que no llegó a conocer, el día en que lo eligieron para ser aprendiz y el orgullo que sintió, los años de aprendizaje con sus dos maestros y los últimos acontecimientos que le habían llevado hasta allí. Siempre había estado esperando ese momento en el que podría conocer a “El que perdura” y presentar su Tabla de Honor, había luchado por ello y superado muchas pruebas de habilidad y conocimiento. Pero ahora que estaba allí dudaba si de verdad se merecía ese derecho, no tenía tan claro que realmente estuviera preparado para su futuro.
El sonido en aumento de una música rítmica de percusión le sacó de sus pensamientos, el volumen crecía conforme avanzaban, hasta que llegaron ante una puerta de metal lisa con un dibujo del sol idéntico al que llevaban los maestros en sus ropas. Las percusiones cesaron. Los dos maestros se colocaron de nuevo las gafas de cristal dorado, posaron sus manos sobre el dibujo central de la puerta durante unos segundos y al comenzar a oirse un silbido débil apartaron las manos, manteniéndose ambos en la misma posición delante de su aprendiz y de cara a la puerta metálica. Desde el centro de la imagen del sol en la puerta salió un rayo de luz dirigido de igual modo a los ojos de los maestros, la estela luminosa duró unos pocos segundos y cuando acabó de emitir, la puerta metálica se abrió totalmente. Los tres cruzaron la entrada penetrando en una estancia donde las paredes estaban acolchadas, igual que el techo; el suelo ya no era de piedra y estaba cubierto por una especie de alfombra de color azul. Los dos maestros se quitaron las gafas y las ocultaron en sus ropas.
-Renaín, vas a entrar por primera vez al Salón de Tablas y podrás conocer a “El que perdura”-dijo el Maestro de Día.
-Cada dos años, como bien sabes un aprendiz de Hermano del Sol menor de veinte años es elegido para emprender la Gran Caza. Por primera vez ese privilegio ha recaido en alguien tan joven como tú -dijo el Maestro de Tarde con una expresión de satisfacción en su rostro.
- Cierto es también que hasta hoy no ha habido ningún aprendiz con tantas cualidades para merecerlo. Por ello estás aquí antes de lo previsto. Es justo que sepas ahora que “El que perdura” siempre mostró un especial interés en la evolución de tu adiestramiento desde que eras muy joven – dijo el Maestro de Día acompañando una amplia sonrisa.
Renaín permanecía en silencio oyendo las palabras de sus maestros; estaba descubriendo unas estancias que muy pocos verían en su vida, y estaba descubriendo circunstancias de su vida que no conocía.
- Entremos pues en el Salón de Tablas – dijo el Maestro de Tarde.
Los dos maestros entraron en otra estancia, seguidos por Renaín, donde se veía sobre una pared una gran pantalla y dentro de esta se observaba una imagen del espacio repleto de estrellas brillantes. En las otras paredes colgaban cuadros de pinturas de muy variados estilos, había varias esculturas repartidas armónicamente por la habitación y se palpaba en el ambiente una sensación de paz y quietud acrecentada por la tenue luz celeste que provenía del techo en forma de cúpula. Una figura con capa azul observaba en pie la gran pantalla, de espalda a los maestros y al joven. Dándose la vuelta con un elegante movimiento les dijo – Sed bienvenidos al Salón de Tablas.
Seguidamente se colocó entre dos esculturas de mármol rosado con forma de árbol e inclinó la cabeza tres veces, dirigiendo la mirada cada vez a cada uno de los presentes. El Maestro de Día se colocó en el lado izquierdo de la habitación, el Maestro de Tarde caminó hasta ponerse frente a él, en el lado derecho de la sala, y Renaín se colocó en el centro del Salón de Tablas, sobre un dibujo del sol grabado en el suelo.
“El que perdura” alzó los brazos lateralmente hasta llevarlos arriba en paralelo, los bajó a la altura del pecho y manteniendo sus manos entrecruzadas dijo – Maestro de Día Starless, Maestro de Tarde Godbluf presentadme pues la Tabla de Honor de Renaín.
Durante cinco minutos Starless le contó la evolución de Renaín en sus años de aprendizaje, sus progresos y dificultades superadas. A continuación fue Godbluf quien, también en cinco minutos, habló de las cualidades de su aprendiz, recalcando su humildad y carácter noble. Seguidamente Renaín alzó la cabeza para mirar a lo alto, una luz se proyectó hacia él desde el techo abovedado, bañándolo en colores cambiantes y unas voces de niños a modo de coro con una melodía repetitiva sonaba dulcemente.
”El que perdura” era algo más alto que Renaín, de complexión esbelta y equilibrada, de cabello corto y oscuro peinado hacia atrás, sus ojos de color azul intenso y rasgos faciales de corte clásico. Se mantenía con las manos entrecruzadas a la altura del pecho, tapando algo que colgaba de su cuello. Su ropa de color azul brillante terminando en pantalones ajustados en los tobillos y la capa azul oscuro, junto con su expresión petrea le daba un aire de ausencia e inalterabilidad en la escena que se desarrollaba.
La música cesó, Renaín continuaba mirando hacia la luz que lo cubría de infinitos colores cambiantes desde lo alto. Los dos maestros se mantenían en silencio mirando a su aprendiz. “El que perdura” bajó sus brazos dejando ver un medallón dorado con forma de sol colgando de su cuello, avanzó hacia Renaín deteniéndose a dos pasos de él, hizo un gesto en el aire con su mano izquierda y el rayo de luz que bañaba al joven cambió a un color carmesí. Renaín le miró, inclinó la cabeza sin dejar de mirarlo y dijo –Soy Renaín.
Su voz sonó potente y segura, firme y clara. El rayo de luz casrmesí que lo bañaba inundó toda la estancia, iluminando también a Starless y a Godbluf.
- Soy quien soy gracias a mi Maestro de Día y a mi Maestro de Tarde-, dijo mirando a su izquierda y derecha donde estaba cada uno.-Presento pues mi Tabla de Honor ante “El que perdura”.
Este agarró el medallón con forma de sol que colgaba de su cuello y se lo puso en la frente al aprendiz durante unos segundos diciendo – Eres digno de la Gran Caza.
La luz carmesí que impregnaba el Salón de Tablas se desvaneció, volviendo al color celeste. Los dos maestros rodearon a Renaín y lo abrazaron efusivamente cuando “El que perdura”, mirando la pantalla que colgaba de una de las paredes dijo –No hay tiempo que perder.
Los tres se acercaron para ver a qué se refería. En la pantalla se veía un mapa de la zona a la que tendría que encaminarse Renaín para la Gran Caza.
- En este punto deberás acometer tu desafío, no en otro lugar, tiene que ser aquí.-“El que perdura señaló una zona del mapa en la pantalla.-Y debes hacerlo en menos de quince horas.
Se hizo un silencio hueco en la estancia, los dos maestros se miraban con gesto de interrogación, Renaín miraba la pantalla buscando respuestas a la premura y a un lugar concreto tan limitado para la Gran Caza, ninguno de los tres esperaba esa circunstancia.
- Hay que partir ya.-Dijo “El que perdura” tocándose el medallón dorado con la mano izquierda.- Pero antes de marchar debes saber Renaín que en la Gran Caza te espera tu futuro, y también el destino de tu pueblo. Desde aquí le hablo al viento para que nos traigas respuestas.

Renaín comenzó a sentir un sudor frío, sus piernas temblaban. El hombre y la mujer lo miraban en silencio. Él señalaba el medallón que colgaba del cuello del hombre intentando decir algo, pero las palabras no llegaban a salir de su boca, su visión se nublaba hasta que perdió el conocimiento por completo y se desmayó ante los dos extraños.
- Creí que no caería nunca – dijo la mujer.



Masmoc Utopía