sábado, 31 de julio de 2010

Dueño de mi propio mundo

Capítulo XIII: El Gigante Tembloroso

¡Hay que luchar!...
Palabras que retumbaban en mi cabeza, reverberadas por el eco del bosque ensordeciendo mis sentidos.
El pueblo de Tull reaccionó con tal celeridad que cuando volví a la escena del preludio de la batalla, me encontré con una formación de defensa digna del más fiero ejército romano; en el centro los niños y ancianos, todos ellos flanqueados por las mujeres, y recubriendo el envoltorio perfecto de batalla se podía encontrar a los mas fieros tuluníes, a los que me uní junto a Renaín.
Que larga puede parecer la espera ante un momento como este, miradas tras unas mascaras que expresan más que mil palabras juntas, sentimientos de hermandad que se funden entre todo un pueblo que afronta su destino.
Los primeros efectivos de droides comenzaban a sacudir mandobles hacía nuestros guerreros, justo en el momento que la nave era utilizada por los droides como elemento de intimidación, con vuelos rasos sobre nuestras cabezas.
La fiereza de la lucha mostraba imágenes dantescas, sin la más minima muestra de piedad por parte de las hordas mecánicas, cualquier ser por debajo de 1.80mtros.podía ser destruido sin contemplación, no podía ser yo.
A pesar de la actitud combativa del pueblo tuluní, ver la muerte de pequeños junto a ellos fueron provocando debilitamiento en nuestras fuerzas y retrocedíamos hacía los álamos mas cercanos empujados por un ejército que cada vez era más diestro en el ataque.
En mi búsqueda del comandante en jefe de los droides, mis ojos se clavaron en Godbluf, desde el centro de la ya mermada formación alzaba los brazos hacía el hueco de cielo que dejaba a la vista el calvero del bosque. Creí que era un acto de rezo ante un final inevitable; pero no acababa de conocer a aquellos seres tan especiales.
De las ramas de aquellos álamos llorones apareció una bandada de aves rapaces que embistieron la nave que tanto daño nos estaba causando.
La nave se precipitó sobre los árboles fruto de la sorpresa y cayó seguida por la mirada de todos los droides que parecieron quedar petrificados.
Como un baile perfecto en todos sus movimientos sincronizados, el bosque emitió un mugido infernal que paralizó aún más a un ejército ya inerte sobre el campo de batalla. Y de entre aquellos álamos perfectamente alineados que formaban el Gigante Tembloroso, aparecieron decenas de toros-buey que embistieron al grupo de combate droide. Sobre los dos primeros, subidos como perfectos jinetes, venían Eritra y el pequeño Alexio, el grito de Godbluf fue una nueva arenga a todos los que quedaban en pie:
- ¡La Luz de Utobab ha conseguido que los Geniones vengan en nuestra ayuda!.
Esto provocó en el pueblo de Tull tal fuerza, que la embestida de estos sobre los droides fue aún mayor que la de los Geniones.
El momento era decisivo, las falcatas chocaban con unas espadas láser cada vez más debilitadas, reducíamos el número de estos. Nadie había vuelto a mirar hacía la nave, hasta que un grito de guerra proveniente de esta resonó sobre el estruendo de la lucha y volvió a dar brío a unos droides más mermados.
Miré y pude verlo, sobre la nave destruida, la imagen que buscaba con ansiedad durante toda la batalla. Altivo y desafiante, sin un brazo pero dispuesto a acabar con muchos tuluníes con su espada láser y la mano sobre la que la sostenía.
Supe que era la única forma de acabar aquello y me dirigí hacia el encuentro de mi destino.

- Hemos venido a este mundo con una misión que cumplir y lo haremos….
Luchad y venced…. Aniquilar al enemigo…. Es mi única orden.- Exipión gritaba al resto de sus tropas, al tiempo que corría hacia la zona de batalla esgrimiendo su espada láser con su único brazo disponible.
Melkart comprendió que su vida había sido una peregrinación vital para llegar a ese momento preciso, que el destino de su mundo se enmarcaba en el futuro de Utobab. Supo que el sentido de su existencia se dirigía hacia él a toda velocidad y se sintió cómo antes nunca se había sentido. El todo o la nada frente a frente. Supo que era el servidor de su propio mundo, el guardián de Utobab.
Recogió una espada láser del suelo con su mano izquierda, en la derecha portaba una falcata, e inició una carrera endiablada en línea recta hacia Exipión. Este lo vio y aceleró el ritmo. Antes de chocar cuerpo a cuerpo, Melkart se tiró al suelo rodando, aprovechando la gran velocidad que traía, y expandiendo sus brazos arriba y abajo cada vez que no tocaban el suelo.
Exipión no esperaba esa acción de lucha y su reacción para esquivarla fue tardía. La espada láser había conseguido cortar una pierna mecánica en dos, a la altura de lo que sería su rodilla. La falcata se clavó dos veces en la otra pierna.
Exipión perdió el equilibrio y cayó a tierra, no sin antes cruzar una herida en el brazo derecho de Melkart, donde empuñaba la falcata.
El guardián de Utobab se puso rápidamente en pie, encarando a su adversario, se quitó la máscara que cubría su rostro mostrando a Exipión su enérgica mirada.
- Comandante Melkart, entenderá que tengo una misión que cumplir. Mis ordenes son que llegados a una situación límite como la que nos encontramos, siempre prevalecerá cumplir la misión. Por lo tanto tendré que acabar con usted.
Exipión se puso de pie sosteniéndose con una pierna mientras por el resto de la otra iba goteando fluido amarillento. Se puso el puño de la espada láser en la boca para sostenerla mientras desabrochó dos botones de su casaca, mostrando un tórax de metal, abrió una pequeña tapa en su vientre donde se alojaba su ordenador central y pulsó un botón rojo.
La espada láser de Melkart quedó desactivada, inservible. Al mismo tiempo las espadas láser de los droides corrieron la misma suerte, dejándolos indefensos. Estos reaccionaron mirando a su jefe y permaneciendo inmóviles, sin atacar. Godbluf hizo señales para que cesara la batalla.
Todos observaban a Melkart y Exipión.
Melkart ya sólo empuñaba la falcata y Exipión se impulsó con su única pierna para golpearle con esta en el hombro. El robot se incorporó de nuevo con gran agilidad, Melkart permanecía en la hierba aturdido por el fuerte golpe. Su rival aprovechó ese instante para saltar de nuevo, ahora directamente hacia su pecho. Melkart logró moverse a tiempo de evitar el fatal impacto pero no logro salvar un duro golpe en el costado.
Exipión permanecía en pie al lado del humano semiinconsciente caído en la hierba, abrió con rapidez su ordenador central y de nuevo pulsó el botón rojo. Todas las espadas láser se reactivaron incluida la de Melkart, aunque ya no estaba en su poder. Los droides seguían observando la escena de la pelea junto a los tuluníes, esperando el inminente desenlace.
Exipión alzó su espada láser mirando al resto de sus tropas, diciendo:
- Aniquilad al enemi….
No pudo terminar su bélica frase. Se quedó sin energía.
Melkart asestó un golpe certero con su falcata al ordenador central que estaba alojado en su vientre, atravesándolo hasta clavarse los puños con el metal.
Melkart, exhausto, volvió a dejar caer su espalda sobre la hierba.
Exipión era ya historia…..

Me falta el aire, no siento dolor, tan sólo una fuerte opresión en el pecho que se va diluyendo a medida que mis sentidos parecen abandonarme.
Aquel cielo que me contempla parece enturbiarse cada vez más y utilizo mi última exhalación para desviar una mirada enturbiada y ver la escena final de la batalla.
Los droides han caído al suelo desactivados tras el final de su comandante en jefe. El pueblo de Tull ha vencido la guerra, pero ha perdido niños, mujeres y bravos guerreros; nada es euforia, tan solo sentimientos encontrados entre felicidad y tristeza que engloban en un día los sucesos de toda una vida.
Mis ojos ya reflejan una blancura encalada, mis oídos perciben pasos acercándose y una voz junto a mi cuerpo inerte:
- Ha llegado el momento de que conozcan a El que Perdura…


* Tartessus Baobab-Masmoc Utopía *

domingo, 25 de julio de 2010

Dueño de mi propio mundo

Capítulo XII: Alexio

Renaín se dirigió a los que todavía continuaban con vida. –Este camino aún no ha terminado, seguimos adelante. Hemos perdido a bastantes seres queridos. Para despedirnos de ellos y honrar su memoria, permitidme que entone mi plegaria.
Todos se acomodaron en el suelo y guardaron silencio. Godbluf hizo señales invitando a Eritra y Melkart a sentarse a cada lado suyo.
Renaín apoyó su espalda sobre el árbol más próximo y con la vista hacia los cielos comenzó a recitar de forma melodiosa, lentamente, con alegre tristeza en su voz y en sus ojos.

Cierro los ojos y sigues ahí, inmutable,
le hablo a los vientos y mi voz no llega a ti,
palpo en el aire el hueco indescifrable
y oigo en mi alma el ruego de tu canto.

Liso es el sendero
por el mar del futuro.
Llano es mi cielo,
por mi viento, el tuyo.

Aplaca mi desconsuelo
que no llego a mi mundo,
agárrame…, ya no espero.
Da a mi camino un rumbo.

Todo el grupo permaneció en silencio, inmóviles y con la mirada puesta en el nuevo Maestro de Día, como espectadores de una obra teatral que esperan un siguiente acto. Godbluf giró su cabeza para observar a Eritra, esta le devolvió la mirada un segundo e inmediatamente se puso de pie y avanzó hacia Renaín con una amplia sonrisa en su rostro y lo abrazó. Renaín le devolvió el abrazo fundiéndose los dos invadidos por la emoción.
- Nuestro legado nos dice que el guía no estará solo, que se unirá a él, su más firme apoyo en el camino del futuro.- Godbluf continuaba hablando con la emotividad que desprendía el instante, a los que quedaban del pueblo de Tull -. Nos dice, como todos sabéis, que será alguien muy especial que encontrará un nuevo rumbo en el camino de nuestro guía.
Eritra y Renaín permanecían agarrados de la mano escuchando a Godbluf. Eritra no sabía porqué había reaccionado de esa forma, porqué se había levantado y unido al guía de Tull, pero allí estaba junto a él, percibiendo en sus circuitos plasitrónicos algo nuevo e imprevisto en su fuente de datos. Al ver los rostros de admiración hacia ella por parte de los tuluníes supo que hizo lo adecuado.
Godbluf se dirigió hacia Eritra y la abrazó diciéndole – Eres la Luz de Utobab.
De repente un silbido monótono, suave y creciente se oyó procedente de la Laguna del Ensueño. Desde el agua emergió a gran velocidad algo que parecía una pequeña nave espacial elevandose hacia los cielos hasta desaparecer. Todos quedaron en silencio sin encontrar explicación, miraban a Renaín y a Godbluf buscando en su mirada una respuesta, cuando este dijo – Utobab se manifiesta y está con nosotros.
Godbluf miró a Renaín para explicarle mentalmente el porqué de esa aparición; este sonrió y le comentó a Eritra en voz baja que ya habría un momento oportuno para hablar sobre lo ocurrido en la laguna.
Acamparon en la Laguna del Ensueño.

Melkart se dirigió a la tienda donde descansaba Renaín para fraguar un plan de ataque a las tropas de Exipión.
- Creo que es nuestra única posibilidad. Debemos reunirnos con Euritión en la nave.-dijo Melkart.
Cuando estaban debatiendo la fórmula correcta de afrontar la situación de ataque sorpresa llegaron Eritra y Godbluf que aportaron estrategias e ideas nuevas para ponerlas en práctica.
Salieron los tres de la tienda de Renaín, se despidieron de él y marcharon a descansar para afrontar el siguiente paso en el camino.
Melkart permaneció un momento a solas, observando el campamento, mirando el resplandor de la luna reflejada en el agua de la laguna, de cuando en cuando miraba el firmamento inagotable de estrellas y pensaba……
“Siento que hace tiempo que deje de ser dueño de mi propio mundo, ya tan sólo me considero parte de él, parte que quizás pueda ser la culpable de su destrucción.
Esta buena gente están unidas a mi destino como yo estoy unido al de ellas, raros sentimientos se debaten en mi cabeza ¿Cómo puedo estar mas unidos a ellos que a mis raíces?; sé que algo se esconde en Utobab, algo que aún no puedo llegar a comprender.
Ahora lo importante es ganar la última batalla, con ella la guerra será nuestra….
Curioso el firmamento que observo, desde un punto tan lejano de mi primaveral casa, la ventana que se abre sobre nosotros me muestra un paisaje tan maravilloso y lleno de inagotables mundos que me devuelven a noches de mi juventud, juventud en la que soñaba con conquistarlas todas, sin llegarme a preguntar por sus moradores; ahora la simetría que encuentro con aquel momento se parte en mi mente, provocada por una empatía que descubre lo equivocado de aquel afán de descubrimiento y conquista en mi lejano amanecer.
Los pensamientos se multiplicaban en mi cuando mi cuerpo me pidió descanso para poder afrontar un día lleno de nuevos acontecimientos, ya Morfeo había poseído parte de mí cuando aún en mi mente retumbaba la pregunta ¿qué era esa nave aparecida sobre la Laguna del Ensueño?, y la complacencia de todos a las palabras de Godbluf, Utobab se manifiesta y está con nosotros…”

Al alba del día siguiente Renaín dio la señal de partida y todo el grupo inició la marcha. Durante el trayecto Godbluf fue explicando la estrategia de ataque a algunos del grupo. La intención era llegar a la nave que custodiaba Euritión e inmediatamente contraatacar con ella al diezmado ejército de Exipión. Según Melkart explicó, era la única posibilidad de derrotarlos.
Tras abandonar la Laguna del Ensueño y siguiendo el camino trazado por Melkart, esperaban llegar pronto a la zona donde ocultaron la nave en la que llegaron a Utobab.
- Melkart, ¿has podido comunicarte con Euritión? – preguntó Godbluf.
- No es posible, parece que está nublado y mi sol no aparece – señalando a la figura de sol pendiendo de su cuello.
- Es posible que se haya estropeado en la última batalla contra los droides.- Renaín se incorporó a la conversación.- No perdamos la esperanza.
Eritra se distanció con rapidez unos metros adelante del grupo, se subió a una gran roca enmohecida y miró el paisaje que tenía a unos trescientos metros, un calvero en el bosque de álamos temblones. Se giró con una amplia sonrisa hacia el grupo que ya se encontraba muy cerca, las manos apoyadas en la cintura y dijo: - Hemos llegado al Gigante Tembloroso.
Renaín la miraba desconcertado, miró a Godbluf esperando respuestas pero este le devolvió la mirada igual de sorprendido. Ambos dirigieron su mirada interrogante a Melkart, mientras Eritra bajó de la roca de un salto realizando un giro completo en el aire y cayendo de pie justo al lado de Melkart.
- El Gigante Tembloroso es el nombre que Eritra puso a este bosque de álamos, en el centro se encuentra un calvero donde escondimos la nave. Euritión debe estar esperándonos, démonos prisa.- Dijo Melkart iniciando el paso.
Aceleraron el ritmo con Melkart y Eritra en la vanguardia del grupo.
El sol ya comenzaba a quemar, la ausencia de algo de viento aumentaba la sensación de calor y cansancio. Los álamos permanecían extrañamente rígidos y silenciosos, muy diferentes al día en que se despidieron de Euritión tras camuflar la nave de reconocimiento. Ya se encontraban en el calvero cuando Renaín y Godbluf se miraron y comentaron mentalmente, para no alarmar al resto, que la profunda quietud y ausencia de sonidos del bosque les avisaba para que avanzaran con sumo cuidado.
- Caminad todos en silencio y vigilad en todas direcciones.- Dijo Renaín en voz baja.
Eritra se detuvo en seco, levantó una mano y todos se pararon menos Melkart, que avanzaba con sigilo. La Luz de Utobab se dejó caer de rodillas en el suelo, de espaldas a Melkart. Cuando este llegó a su altura vio como sostenía entre sus brazos la cabeza de Euritión y unos metros más adelante permanecía el cuerpo sin energía del que fuera un excelente robot de combate, gran piloto y experto explorador.
Renaín y Godbluf llegaron a su altura y contemplaron la escena, el resto del grupo continuó parado, en silencio y vigilantes.
Renaín hizo señales a dos hombres del grupo para que exploraran y buscaran sobre el terreno la nave de reconocimiento. No la encontraron, sólo hallaron huellas y señales de la pelea que Euritión había librado con sus atacantes; seis droides de combate ausentes de energía estaban diseminados varios metros alrededor, algunos tenían la cabeza desprendida del cuerpo. Eritra se unió a la inspección de los restos que quedaron, cogió un brazo mecánico diferente a los demás, pues estaba recubierto de piel sintética a la altura de la mano, y lo llevó ante sus compañeros.
- Euritión luchó como el excelente guerrero que era. No pudo evitar que se llevaran la nave de reconocimiento pero aquí dejó seis bajas del enemigo y algo más, el brazo de Exipión.
- ¿La mano no es mecánica?- preguntó Renaín.
- Sí lo es. Solamente que está recubierta por piel sintética muy parecida a la de un humano. Al ser un componente altamente sofisticado y caro en su producción, para el resto del brazo no es necesario al estar bajo el ropaje militar.- Aclaró Melkart a Renaín y a Godbluf, aunque a este no pareció sorprenderle tanto.
Los tuluníes aguardaban en silencio agrupados aunque sus rostros desprendían la preocupación y el temor ante este nuevo revés de los acontecimientos.
Melkart observó al grupo y sintió esa preocupación y el fuerte temor dentro de sí, se volvió hacia Renaín y le dijo – Nuestra oportunidad falló. Estamos sin rumbo en el camino.
Un niño de unos seis años salió corriendo del grupo hacia Renaín gritándole:
- Eres nuestro guía, Renaín. Contigo está la Luz de Utobab. ¿Daréis a nuestro camino un rumbo?
Llegó hasta Renaín y se paró a un metro de él, mirando a Eritra repitió:
- ¿Daréis a nuestro camino un rumbo?
- ¿Cómo te llamas?
- Mi nombre es Alexio.
Cuando Renaín se disponía a contestarle, un hombre del grupo gritó:
- Alerta, nos atacan...
Desde los árboles frente al calvero del bosque el ejército droide se dirigía hacia ellos a toda velocidad y ya se encontraban a menos de cien metros.
Renaín llamó a todos a agruparse en círculo y luchar.
Desde la zona por donde habían venido observaron cómo se acercaba una pequeña nave espacial en dirección hacia ellos.
- Es la nave de reconocimiento que vinimos a buscar. Estamos rodeados.- Dijo Melkart con pesar.
El niño llamado Alexio tiró de la ropa de Eritra reclamando su atención, salió del círculo de defensa y se dirigió corriendo hacia la zona de arboles más cercana, situada a su izquierda. Eritra le siguió perdiéndose ambos de la vista de los demás.
- No hay salida, Renaín. Estamos perdidos...
- Hay que luchar.- Le contestó este a Melkart.
El Gigante Tembloroso comenzó a agitarse y danzar por primera vez en el día. Los sonidos chirriantes del avance droide acompasaban la avalancha mecánica, los álamos silbaban la melodía de la batalla, el monótono ulular de la nave espacial crecía en sus oídos hasta casi poder tocarlo cuando Renaín ordenaba que todos se pusieran las máscaras de combate y empuñaran arcos y falcatas. Dio un atronador grito:

- ¡Hay que luchar! ……………..




* Tartessus Baobab-Masmoc Utopía*