lunes, 9 de septiembre de 2013

HAZAÑAS BÉLICAS DEL BAOBAB Y UNA REFLEXIÓN SOBRE LA VIOLENCIA

* Conectado con etiqueta "Caballitos de cañas",  Hazañas Bélicas.



Mi compañero Adler se encontraba al mando del otro nido de ametralladora. Tanto él como yo estábamos bajo las órdenes del inepto oficial Karl, poco apreciado entre los soldados alemanes. Si nuestra misión fracasaba, la culpa debería, sin duda, recaer sobre él, puesto que se trataban de maniobras sencillas las que había que ejecutar y órdenes simples las que había que dar, ya que las circunstancias se nos habían mostrado favorables durante todo el transcurso de la batalla. Adler y yo disparábamos con furia hacia los judío-comunistas que pretendían avanzar hacia nuestra posición. Casi habíamos conseguido, desde nuestra privilegiada situación, eliminar al escuadrón enemigo -uno de tantos- que nos hacía frente, pues apenas quedaban escasos componentes. Adler y yo calculábamos que no superarían la decena.
De repente, en medio de estos pensamientos, nos vimos sorprendidos por el que probablemente fuera el último ataque enemigo, el cual contaba con un alto riesgo de muerte, posibilidad que sin duda habrían barajado, pero por la que se habían decidido debido probablemente a las cuantiosas bajas que habíamos ocasionado a los enemigos de la esvástica, así como a la falta de munición y de recursos. Era un ataque a la desesperada que teníamos que repeler como fuese. Un soldado avanzaba hacia nosotros lanzando granadas que nos impedían apuntar con precisión, apoyado además por otro que estaba atrincherado a lo lejos y le proporcionaba fuego de cobertura. Inesperadamente, el soldado que avanzaba hacia nosotros desapareció de entre el humo, por lo que dejamos de disparar, sin tener claro si lo habíamos abatido o había encontrado un resquicio en el que esconderse, por lo que no podíamos bajar la guardia. En este momento, se produjo el instante más trágico que he tenido que vivir: sin saber muy bien de donde provenía, una granada se alojó en el nido de ametralladora de Adler, abatiendo a mi compañero de viaje en esta travesía que es la vida...
-¡Friedrich! ¡Ya está bien de batallas!- Con esas palabras, mi padre rompió el maravilloso mundo que yo, como todo niño que se precie, había creado mediante mi imaginación sin ningún esfuerzo.


Porque otro punto de vista es posible siempre.
No podemos negar, pues hacerlo sería extirpar una parte fundamental de la vida, que la violencia es un elemento crucial, en la naturaleza humana en particular y en la naturaleza en general. Negar que la violencia es una expresión natural de cualquier ser vivo que se precie no es estar ciego, sino hacérselo. Por eso, creo que lo más conveniente es relacionarla con el niño; el niño debe jugar la violencia, sentirla en todo su esplendor, para que en un futuro sea consciente del instrumento tan poderoso del que dispone así como de cuando debe usarlo. Puede ocurrir que, como pasa con el sexo, si la violencia es ocultada al niño, el día que la descubra -evidentemente habiendo dejado de ser niño-, sienta una embriaguez de tal calibre que no quiera volver a apartarse de ella. Por eso considero necesario que debe ser mostrada, con sus ventajas y sus inconvenientes, a una temprana edad.
Sean felices.


     * Migue Terrible.