sábado, 31 de mayo de 2014

SOLO, CON EL TIEMPO


Estoy solo.

Después de volver de mi paseo matutino por la playa, me dispongo a preparar el almuerzo. Hoy toca ensalada de pulpo rociado con tintilla reserva.
Corto una verde y fresca lechuga de mi pequeño huerto, distribuyo en el cuenco trozos del pulpo que capturé muy temprano y que después herví, medio hipnotizado por las llamas del fuego, algo de especias, un poquito de sal, aceite de oliva virgen extra y removerlo todo enérgicamente.

 Ahora viene el toque maestro, que descubrí por casualidad una noche turbia en la que, algo ebrio, volqué el vaso de vino de tintilla sobre la ensalada recién preparada. Aquella noche no cené, me quedé dormido sentado en un taburete con la cabeza reposada sobre la mesa de la cocina. Al día siguiente desperté con hambre y un regusto infantil y azucarado en mi boca. Al volver de la playa después de darme un baño en el mar me fijé en la ensaladera de plata llena de la ensalada de pulpo preparada en la noche anterior. La removí un poco con el tenedor y gustosamente la probé.
Una sensación exquisita, una novedad gustativa, un sabor no encontrado anteriormente. Me incorporé y dí dos vueltas a la mesa pensando en los ingredientes cuando golpeé con uno de mis pies descalzos una copa moribunda en el suelo, y mi memoria me rescató de la confusión al mostrarme la botella de vino de tintilla reserva  totalmente vacía.

El tiempo. El tiempo necesario para que adquiriera ese sabor macerado, a mar profundo y a campiña primaveral, sabor a barcas y redes de pesca y también a silenciosas bodegas de dioses antiguos. El tiempo transcurrido de la noche al día con un sol en lo más alto del cielo le dio el noble y complejo sabor que embriagó mi deleite.

Hice la ensalada de pulpo otro día y repetí los ingredientes, incluida la copa de tintilla final, pero no conseguí el fulgurante sabor. Volví a intentarlo varias veces y no lo logré. Hasta que una noche hice la receta cuidadosamente y brindando con mi licor preferido esparcí el contenido de la copa sobre la ensalada, seguidamente salí al porche a contemplar las estrellas e intentar situar a algunas por su nombre. Al día siguiente, nada más despertar y aún desvaneciéndose mi último sueño con multitudes, probé la ensalada de pulpo con tintilla reserva y mi paladar volvió a danzar y jugar con los dioses. Era de gloria refulgente.

Necesitaba su tiempo para complementarse y dar todo su sabor.
Y tiempo es todo lo que tengo.

Estoy solo en mi mundo.

No recuerdo cuando fue la última vez que vi a alguien. Nadie pasa por aquí ni tampoco yo voy a encontrarme con nadie.
La espesa sensación de ser no siendo, continúa dándome compañía cada mañana al despertarme, cobijándome, meciéndome como a un bebé cuando abro mis parpados a la claridad matutina. Todo lo que tengo es el tiempo; el tiempo que me quede de vida, solitario y sin palabras compartidas, sin miradas que cruzar ni manos que agarrar.

Observando el océano y la espuma de las olas besar mis pies, pienso que el tiempo será el compañero que me permita dar reposo y paciencia a mi existencia
El ir y venir de las olas, el llegar y abandonarse para recrear una nueva llegada, me muestran mis días de renovación y abandono.
Me sugiero a mí mismo que degustar todo este tiempo en esta inmensidad tan vacía, podría conseguir complementar mi vida bañándome en la soledad profunda de todos mis días presentes y futuros.
Incluso podría dejar de sentirme tan contaminado por la culpa, acompañado sólo con el tiempo.
Puede ser que logre sentirlo.

Solo, con el tiempo.

Estoy solo con el mundo.




      * Masmoc Utopía.