jueves, 22 de noviembre de 2012

SUBSUELO IV


Dos guardias de Seguridad Central llevaban a un mendigo arrastrándolo por el suelo. De su cabeza un reguero de sangre llegaba a manchar sus ropas, ya de por sí sucias y harapientas, dándole una aspecto ruinoso. El hombre trataba de hablar a los transeúntes, gesticulaba en el aire con una mano, implorando atención, pero no emitía sonido alguno, sus ojos estaban casi cerrados .A punto de desvanecerse, logró pedir ayuda con un hilo de voz cuando un guardia le golpeó con la barra sinestética mientras el otro le propinó una patada en las costillas.
Enter contemplaba boquiabierto cómo los guardias levantaban al indigente con suma facilidad, cada uno agarrándolo por un brazo abrían una puerta roja con las iniciales S.C. adentrándose tras ella, no sin antes uno de los guardias percatarse de la mirada fija de nuestro hombre, y avanzando en su dirección le dijo:
– Ten mucho cuidado con lo que ves.
Al mismo tiempo le señalaba con su barra sinestética moviéndola de arriba a abajo. Él continuó inmóvil y callado, como un poste de luz. Las personas que circulaban cerca de la escena aceleraban el paso y seguían con la mirada perdida al frente. El amenazante guardia se dio la vuelta y cerró con un portazo.

Una capa de tristeza y congoja le cubrió el alma. Un vértigo candente inundó su ser. Se dejó caer lentamente en el suelo, recostando su espalda en la pared. Recordó entonces cuando tenía unos once años, al salir de clase un día en que tres niños bravucones le apremiaban a que le entregaran el reloj y lo que llevara de valor, y cómo se deshizo de la amenaza en una veloz carrera por las calles que lindaban con el río. Una sonrisa triste se le escapó al recordar que uno de los chicos cayó a las frías aguas al tropezar con una red de pescadores que puso en su camino, lo que hizo que los otros dos cesaran la persecución.

Una suave voz femenina suena por los altavoces sacándolo del agradable calor de su pasado; comunica que no deben pararse en zonas de tránsito continuo, que deben respetar las líneas de color que indican destinos, que deben no elevar la voz, que no deben comer ni beber salvo en lugares destinados a ello, que deben, que no deben.. Una larga letanía que resuena en todas partes cada cierto tiempo para que a nadie se le olvide. También anuncian que si encuentran “algo inadecuado deben denunciarlo a S.C.” Todo ello siempre “por el bien de la comunidad”.

Frente a él, justo delante de una valla publicitaria de Coca Cola un hombre muy delgado y con los ojos hundidos con la vista fija en el infinito, sostenía entre sus brazos extendidos una pancarta blanca con grandes letras en rojo formando la palabra “HAMBRE”. Un pañuelo blanco con dos monedas se posaba en el suelo delante de él..

Enter había llegado a la ciudad donde iba a comenzar a trabajar en la mayor empresa de desarrollo aeroespacial y plasitrónico. Había estudiado mucho para llegar hasta el comienzo de su nueva vida, había salvado inconvenientes económicos, dificultades familiares pues se quedó huérfano a los quince años, y en la etapa de selección para su nuevo trabajo tampoco le fue fácil pese a su extraordinario expediente académico. Recién acabado sus estudios de astrofísica nuclear y de ciencias plasitrónicas no le faltaron ofertas de trabajo, incluso antes de finalizarlos, pero Enter tenía claro que quería formar parte del ambicioso Proyecto Omnius en la empresa Diamond Dogs. Ahora estaba en disposición de comenzar su sueño, ayudar a mejorar las condiciones de vida de la Tierra, a potenciar las capacidades humanas y aminorar las diferencias injustas entre los pueblos. Era una ardua tarea, ambiciosa, con su toque cuasi utópico que le gustaba encontrar en los retos a lo largo de su vida. Él tenía una determinación en su horizonte vital e iba a por ello, por muy lejos que apareciera en un desierto calcinado.

Enter se incorporó del suelo observando cómo el hombre que sostenía la pancarta la recogía plegándola con rapidez, se guardaba el pañuelo con las escasas monedas en un bolsillo y emprendía la carrera por una pasillo lateral, intentando esquivar a un guardia de Seguridad Central.

“Malos tiempos; esto tiene que cambiar; esta deshumanización debe acabar; este vértigo oscuro no debe tener futuro. La luz aparecerá por los recónditos rincones del subsuelo”. Sus pensamientos caldeaban en su mente la sensación desagradable de desencanto que le acompañaba de forma creciente a lo largo de su recorrido por los sótanos de la mayor urbe del planeta. Todo lo contrario a lo que se le antojaba iba a encontrar; un día ilusionante, esperado y esperanzado en tiempos mejores.

Cuando se disponía a reanudar el paso para intentar salir del subsuelo y llegar a su destino, observó que una mujer le miraba fijamente desde el andén contrario. Le sorprendió que comenzara a andar hacia la pasarela que permite acceder a su andén, sin dejar de mirarlo con intensidad y misterio, como si le estuviera pidiendo que lo esperara, o eso le parecía percibir. Al perderla en su ángulo de visión, reaccionó y comenzó a andar, abandonando su peregrina impresión anterior.

Un río humano se cruza con él, de un lado para otro, vienen unos bajando a toda prisa por escaleras, otros ascienden, carreras y carreras, vallas publicitarias sugestivas, luces cansinas, guardias de S.C. patrullando haciendo ondular sus barras sinestéticas, susurro de raíles sin engrasar, gusanos mecánicos que horadan el mundo… hermética sinfonía del subsuelo.

Desde detrás de una gran columna salió de repente la mujer misteriosa y se paró a dos metros delante de Enter. Iba vestida con ceñida gabardina de cuero negro hasta las rodillas, se dejaba ver una ajustada falda del mismo estilo, medias y zapatos de tacón del mismo color. Llevaba guantes de color carmesí.

- Podremos escapar de este horizonte sombrío, Señor Enter.
- No entiendo. ¿La conozco?
- Ahora es el momento de que me conozca y de que conozca la verdad.

Enter se quedó inmóvil, no sabía cómo reaccionar, no encontraba explicación a sus palabras, no comprendía porqué se dirigía a él esa bella mujer. La inesperada mujer comenzó a andar alrededor de él, de forma pausada, en círculos, mirándolo. El silencio intenso surgido entre los dos le sirvió a Enter para observar su cuerpo, la seguridad que irradiaba a cada paso que daba. Medía un metro setenta, era morena y de ojos claros. Su rostro emanaba una fiera curiosidad, algo que te hacía desear apartar la mirada y al segundo su belleza te capturaba con sus ojos serenos. Había en ella una elegancia cautelosa que despedía con su atractiva figura y sus movimientos sinuosos.

Los sonidos del subsuelo volvieron a ser conscientes para Enter cuando ella se paró frente a él, muy cerca, casi tocándose, y con una amplia sonrisa que despedía triunfo e inmensa alegría volvió a hablarle.

- Le iré dando información mientras paseamos, si le parece.
- ¿Pasear? Yo lo que quiero es llegar a mi primer día de trabajo, señorita. Por cierto, ¿cuál es su nombre? Ya que sabe el mío, no estaría mal que supiera el suyo.
- Mil perdones. Mi nombre es Moníz.

Ella le cogió del brazo con un elegante y cercano gesto que a Enter le pareció de lo más natural que fueran andando por el subsuelo entrelazados.

- Debo llegar a la empresa donde comienzo a trabajar, no dudo de que es agradable pasear con usted pero..
- Enter, llegarás hoy, te lo aseguro. Aunque antes permíteme mostrarte un sitio especial en el subsuelo que nadie conoce.
- ¿Un sitio especial que nadie conoce?
- Sí. Allí podrás comprender mejor lo que te voy a contar.

Sus palabras sonaban tan melódicas y sugerentes que Enter nada más que pudo guardar silencio cuando Moníz comenzó a contarle su historia mientras avanzaban por el subsuelo....





* Masmoc Utopía.