lunes, 29 de octubre de 2012

Subsuelo III


¿Que me ha pasado? Esas miradas me invitaban a continuar aquí dentro, a seguir viviendo esta miseria que me asfixia e inunda mis sentidos provocandome nauseas.
Volveré a integrarme en la marea humana que vierte cada cavidad, ya sea ascendente como descendente, y buscaré el motivo de mi ilógica decisión.
Las voces de las pantallas gigantes que cubren las paredes publicitan productos que nos ayudaran a vivir mejor, a ser mas bellos, mas fuertes, mas inteligente..., llenan el espacio de mensajes subliminales que taladran a los transeúntes.
Al girar uno de tantos pasillos subterráneo me encuentro con un suelo por el que parece correr un río de aguas turbulentas, y que a su vez esta resbaladizo.
A unos metros de mi, una señora resbala y cae dándose un golpe en la cabeza, unos chicos que van junto a ella se inclinan y para asombro de unos ojos incautos, veo como le quitan el bolso que llevaba y el mas pequeño se ensaña con un collar, que se aferraba al cuello de su dueña, arrancándolo con una violencia inusual.
Corrí hacia ellos gritando improperios, pero tan solo me valieron para ser recibido por el chico mayor con un palo que saco de no se donde, y lo estrelló sobre mi cabeza, mientras los demás transeúntes pasaban por mi lado esquivando la situación; hasta que no perdí la conciencia no paró de golpearme.
Desperté tras un tiempo incontable, solo, dolorido y humillado me encontraba en aquel suelo azul y luminoso. Miré a mi alrededor, nadie, ni siquiera la señora; si no sintiera tanto dolor, pensaría que habría sido un sueño, pero no, había sucedido, había sido real, los moratones en mi cuerpo y la lógica desaparición de mi cartera, que antaño tanto había protegido, me aseguraban que no había sido un sueño.
Pero, ¿como no había acudido nadie a ayudarnos?¿donde estaba la señora a la cual había intentado defender?

-SENSECIONS, LA NUEVA CREMA QUE LE HACE REJUVENECER EN 3 DIAS

Las pantallas reflejaban como viejas arrugadas lucían una eterna juventud nada mas ser embadurnadas con la crema milagrosa; en aquel momento desee tener una crema de esas, pero para que desaparecieran los dolores que tenía.
Me levanté como pude y me dirigí hacia algún lugar mas transitado, quizás en aquella plaza donde me encontré con el viejo vestido de blanco, quizás el me pudiera explicar algo sobre estos comportamientos tan incivicos, ¿se querría referir a algo de esto con sus palabras?, ¿como dijo?
¡No hay escapatoria!


Tartessus Baobab

domingo, 14 de octubre de 2012

Subsuelo II

Él salio del vagón, se paró a unos pasos del andén, volvió su mirada hacia los demás pasajeros que salían aturrullados y presurosos. La escena le hipnotizó, dejándolo abstraído con la visión de la masa humana silenciosa vomitada por el gusano eléctrico.
El denso grupo vertido en el andén se disolvió dividido por unos que bajan con rapidez por una escalera, otros que se suben en una rampa mecánica que los lleva en línea recta hacia delante, perdiéndolos también de vista, y los últimos van colocándose en los escalones ascendentes de una escalera mecánica.
De alguna forma extraña le parece percibir cierta emoción en el vertido humano que asciende por las escaleras mecánicas, cree ver algo diferente en sus rostros, algo más relajados. Aunque sólo es una impresión de la que al instante desconfía.

Trata ahora de situarse, mira las tres opciones para continuar, lee los letreros, contempla cómo nuevas personas llegan al andén, y reemprende el paso con decisión, sin olvidar no aparentar ser un forastero. Toma el pasillo de la escalera mecánica ascendente en busca de su estación de destino.
Se sorprende al ver de repente la imagen de un bonito rostro femenino que le sonríe desde el pasamanos metálico de la escalera ascendente. Respira de nuevo al comprobar que se trata del reflejo de un cartel publicitario sobre la pared más próxima. Lo cierto es que le reconforta observar ese rostro perfecto, bello, rebosante de vitalidad, alegre y optimista. Igual podría ser que su estación final estuviera repleta de luz y armonía, algo que no ha logrado encontrar en su viaje por el subsuelo de la ciudad.

Termina el trayecto ascendente, llegando a un espacio más grande que los anteriores, a modo de centro vectorial, con tiendas, bares y lugares de encuentro. Ahora se sienta en un banco donde un aciano con sombrero blanco reluciente, traje igualmente de color blanco impoluto, apoyado con su mano izquierda en un bastón rojo carmesí y zapatos y corbata del mismo vivo color, le ofrece asiento. Lleva unas gafas muy oscuras y una medio sonrisa gentil acompaña sus gestos. Permanecen los dos en silencio aunque él mira de vez en cuando al elegante anciano con la intención de entablar conversación, pero algo le impide hacerlo, será la desconfianza, será la timidez, será el ambiente que le ha acompañado durante todo el recorrido desde que se adentró en el sótano de la urbe. Pero después de cada intento, algo le imide comunicarse, guarda silencio de nuevo y el anciano continúa observando a los transeúntes con su expresión medio sonriente.
El anciano se levanta, se coloca frente a nuestro personaje, se quita el pulcro sombrero diciéndole - ¡No hay escapatoria!
Seguidamente se marcha confundiéndose con la marea humana vertiginosa, que a nuestro hombre le parece que hayan acelerado el paso, que el ritmo frenético que deambula delante de él cobra una velocidad irreal e imposible. Intenta observar los rostros de las personas que circulan tan rápidamente pero no le es posible, no logra ver sus caras.

Aturdido, desorientado y desconfiando de cualquiera que esté a menos de dos metros de él, inicia el paso todo lo ligero que puede sin llamar la atención. Intenta vigilar a todo el que se cruza o circule cerca de él. Aviva todavía más el paso, con la certeza de que nadie le mira, es como si no estuviera allí, se siente casi invisible aunque extrañamente vigilado.
Ya está corriendo por un pasillo, siguiendo la flecha de “Salida”, el sudor corre por su frente, continúa mirando a derecha e izquierda en su carrera para salir de allí. Un silbido monótono del quejido de las vías resuena cada vez más lejano en sus oídos, haciéndole recobrar vigor, sobre todo cuando divisa cómo la luz del exterior penetra débilmente desde la boca de metro de Plaza Auster, es su salida más próxima y por fin ha llegado a las escaleras de subida al exterior.

Se detiene, contempla los escalones, mira hacia atrás intentando desprenderse de la sensación de ser un fugitivo; observa a las personas que se adentran bajando las escaleras y se queda petrificado, inmóvil, con la respiración cortada, un sudor helado le deja paralizado al comprobar que todos los que descienden hacia su lugar de destino le miran y sonríen.
No puede subir las escaleras, intenta adelantar el primer paso y al momento decide que no es conveniente, que no debe salir todavía. Algunas personas también le observan al cruzarse con él y con la mirada sonriente le invitan a continuar adentro.

Alguna fuerza dentro de él le retiene allí y allí permanece. En el subsuelo.




* Masmoc Utopía.

miércoles, 3 de octubre de 2012

Subsuelo I


Hoy me he sentido solo, en una ciudad tan cosmopolita como esta,  rodeado de personas de diferentes edades e innumerables nacionalidades, me sentí aislado de todos mis semejantes.
Llegue a La gran ciudad con el suficiente tiempo como para preferir viajar, a mi lugar de destino, rodeado de toda una población que a aquellas horas se desplazaban a sus trabajos, recorriendo las entrañas de la ciudad. No me apetecía montarme en un taxi y escuchar durante media hora todo un monólogo sobre lo mal que va el país, al taxista de turno, mientras yo procuro recordar las calles por las que me desplazo, e intento averiguar si estoy siendo estafado u honradamente llevado a mi destino.
La única persona que me demuestra ciudadanía se encuentra junto a unas maquinas expendedoras, donde encontrar tu lugar de destino para poder sacar el billete ya merece toda una gran capacidad de deducción,  y a eso contribuye esta persona, a que nadie se equivoque y saque su billete correctamente.
Tras pasar unos tornos me engulle unos pasillos llenos de carreras digna de cualquier competición, como cada recoveco me obliga a corroborar la dirección que debo tomar en carteles diseminados por todas las paredes, me aparto para no ser arrollado.
En el anden se posicionan todos salvando distancias entre unos y otros, conservando cada uno su espacio vital, y preparados para el asedio de un tren que aparece luminoso y ruidoso saliendo de una cavidad oscura y misteriosa.
Se abren las puertas y sin apenas ser desalojados los vagones, entramos todos en avalancha. Todo mi espacio vital acaba en ese momento, unas sobre otras se apiñan las personas, cada pequeño resquicio del vagón es rellenado por una masa de carne perteneciente a cualquiera de los concurrentes.
Yo, debido a mi inexperiencia en estos avatares, me dejo llevar por la marea y tan solo me preocupo por rodear mi cartera con la mano,  para no ser desvalijado, ya habréis deducido que soy de natural desconfiado.
Así las paradas se eternizan y solo me quedan ojos para ver un señor que en medio de esa amalgama de articulaciones humanas que sobresalen de nuestra cabezas para agarrarse a las barras, en la mano que le queda libre porta un libro entreabierto del que parece estar leyendo. Para mi la lectura es un placer, cada vez que he visitado la orilla de un río, lo alto de una montaña, un parque o cualquier sitio que haya desprendido tranquilidad y paz de espíritu, he pensado: aquí ahora solo me falta un libro y soy el hombre mas feliz; pero ¿en medio de ese amasijo de seres?, ¿en medio de tanto vaivén? 
Esto me sirvió para entretener mi mente hasta que los altavoces anunciaron mi parada. 
Tras salir expulsado del tren, me dirigí hacia la salida del anden, cada vez mas integrado en corrientes de personas que se desplazaban por las cavidades subterráneas, pero con el lógico cuidado del que mide cada paso para no parecer forastero.
Al llegar al próximo anden donde tenía que coger el otro tren, todo parecía mas tranquilo, sin lugar a dudas esta línea de metro no tenía tanta concurrencia.
Igual que en el caso anterior el tren apareció de la nada mas profunda e inundo con un estruendo el anden donde nos encontrábamos.
Entré junto a varias personas, pero el vagón no se encontraba lleno, por lo que pude posicionarme para observar a todos mis compañeros de viaje.
Y fue en ese momento cuando me di cuenta; estaba solo, si solo, y no me refiero a que no conocía a nadie, eso era lógico si estaba en una ciudad como esta donde confluyen varios millones de personas, difícil sería que me encontrara a alguien conocido y mas teniendo en cuenta que yo era de fuera.
Me refiero a que nadie se interesaba lo mas mínimo por mi, ni por mi ni por cualquier otro que tuviese a su alrededor. Para ser exacto lo que hacia cada persona era eludir el más mínimo contacto, tanto verbal como visual.
A mi derecha se situaba una pareja, esas eran las únicas personas que parecían no haber sido envueltas en aquel estado de individualismo y abstracción en el que estaban todo el resto de seres de aquel vagón.
Frente a ellos, dos chicos sentados uno junto al otro cada uno con sus móviles escribiendo no se que y con unos cascos que adornaban sus orejas, abstracción absoluta de un entorno poco atrayente.
Sentada junto a mi se encontraba una señora que postraba sobre su faltriquera un libro abierto que combinaba con el constante teclear de su móvil, debido a mi cotilleo os puedo asegurar que no paso la hoja de su libro en todo el viaje.
Frente a mi un chico saco de un pequeño bolso una psp y con unos cascos que colgaban de sus orejas se internó en el mundo de los juegos.
A mi izquierda otro chico chaqueteado, tipo vendedor de centro comercial importante, leía muy ensimismado un libro "tipo tocho" como yo los llamo, que yo tan solo suelo leer sobre una mesa, ya sabéis por evitar el posible esguince de muñeca.
Pocos más eran los habitantes fugaces que portaba dicho vagón, todos eludiendo el contacto con los vecinos de viajes.
Recuerdo viajes por el campo, a tempranas horas de la mañana, paseos vespertinos de verano a la orilla de una playa ya desierta, y siempre me sentí participe del medio, en cualquier momento alguien aparecería y seguro que me hablaría, se preocuparía de recordarme que estaba allí, que yo era alguien y que ese alguien le interesaba.
En aquel vagón todos tenían indiferencia, les era indiferente relacionarse, les era indiferente el prójimo, solo les interesaba su estación de destino, nada más.
Eso me producía soledad, soledad y desesperanza, nada puede producir más dolor que la indiferencia, en una ciudad donde tantos millones de personas conviven, y en su subsuelo se cuece el mayor cardo de cultivo para acabar con los seres humanos, el aislamiento del prójimo, el hombre un animal colectivo pasa a ser en el cénit del progreso, "un indiferente".
Estación en curvas, suena una voz por los altavoces, segundos antes de que el frenazo del tren me haga volver en mi, y corro fuera del vagón hacia mi destino.

Tartessus Baobab