sábado, 14 de febrero de 2015

CARRERISTA


Me adentro en la noche, calentando los músculos con un ritmo acorde al comienzo del recorrido. Un viento frío e intermitente azota mi rostro en oleadas de ventiscas, al tiempo igualmente voy cogiendo buena temperatura corporal con el avance de los minutos. Enfundado con pantalón ajustado de carrerista, chaleco acremalllado al cuello y calzado deportivo cómodo, pisada tras pisada voy avanzando en mi carrera por la acera de la gran avenida del Este.

Me cruzo con algunas personas que van bien abrigadas, algunas con bolsas de compras en sus manos, otras a un paso ligero y solitario, y también alguna pareja en animada conversación; no veo a ningún niño por las calles.

La luces de neón de tiendas y comercios dan algo de calor y color a una noche oscura y helada. Los árboles desnudos saludan mi paso con sus sombras mortecinas y alargadas. Los vehículos ruedan por el asfalto en riada procesional, aunque su presencia voy dejando de sentirla con mayor prontitud. Un ciclista pasa cerca de mí pedaleando por el carril bici y lo veo alejarse cual oscuro fantasma silencioso.
Logro un ritmo de velocidad en el que comienzo a sentirme mejor, mis latidos acompañan juguetones a mi respiración, el calor de mi cuerpo me traslada una energía emocional adicional. Observo a la luna, henchida de luz, que aparece tras un alto edificio de oficinas. Y sigo mis pasos, continúo avanzando con mi carrera en la noche, encontrándome fuera y dentro de mí.

En un tramo de mi recorrido corro entre hierbas semicrecidas donde no se distingue el firme, bastante desigual, y me agarro a mi intuición, que no me falla, centrado en ella con mis pasos, pero sin sentirme encerrado en ello, cualquier imprevisto lo recibo como parte inherente a la acción, lo que me inunda como una llamarada en mi consciencia en el momento presente, indivisible y único. Siento que este es mi sitio, mi momento, mi sentimiento pleno y alerta dentro y fuera de mí.


Se van disolviendo los sonidos de la calle, ya casi sólo oigo mi acompasada respiración y mis pasos en la noche. Mis ojos contemplan la niebla blaquecina que envuelve mi recorrido y desde lo más profundo de mí lo agradezco como un regalo barroco de un sueño perdido; no hay nada más allá del movimiento de mis piernas, mis brazos acompasados, la respiración armonizada y el silencio que voy encontrando fuera y en mi interior.

Acabo de penetrar en el vacío donde el tiempo se queda en suspenso, en el vacío donde sólo existe la consciencia del movimiento y el avance, el vacío que me devuelve el sentido del equilibrio donde todo está bien, donde no hay nada y no falta nada.

Me sorprendo y me regocijo. No se trata de un trance ni de una ausencia de los sentidos, sino de una suave inmersión en una multitud de nuevos movimientos. Corro, y en mi profundo interior veo cómo las cosas se mueven, cercano a un punto en medio del Infinito, la consciencia me atrapa en la intensa convicción de que el universo se mueve de por sí, de que cambia, de que sus leyes se transforman, de que no hay nada permanente ni absoluto durante este eterno movimiento, de que las explicaciones mecánicas de cualquier acción operan dentro de límites precisos y que al derribarse barreras, las antiguas explicaciones se derrumban y se disuelven barridas por nuevos movimientos.

Corro, y siento pasar dentro de mí, círculos del pasado que agrandan mi sensación volátil del presente. Soy un estanque de agua donde yo mismo he lanzado una moneda que crea círculos concéntricos en mis recuerdos más olvidados.
Corro, y emergen en mi mente supuestas líneas de futuro, vectores posibles e imposibles que iluminan lo efímero de cada nuevo amanecer. Soy la llama de una cerilla que yo mismo he encendido sintiendo su quemazón.
Corro, y el mundo se mueve conmigo. El universo nos contempla y nos cobija en sus acogedores brazos relajantes. El universo sonríe al sentir la serenidad de la acción conjunta. El movimiento y el todo, la quietud.
El Mundo es mi compañero. El Universo me transforma.
Se diluye la niebla. Emerjo renovado.
Correré..

                 * Masmoc Utopía