Capítulo XIII: El Gigante Tembloroso
¡Hay que luchar!...
Palabras que retumbaban en mi cabeza, reverberadas por el eco del bosque ensordeciendo mis sentidos.
El pueblo de Tull reaccionó con tal celeridad que cuando volví a la escena del preludio de la batalla, me encontré con una formación de defensa digna del más fiero ejército romano; en el centro los niños y ancianos, todos ellos flanqueados por las mujeres, y recubriendo el envoltorio perfecto de batalla se podía encontrar a los mas fieros tuluníes, a los que me uní junto a Renaín.
Que larga puede parecer la espera ante un momento como este, miradas tras unas mascaras que expresan más que mil palabras juntas, sentimientos de hermandad que se funden entre todo un pueblo que afronta su destino.
Los primeros efectivos de droides comenzaban a sacudir mandobles hacía nuestros guerreros, justo en el momento que la nave era utilizada por los droides como elemento de intimidación, con vuelos rasos sobre nuestras cabezas.
La fiereza de la lucha mostraba imágenes dantescas, sin la más minima muestra de piedad por parte de las hordas mecánicas, cualquier ser por debajo de 1.80mtros.podía ser destruido sin contemplación, no podía ser yo.
A pesar de la actitud combativa del pueblo tuluní, ver la muerte de pequeños junto a ellos fueron provocando debilitamiento en nuestras fuerzas y retrocedíamos hacía los álamos mas cercanos empujados por un ejército que cada vez era más diestro en el ataque.
En mi búsqueda del comandante en jefe de los droides, mis ojos se clavaron en Godbluf, desde el centro de la ya mermada formación alzaba los brazos hacía el hueco de cielo que dejaba a la vista el calvero del bosque. Creí que era un acto de rezo ante un final inevitable; pero no acababa de conocer a aquellos seres tan especiales.
De las ramas de aquellos álamos llorones apareció una bandada de aves rapaces que embistieron la nave que tanto daño nos estaba causando.
La nave se precipitó sobre los árboles fruto de la sorpresa y cayó seguida por la mirada de todos los droides que parecieron quedar petrificados.
Como un baile perfecto en todos sus movimientos sincronizados, el bosque emitió un mugido infernal que paralizó aún más a un ejército ya inerte sobre el campo de batalla. Y de entre aquellos álamos perfectamente alineados que formaban el Gigante Tembloroso, aparecieron decenas de toros-buey que embistieron al grupo de combate droide. Sobre los dos primeros, subidos como perfectos jinetes, venían Eritra y el pequeño Alexio, el grito de Godbluf fue una nueva arenga a todos los que quedaban en pie:
- ¡La Luz de Utobab ha conseguido que los Geniones vengan en nuestra ayuda!.
Esto provocó en el pueblo de Tull tal fuerza, que la embestida de estos sobre los droides fue aún mayor que la de los Geniones.
El momento era decisivo, las falcatas chocaban con unas espadas láser cada vez más debilitadas, reducíamos el número de estos. Nadie había vuelto a mirar hacía la nave, hasta que un grito de guerra proveniente de esta resonó sobre el estruendo de la lucha y volvió a dar brío a unos droides más mermados.
Miré y pude verlo, sobre la nave destruida, la imagen que buscaba con ansiedad durante toda la batalla. Altivo y desafiante, sin un brazo pero dispuesto a acabar con muchos tuluníes con su espada láser y la mano sobre la que la sostenía.
Supe que era la única forma de acabar aquello y me dirigí hacia el encuentro de mi destino.
- Hemos venido a este mundo con una misión que cumplir y lo haremos….
Luchad y venced…. Aniquilar al enemigo…. Es mi única orden.- Exipión gritaba al resto de sus tropas, al tiempo que corría hacia la zona de batalla esgrimiendo su espada láser con su único brazo disponible.
Melkart comprendió que su vida había sido una peregrinación vital para llegar a ese momento preciso, que el destino de su mundo se enmarcaba en el futuro de Utobab. Supo que el sentido de su existencia se dirigía hacia él a toda velocidad y se sintió cómo antes nunca se había sentido. El todo o la nada frente a frente. Supo que era el servidor de su propio mundo, el guardián de Utobab.
Recogió una espada láser del suelo con su mano izquierda, en la derecha portaba una falcata, e inició una carrera endiablada en línea recta hacia Exipión. Este lo vio y aceleró el ritmo. Antes de chocar cuerpo a cuerpo, Melkart se tiró al suelo rodando, aprovechando la gran velocidad que traía, y expandiendo sus brazos arriba y abajo cada vez que no tocaban el suelo.
Exipión no esperaba esa acción de lucha y su reacción para esquivarla fue tardía. La espada láser había conseguido cortar una pierna mecánica en dos, a la altura de lo que sería su rodilla. La falcata se clavó dos veces en la otra pierna.
Exipión perdió el equilibrio y cayó a tierra, no sin antes cruzar una herida en el brazo derecho de Melkart, donde empuñaba la falcata.
El guardián de Utobab se puso rápidamente en pie, encarando a su adversario, se quitó la máscara que cubría su rostro mostrando a Exipión su enérgica mirada.
- Comandante Melkart, entenderá que tengo una misión que cumplir. Mis ordenes son que llegados a una situación límite como la que nos encontramos, siempre prevalecerá cumplir la misión. Por lo tanto tendré que acabar con usted.
Exipión se puso de pie sosteniéndose con una pierna mientras por el resto de la otra iba goteando fluido amarillento. Se puso el puño de la espada láser en la boca para sostenerla mientras desabrochó dos botones de su casaca, mostrando un tórax de metal, abrió una pequeña tapa en su vientre donde se alojaba su ordenador central y pulsó un botón rojo.
La espada láser de Melkart quedó desactivada, inservible. Al mismo tiempo las espadas láser de los droides corrieron la misma suerte, dejándolos indefensos. Estos reaccionaron mirando a su jefe y permaneciendo inmóviles, sin atacar. Godbluf hizo señales para que cesara la batalla.
Todos observaban a Melkart y Exipión.
Melkart ya sólo empuñaba la falcata y Exipión se impulsó con su única pierna para golpearle con esta en el hombro. El robot se incorporó de nuevo con gran agilidad, Melkart permanecía en la hierba aturdido por el fuerte golpe. Su rival aprovechó ese instante para saltar de nuevo, ahora directamente hacia su pecho. Melkart logró moverse a tiempo de evitar el fatal impacto pero no logro salvar un duro golpe en el costado.
Exipión permanecía en pie al lado del humano semiinconsciente caído en la hierba, abrió con rapidez su ordenador central y de nuevo pulsó el botón rojo. Todas las espadas láser se reactivaron incluida la de Melkart, aunque ya no estaba en su poder. Los droides seguían observando la escena de la pelea junto a los tuluníes, esperando el inminente desenlace.
Exipión alzó su espada láser mirando al resto de sus tropas, diciendo:
- Aniquilad al enemi….
No pudo terminar su bélica frase. Se quedó sin energía.
Melkart asestó un golpe certero con su falcata al ordenador central que estaba alojado en su vientre, atravesándolo hasta clavarse los puños con el metal.
Melkart, exhausto, volvió a dejar caer su espalda sobre la hierba.
Exipión era ya historia…..
Me falta el aire, no siento dolor, tan sólo una fuerte opresión en el pecho que se va diluyendo a medida que mis sentidos parecen abandonarme.
Aquel cielo que me contempla parece enturbiarse cada vez más y utilizo mi última exhalación para desviar una mirada enturbiada y ver la escena final de la batalla.
Los droides han caído al suelo desactivados tras el final de su comandante en jefe. El pueblo de Tull ha vencido la guerra, pero ha perdido niños, mujeres y bravos guerreros; nada es euforia, tan solo sentimientos encontrados entre felicidad y tristeza que engloban en un día los sucesos de toda una vida.
Mis ojos ya reflejan una blancura encalada, mis oídos perciben pasos acercándose y una voz junto a mi cuerpo inerte:
- Ha llegado el momento de que conozcan a El que Perdura…
* Tartessus Baobab-Masmoc Utopía *
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Uff... que poco queda ya... me gusta, me gusta
ResponderEliminar"Podemos conquistar a nuestro enemigo, desde luego. Pero ¿vale la pena lograr la victoria sin comprender los fallos de nuestro oponente? Es la parte más interesante" (Erasmo, Cuadernos de laboratorio)