Me tomo el pan con
mantequilla y el vaso de leche, con ganas de terminar ya la merienda. Me
separan unos minutos para salir a la calle y encontrarme con los amigos para
jugar al fútbol. Las clases de la tarde, hoy han sido especialmente pesadas en
el colegio Santas Justa y Rufina. La pelota parece mirarme desde un rincón de
la cocina, como diciéndome que ha llegado el momento de salir pitando a la
calle. Entonces, me levanto de la silla, dejo el vaso vacío en el fregadero y,
caminando hacia la sonriente pelota, le digo a mi madre que salgo fuera un rato
antes de hacer los deberes. A esta hora de la tarde incluso en la segunda
cadena de la tele emiten programas, y eso juega a mi favor, por lo que solamente
oigo el sonido del telefunken como despedida.
Mis amigos me ven
llegar con la pelota bajo el brazo y algunos saltan y corren hacia mí.
Lorencito camina detrás de ellos dando palmas y repitiendo a voz en grito
“partidito, partidito…”. Les pregunto que quién echa pie conmigo para elegir
equipos, a lo que Félix responde “pie entero, quepa o no quepa, las medias pa
las mujeres” y se sitúa frente a mí, sonriente. Comenzamos a elegir jugadores.
Mi amigo, y compañero de clase, Beja ha podido venir con su amigo Carlete. Mis
amigos de la calle no saben lo bien que retiene el balón y los malabarismos que
hace; lo elijo sin dificultad diciéndole “Beja, ya sabes, a hacer paredes igual
que en el recreo del cole”.
En la carretera hemos
colocado las dos piedras a modo de postes de portería de fútbol, midiendo antes
la distancia similar en pasos. Hoy tenemos tres coches aparcados al lado de los
adoquines, a los que también habrá que driblar, al igual que a los árboles de
las dos aceras. Seguimos la regla no escrita por las que si viene un coche o
una moto se para el juego, reanudándose cuando pase; si personas mayores entran
en nuestro terreno de juego detenemos de igual modo el partido hasta que salgan
de la zona. Comentamos que debemos tener cuidado con que la pelota no caiga en
el balcón de la casa de en frente porque no volveríamos a verla. Monti avisa
del peligro de que la pelota entre en el patio donde la Sara descansa tras las
rejas, estirada en el suelo con sus cuatro patas, su hocico negro y su pelaje
canela y azabache. Da miedo.
Comienza el partidito.
Lorencito, cuando juega, es un fijo en mi equipo para la portería. Beja y yo
hacemos varias jugadas con paredes cortas que desorientan al equipo contrario.
Nos distanciamos en el marcador, ya vamos 5 a 2 a favor. Monti es muy veloz en
carrera y aprovecha dos buenos pases para anotar dos goles más. Lo malo es que
en el último de ellos se pegó un trancazo con un árbol y, al sangrar por la
nariz, tuvo que retirarse, quedándonos con un jugador menos.
Joaqui, que es más
listo que el hambre, aprovecha la situación. Se coloca en la defensa y cada vez
que un ataque nuestro sale fuera de gol, Rogelio, el portero de su equipo, le pasa rápidamente el balón y Joaqui lanza
un puntapié a Leo, que espera pacientemente para quedarse solo ante Lorencito y
este poco puede hacer para evitar varios goles. Claro que aquí no existe la
regla del Fuera de juego.
Ahora, en mi calle, no
existe otro mundo más que la pelota, los amigos, driblar, defender, correr,
atacar y luchar por ganar el partidito. Para mí, no hay nada más allá del
sentido de equipo junto con el esfuerzo con los demás, la armonía y el
desarrollo del juego.
Tras un largo rato de
juego, la distancia del resultado se ha reducido hasta el 7 a 6 a nuestro
favor. Algunas madres ya se han asomado a la puerta para avisarnos de que ha
llegado la hora de recogerse. En ese momento Juani pega un potente chupinazo
que se colaba en nuestra portería, cuando me tiro al suelo y despejo el balón
con la mano, no sin antes patinar por el asfalto con mis rodillas. “Penalti,
Penalti,…” grita Javier, cerca de la jugada, mientras observo el color rojizo
que comienza a cubrir mis piernas. No hay duda, es penalti.
Acordamos que la
última jugada será el lanzamiento del penalti. Tendrán una posibilidad de
empatar o ganaremos nosotros el partidito. Algunos de mi equipo comentan que
debería ponerse otro portero más fiable para la jugada decisiva pero la mayoría
no aceptamos eso. Beja me pregunta cómo estoy después de ver que la sangre
llega ya a mis zapatos gorila. Le digo que estoy bien, que Monti está más
chungo que yo porque todavía está cubriéndose la nariz con un pañuelo.
La noche ha caído, y
escasas farolas iluminan débilmente la última escena del encuentro. Oímos el
característico silbido llamando a retirada del padre de Juani y Joaqui desde la
esquina de la calle con Santuario de las Cabezas. Mi madre se asoma a la puerta
de casa y me lanza un ultimatum para que vuelva ya, pero yo sigo apurando los
minutos finales. Joaqui, sonriendo, pone el balón en el punto de penalti
imaginario, a siete pasos de la portería. Lorencito se coloca en el centro del
marco, da una palmada y le dice que dispare cuando quiera. Joaqui inicia la
carrera y le pega con potencia un punterazo a la pelota, yendo esta rasera y
esquinada en dirección clara de gol.
Todos permanecemos en
silencio presenciando la jugada. Y aquí es cuando nos sorprende Lorencito,
lanzándose al suelo, haciendo chirriar el metal del aparato ortopédico que
acompaña a su pierna al chocar con el asfalto de la carretera, logrando
despejar la pelota con su zapato especial de suela gruesa. Impresionante.
Javier ayuda a
levantarse a Lorencito del suelo y todos los de mi equipo saltamos y gritamos
de alegría abrazando a nuestro héroe del partido, que sólo sabe reír
nerviosamente mirándonos a todos con su rostro pleno de emoción.
Gran partidito.
La mayoría nos vamos
retirando al tiempo que comentamos algunas jugadas ocurridas, sobre todo la
última gran intervención de nuestro portero.
Mañana esperamos
volver a jugar de nuevo; cualquiera puede ganar o perder, e incluso empatar,
pero siempre jugamos todos. Y lo hacemos con el entusiasmo y la alegría que
siempre nos da jugar un partidito de fútbol en nuestra calle.
Que nunca se acabe
esta dicha.
Veo que empesais de nuevo a escribir, me alegro porque lo haceis muy bien y es una delicia leer vuestros escritos.
ResponderEliminarNoches de verano, partidito en la plazoleta.
ResponderEliminar¡Hasta los 25!¡El Grego mio, que es el mejo, y para eso la pelota es mia!
Cada momento del escrito me ha hecho recordar instante felices de mi infancia.
Y lo mas importante que hoy me hace pensar en muchas cosas: Siempre jugamos todos.
¡Impresionante!
Gran partido...impresionante el gran Lorenzito con su pierna ortopédica.
ResponderEliminarEspero próximos relatos....
<>
Impresionante narración y muy emotiva... Yo no jugué ese partido pero lo hice en miles de ocasiones en la misma calle, con los mismos amigos, la misma pelota de goma y las mismas piedras a modo de portería... Se me han caido dos lagrimones como castañas... Ay, como me acuerdo de ese Lorencito que llevaba su minusvalía con total dignidad y era como el profesor Bacterio, que se fabricaba su arco que nos acojonaba a todos con una madera y una tanza y las flechas con varillas de paraguas... por no hablar de los petardos caseros...
ResponderEliminarSócrates Cerreño.
La emocion ha podido conmigo, impresionante el relato, aún me veo abrazandonos todos a Lorenzito, heroe inesperado de nuestro partidito, pero para nosotros como si hubiésemos ganado la copa del mundo de fútbol... creo que no se me olvidará nunca la cara de felicidad de Lorenzito, todos abrazándolos, que felicidad más inmensa......que gran recuerdo. Gracias. Soy El Beja.
ResponderEliminarHola soy la hija del Monti y soy una fan tuya. Carla
ResponderEliminarAún en mi generación he tenido una infancia parecida, desgraciadamente esta dicha esta acabando, yo lucharé porque mis hijos vuelvan a recuperarla. Grande el relato.
ResponderEliminarKal-El
Bienvenido Kal-El al mundo baobaliano.
EliminarLa patria que nos une a todos siempre será la infancia y sus descubrimientos constantes. Siempre estará en nuestro interior el país cercano.
Gracias..
¿Qué puedo decir? Relato emocionante, épico. También porqué presencié personalmete una de esas innumerables partidas de futbol y de tardes interminables. Es como si hubiese salido ahora mismo de casa y os viese jugar y al Lorencito parando el gol. Me han llegado hasta los ladridos de la Sara !Qué perra tan fiera!
ResponderEliminarEn mi memoria aún están dos partidas. Una, la del pelotazo que recibí en plena cara mientras salía a la calle desde mi jardín. Por supuesto la partida se interrumpió durante unos minutos. Qué decir... fueron todos unos caballerosos deportivos. La otra, creo que fue la partida mas negra de la calle. Fue cuando la pelota atravesó de repente el jardín de una señora, que ya desde hacía tiempo amenazaba de rajar la histórica pelota con unas tijeras. La pelota atravesó las rejas y la señora como prometido rajó la pelota hasta dejarla sin aire. No contenta la partió a la mitad. Todo ésto frente a las miradas de un equipo de niños desconsolados.
Si tenéis memoria de esa partida me gustaría que escribierais algo sobre ella. Aunque seguramente no fue una alegre partida.
Indaco.
La épica siempre conjuga bien con los actos caballerosos y ese hecho que mencionas podría estar dentro del relato y lo complementaría.
ResponderEliminarCuando la escena de "Psicosis" culminó con el asesinato de nuestra pelota, nos quedamos todos enmudecidos y paralizados. Aunque hay que apuntar que al día siguiente estábamos de nuevo jugando.
Gracias por tus palabras..
Exactamente es cómo tú dices Masmoc. Parece la escena de una película. En mi mente así se quedó la imagen casi en 3D. Desde mi angulación como un director de cine con su cámara, podía ver contemporáneamente la mujer matando la pobre pelota hasta dejarla sin vida y al mismo tiempo el equipo de niños a la boca abierta ante la escena. Nadie se rebeló, nadie protestó mientras la señora desahogaba su cólera de años de fustración o soledad, quién sabe, sobre el
Eliminarbalón. Creo que los niños lo entendieron y es por éso que prefirieron callar.
Indaco