Exhausto, bañado en sudor y empapado
de mi propio miedo, caigo de bruces sobre el asfalto amigo, buscando oxígeno
con mi boca para llenar mis vacíos pulmones. Echado boca abajo, brotan lágrimas
de mis ojos; mientras mantengo la cabeza oculta bajo mis manos siento los
espasmos incontrolados de mi cuerpo ante el vendaval de sollozo rabioso y
salvaje que me desborda. Lloro con desesperación y amargura, dominado por
imágenes en mi mente de odio, violencia y horror, imágenes engendradas por
criaturas infantiles que jamás habría concebido, si no las hubiese sentido por
mí mismo. Así permanezco, salpicado por el terror, hasta perder el sentido y
quedarme dormido con el decadente sol abrasándome un poco más y el perpetuo abrazo
del miedo.
Al recuperar el conocimiento noto la
garganta seca y mi lengua pesada como una piedra. Bebo de la cantimplora, a
pequeños sorbos para saciar mi sed, nada más incorporarme en pie. El sol está
muy bajo, a punto de desaparecer en el horizonte. Comienzo a andar pausadamente,
siguiendo las líneas discontinuas del firme alquitranado. Repaso las imágenes
de los rostros infantiles, desfigurados por la ira, que todavía acosan mi
espíritu. Intento encontrar un sentido a ese río ebrio de odio y maldad que ha
estado cerca de inundarme ¿Sería un juego para ellos?
A ambos lados de mi carretera, porque
la siento como si de un ángel de la guarda salvador se tratara, un paisaje de
árboles con escasa savia y ausente de hojas, escolta mi pausado avance en
contra de un viento, algo apaciguado al bajar una depresión del terreno. Me
detengo junto a uno de los árboles, y con mi cuchillo saco raíces comestibles
de la tierra seca, que mastico para adormilar mi hambre mientras sigo andando.
Diviso una cabaña con un intermitente
luminoso de bar encendido. Me dirijo hacia allí deseando encontrar algo de
contacto humano agradable, aunque me acerco sigiloso y con recelo por lo que
pueda hallar. Abro la puerta lentamente agarrando con mi mano el cuchillo, por
si tengo que desenfundarlo. Oigo ruido de vasos y algunas risas entremezcladas
con una música totalmente desconocida y de extraña comprensión para mí. El
lugar está bastante oscuro; distingo varias figuras en la semi penumbra con
varios focos de luz que apuntan desde el techo proyectados sobre una barra de
bar, algo más baja de lo habitual.
-
Zawinul Karmal. Qué bueno que
viniste. –Un hombre delgado, con barba de tres días, camisa floreada y una
expresión cómica guiñándome un ojo, desde detrás de la barra, levanta los dos
brazos hasta casi tocar la bola giratoria de cristalitos plateados que cuelga
del techo, mirándome como esperando una abrazo mío o algo parecido. –Zawinul,
no te quedes ahí pasmado, ven y tómate algo que tienes mala cara.
Avanzo tres pasos y ya estoy en la
barra frente al sujeto que me ha puesto nombre, y además le debo ser muy
familiar. Coge tres botellas de licores coloreados, echa un poco de cada una en
una coctelera, añade hielo picado, dos cucharadas de leche condensada y una
copa de vino de tintilla. Agita la coctelera sonriendo como un personaje risueño
de algún comic, sin dejar de mirarme; se detiene, da un giro completo sobre sí
con la coctelera alzada sobre su cabeza y la introduce en un microondas
diciendo –sólo un minutito –. La recoge de nuevo, vierte su contenido en un
gran vaso de cristal azul y añade cubitos de hielo diciendo –sólo cinco cubitos
– y me ofrece el vaso sosteniéndolo con sus dos manos. Tomo un pequeño trago sin
dejar de mirar su rostro de perenne sonrisa tonta. Está exquisito. Intento
sonreírle, sin percibir yo mismo si lo he logrado; estoy muy cansado aunque la
bebida me reconforta sobremanera.
-
Ese es mi Karmal. Ahora ya tienes
otra cara. Ya me contarás más tarde donde te has metido todo este tiempo, –me
dice colocando las botellas usadas para crear mi combinado en una estantería
sobre la pared, a su espalda, de azulejos rojizos y azulados –ahora sigo
atendiendo a mi clientela, que no es muy numerosa últimamente.
La puerta del local se abre, me giro
y veo a contraluz dos figuras, una mucho más baja. Tenso mis músculos y agarro
el puño de mi cuchillo con mi mano derecha mientras con la izquierda sostengo
el gran vaso de cristal azul. Si la figura pequeña es uno de los niños salvajes
estaré preparado para su ataque. Me relajo, es un enano con cara sonriente
junto a una mujer de mediana estatura y de curvas pronunciadas, marcadas por el
mono negro ajustado que lleva puesto. Los dos se sitúan junto a mí en la barra,
el enano se sienta en un taburete y la mujer está de pie dándome la espalda.
Hay dos mujeres sentadas en una mesa junto a un hombre en animada conversación,
por sus gestos y risas. Al notar la presencia de la mujer que acaba de entrar,
las dos mujeres guardan silencio, juntan las palmas de sus manos a modo de rezo
e inclinan la cabeza hacia ella. La mujer que está a mi lado hace un movimiento
de su mano en el aire hacia ellas, discretamente, y éstas continúan la animada
conversación con su acompañante. Sobre la extraña música punzante suena una
sirena que me hace estar aún más vigilante y expectante.
-
La hora de chupar. El Joyero agradece
la presencia de esta exquisita concurrencia y les obsequia con el chupachups
energizante. ¡A chupar vida!
Todos los presentes se acercan a la
barra y reciben de él una bolita de caramelo sostenido por un palito de
plástico. Recojo el mío de la caja que me ofrece el Joyero, al mismo tiempo que
el enano coge el suyo y me mira diciéndome –Te va a dar vida, amigo mío.
–Asiento con la cabeza.
-
El que quiera puede conectarse ahora
con “Mano de Santo”, –dice El Joyero bajando la intensidad de la luz y haciendo
que la bola de cristalitos del techo proyecte sobre paredes y techo luces
rojas, verdes y amarillas – sólo durante media hora. Más tiempo sería
demasiado, y demasiado nos desbordaría de tiempo vacío.
-
En los tiempos anteriores a la caída,
El Joyero tenía una joyería de lujo, un lujazo de tienda, aquí mismo. Pero esos
eran otros tiempos. –Me dice el hombre pequeño mientras se coloca una pulsera
en su brazo izquierdo y agarra con su mano derecha un brazo de la mujer que me
da la espalda. Ella se vuelve hacia mí, me coloca una pulsera idéntica en mi muñeca
izquierda con rapidez y me agarra del otro brazo. Instintivamente me agarro
también al pequeñito, formando los tres una unión enlazada.
El sonido de la música ha bajado su
intensidad rítmica y el volumen lo oigo más bajo, aunque me sigue pareciendo
muy extraña. Casi todos los que están en el antro se están enlazando. El Joyero
cierra la puerta, poniendo una tranca inmensa, bloqueándola y diciendo
sonriente –Avisará la sirena para no caer en tiempo vacío. ¡Avanti!
La mujer que agarra mi brazo con
fuerza, sin dejar de agarrarme, se sienta en la barra del antro y grita con
cierta melodía –Mano de Santo, tócame.
En el mismo instante de finalizar su
llamada, siento que caigo en un pozo, pierdo la visión del Joyero, al que
estaba mirando, y me encuentro en una playa con dos niños a mi lado, tumbados
en la arena. Me incorporo algo mareado, y el niño ¡es el enano! y la niña ¡es
la mujer que le acompañaba!
-
¿Qué es esto? – les pregunto
nerviosamente.
-
Es mi “Tiempo Pasado”, una rendija de
mi existencia que ahora comparto contigo. Disfrútala. –Me dice la niña que hace
un minuto era la mujer que me puso la pulsera.
-
Aprovecha este regalo, Zawinul. –Grita
el pequeño niño corriendo hacia una mar crepitante de espuma y olas bravías. –El
Tiempo de Nicks ha sido más intenso que los Tiempos nuestros, y aquí estamos.
La chica salta de la arena y corre
para después zambullirse en el mar y jugar con el otro chico en el agua. Permanezco
absorto viendo la imagen, mirando a todos lados, esperando que algo me sacuda y
despierte del sueño. Pero no ocurre, sigo viendo como chapotean y juegan en la
orilla. Miro mis manos, el resto de mi cuerpo, sorprendido al saber que soy
también un niño. Me quedo sentado en la arena viéndoles, contemplando la imagen
de su alegría que me embriaga profundamente.
El rugiente sonido de una sirena me
saca de la serenidad emocional de mi visión. Los dos chicos salen apresurados
del agua, llegan hasta mí y nos enlazamos con nuestras manos y brazos,
conectándonos. Nicks me mira sonriente diciéndome –Inspira.
Inspiro; el aroma de mar salado y
arena mojada penetra en mí al tiempo que los ojos de Nicks hacen lo mismo,
penetrando en mi interior y desplazándome por un túnel espiral ascendente, que
no sé adónde me llevará.
Una cosa sí es cierta, sé que siento mucho
menos miedo dentro de mí.
Masmoc Utopía
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