Voy en coche acompañada por un reciente amigo conocido en una de mis noches
de diversiones amargas. Me está llevando a un lugar especial que conoce y que
me va a dejar, según él, a boca abierta. Estamos atravesando la noche y los
campos oscuros con sus tenebrosas siluetas de ramas y árboles. Mi amigo no es
para nada antipático pero tampoco nada especial. Viajo con él con la convicción
de que esta historia, como tantas otras, será destinada a quedarse en un micro
recuerdo del pasado. Más que viajar, huyo de mi realidad y de mí misma después
de una serie de experiencias traumáticas, de separaciones, de personas y
situaciones que me están llevando tambaleante y a empujones hacia la edad
adulta de los cuarenta años.
Mientras el hombre habla entusiasmado del misterioso lugar donde vamos,
reflexiono sobre la edad. Me doy cuenta que no se puede determinar una edad
adulta concreta. Quizás sea una decisión consciente y racional el determinarla.
O quizás una serie de experiencias fuertes concentradas en un espacio temporal
limitado lo que te lleva a ello. Después queda elaborarlo todo. Con sorpresa
descubres un día que han pasado años antes de que tu sufrimiento se sedimente
en tu interior como el aceite que se sedimenta en el culo de una botella.
Entonces te das cuenta que finalmente lo has metabolizado.
-
¿Cuántos
años tienes, Simón? –Le pregunto de repente a mi amigo conductor.
-
¿Quién,
yo? –Pregunta un poco sorprendido. –Ah pues 38 años, ¿por qué?
-
No,
nada, curiosidad. Eres más pequeño que yo.
Miro su perfil salvaje de ojos grandes y rizos negros y lúcidos. Su físico
robusto no corresponde a su edad psicológica. Él también se ha quedado atascado
por alguna edad de su pasado adolescencial. Dice que tiene un hijo ilegítimo.
No por causa suya sino porque su madre no deja reconocerle.
Todas las mañanas pasa delante del niño mientras va al colegio y él al trabajo.
Pero no lo puede saludar, ni besar, ni abrazar. Para él su padre es un perfecto
extraño. Así los días pasan unos tras otros con la esperanza de que la madre se
decida a reconocer la paternidad. Mientras tanto, la tristeza le muerde el alma.
Para exorcizarla, mi amigo de vez en cuando se pone en posición de yoga,
con la cabeza apoyada en el suelo y el cuerpo de 1,80 cm de altura a candela,
esté donde esté. Creo que nunca entenderá que esa posición es la consecuencia
del amor. Y que la es la causa de que le echen de bares y locales nocturnos.
De repente el coche frena bruscamente, al menos lo suficiente de sacarme de
mi abstracción.
-
Hemos
llegado. –Me dice con voz algo cansada.
-
Ah,
bien; pero no se ve nada. Está completamente oscuro este lugar.
-
Sí,
hay luna menguante pero te va a encantar. Ya lo verás.
Nos acercamos a una especie de lago, creo al menos. El agua fluye, la
siento fluir por alguna parte.
-
¿Dónde
estamos? –digo un poco intimidada por la oscuridad absoluta. –No se ve nada.
-
No
te preocupes, te guío yo.
Mi amigo me lleva lentamente y cogida de la mano como a un niño temeroso.
Nos paramos cerca de una roca grande y levigada de piedra gris madreperla por
el reflejo de la luna. Entonces empiezo a ver algo, seguramente mis ojos se
están acostumbrando a la oscuridad. Veo siluetas de personas echadas sobre las
grandes piedras que contornean la laguna. Otras personas están metidas dentro
del agua. Siento las voces que se mezclan con el sonido de las cascadas.
-
Son
termas. –Me dice mi amigo.
-
Ah,
interesante.
-
Sí, lo más interesante es venir aquí y bañarse
de noche. Prueba. Mete los pies en el agua y siente como está caliente.Ésta
era la sorpresa.
-
De
acuerdo espera un poco, me tengo que aclimatar al ambiente.
-
Vale,
tómate el tiempo que quiera pero después nos bañamos.
Mientras me aclimato sentada en la dura roca me pregunto qué hago yo aquí.
No me gusta para nada esta situación. Soy una que quiere ver claro, me gusta
mirar, y aquí no veo nada. Era mejor venir durante el día. ¿Por qué sigo
haciendo cosas que no me interesan? Me siento perdida en este momento de
mi vida y lo peor que hago es ponerme en manos de otros que están perdidos y
dolidos como yo. No puedo arriesgar siquiera salir a cien Kms de la ciudad.
Mientras me estoy fustigando con mis pensamientos veo venir una figura de
silueta cupe y umbrosa a poca distancia. Camina y va golpeando con un bastón
las piedras al borde de la laguna con fuerza.
No sé, pero su persona no me es completamente extraña. A medida que se
acerca comienzo a reconocerlo. Sus pantalones negros ajustados, su capa oscura,
su bastón que lo usa como una especie de arma.
Es él, es la figura oscura que se presenta en mis sueños, desprotegida de
toda presencia que me quiera visitar. Su actitud es provocadora, me fastidia y
me da miedo.
Ahora está aquí. ¿Cómo puede ser? ¿Qué hace en este lugar y por qué me
sigue en mis sueños y ahora aquí, en mi realidad? Estoy segura ahora que es él
ahora que ya está a dos pasos de mí. Veo su cara, sus ojos negros penetrantes y
pequeños. Su nariz afilada y corvina como una diminuta navaja Sus labios
sutiles sin ningún movimiento La inexpresión de su rostro.
El ansia crece. Lo tengo ya muy cerca de mí. Siento los golpes secos del
bastón sobre las piedras. La figura tenebrosa me pasa al lado, dejando caer un
objeto que se balancea en el aire mientras llega al suelo. Miro para atrás para
seguirlo con la mirada pero se ha perdido en las sombras de la noche.
-
¿Quién
es ese hombre? –pregunto a mi amigo para paralizar el miedo que me invade.
-
No
sé, no lo he visto antes.
-
Pero
¿qué está haciendo con ese bastón golpeando las piedras? ¿Por qué golpea las
piedras?
-
Tampoco
lo sé. Pero es verdad que es raro el personaje. ¿Tienes miedo? No te preocupes,
estoy yo aquí para defenderte. –Dijo Simón levantando una carcajada.
Seguramente mi amigo no tiene temores porque no lo conoce, ni yo tampoco,
pero lo he visto ya en mis sueños. Estoy convencida.
-
Vale,
Simón, pero no estoy tranquila. Por favor, vayámonos de aquí. No me gusta este
lugar.
-
¿Cómo es posible? Hemos hecho 100 Kms. ¡Era mi
deseo mostrarte estas termas!
De prisa nos levantamos tras mi incitamiento. Ahora veo el objeto que ha
dejado caer el tenebroso señor. Es un pañuelo rojo. Lo cojo y lo meto en mi
bolsillo. Quizás lo ha tirado al suelo a propósito para que yo lo recoja; lo
analizaré luego en casa.
De prisa nos metemos de nuevo en el coche de vuelta a la ciudad. Mi
amigo conduce en silencio. Su propósito ha fracasado, nosotros también. No
obstante duermo toda la noche en su casa y a la mañana siguiente me acompaña a
la mía. Nos despedimos sabiendo que no nos volveremos a ver de nuevo.
El día está llegando a su fin envuelto en un violáceo ocaso. Este momento
de la jornada me pone siempre melancólica y me suspende en un estado
existencial vago y solitario. Decido salir por el barrio, me calzo mis botas
altas y me pongo mi gabardina.
Podría caminar con los ojos cerrados por estas calles después de tantos
años. Miro el alto campanario de la antigua iglesia. A la mente me viene la
experiencia de la noche pasada en las termas y mientras acaricio el pañuelo en
mi bolsillo, recuerdo algo de un sueño que he tenido esta última noche cuando
dormía en casa de Simón.
En mi sueño saltaba desde una alta roca del lago y me zambullía en las
cálidas aguas envolviéndome como en un líquido placentero. Nadaba hacia el
profundo turqués hasta que mi respiración en apnea me lo permitía y salía
a superficie explotando en un respiro liberatorio. En una de estas inmersiones
y subidas vi al tenebroso señor. Estaba ahí con su
bastón como si buscara algo entre las rocas. Me miraba con su penetrante mirada
y sentía que me decía algo. Desde el centro del lago no conseguía oírlo. Se
acercó más a la orilla y palabreó con una cierta ironía.
-
¿Tú
los conoces a esos dos? –Señaló con el bastón hacia una dirección en el bosque.
–Aquél es el hijo de esa mujer que tiene la tienda de mercería en tu
barrio. –Volvió a hablar pausadamente. –Es una buena mujer, y el otro es
el que su padre trabajaba en……….
Repentinamente sus palabras resultaron ofuscadas por el grito de una
majestuosa águila que volteaba sobre nuestras cabezas en círculos ascendentes.
La observé mientras subía en lo alto del cielo hasta perderla de vista. Después
miré hacia el bosque para ver a los dos personajes que me había indicado con el
bastón el misterioso hombre. Vi dos figuras que parecían dos sombras que se
movían entre los árboles del bosque y miraban fijamente al punto donde yo me
encontraba. No podía a la distancia reconocer sus caras ni detalle alguno.
A ese punto me desperté del sueño.
De vuelta a mi portal me repito en silencio como un mantra terapéutico “La
vida es sueño y los sueños sueños son."
Me siento cansada. Quiero volver a casa. Dormir y volver a soñar…..
* INDACO