No encontraba Silvano una explicación para su profunda tristeza, para su
hastío diario consigo mismo, no hallaba motivos concretos que justificaran su
mal sabor de la vida que llevaba. Aparentemente, con su familia, con sus
compañeros de trabajo, con sus pocos amigos, llevaba una relación cordial y
fluida. Cualquiera lo situaría como un hombre afortunado y él recibía también
esa percepción que le transmitían.
Pero cada día, desde una noche de insomnio repleta de reflexiones, el
desaliento interior con su existencia y el hastío asfixiante culminaba siempre,
cada noche, con su lascerante grito interior y silencioso que imploraba otras
vidas. Cuando las sábanas le cobijan al final de cada jornada, cuando el sueño
acude a él reclamándolo, es cuando siente la pulsión latente, el imperioso
deseo animal de cambiar, de encontrarse en otra vida fuera de su existencia, el
profundo deseo de hallarse en otro mundo, en otra realidad muy alejado de sí.
Sumergiéndose en el sueño, cerrando sus ojos con fuerte desesperación, todo su
ser suplica ayuda y el anhelo de otra vida.
En sus sueños, Silvano comprobó que volvía al mismo entorno noche tras
noche, mientras dormía. Una naturaleza que de algún modo le resultaba algo
familiar, un lugar que acrecentaba su serena claridad y que le animaba a
reflexionar y observar el idílico entorno donde continuaba caminando. Se
encontraba solo en sus paseos por el bosque, sentado en la piedra roma desde
donde contemplaba amaneceres siempre diferentes, orilleando el caudaloso río,
descubriendo nuevos lugares en el bosque. Su pañuelo rojo anudado al cuello le
acompañaba, y eso le gustaba y le reconfortaba.
La última noche, cuando todo su ser desesperaba por salir de sí mismo,
logró dormirse y de nuevo se encontró en su sueño de vida, en la cima de una
montaña ya conocida. Desde allí se sorprendió al ver a lo lejos a un caminante
que subía por un serpenteante sendero entre la frondosa vegetación. Era la
primera vez en sus paseos oníricos que veía a otra persona en su mundo. Cogió
unos prismáticos que llevaba en su bolsa al hombro y pudo ver mejor al hombre
que subía sonriente, sin aparente esfuerzo y mirando hacia arriba, como si
estuviera buscándole. Un sobresalto le llegó al ver nitidamente aumentado,
cuando reguló mejor las lentes, que su visitante llevaba anudado a su cuello un
pañuelo rojo idéntico al suyo.
Entonces recordó, de una manera clara y transparente como el cielo azul que
los iluminaba, que en su último despertar en la habitación de hotel se encontró
con el pañuelo rojo que portaba en sus sueños tan real e inesperado como su
nuevo acompañante.
* Masmoc Utopía
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