El crujir de la hojarasca bajo mis botas, resuena como una melodía otoñal que me envuelve en el paisaje.
El fluir de un río
cercano me atrae, abandono lo más tupido de este bosque de álamos temblones y
descubro la luminosidad del día reflejada sobre la espuma de unas aguas
agitadas por la bravura de su juventud.
Descansar sobre la
piedra roma que me espera en cada paseo que realizo en mi letargo.
Descalzarme de las
botas que abrazan mis pies cansados.
Desmenuzar inquietudes
que me acompañan en mi viaje causal.
Disfruto de este
paisaje salvaje que aúna un bosque milenario cansado y sabio con la
juventud desgarradora del arroyo vecino.
Qué ímpetu tienes,
digno de tu inocencia; inocencia que da tu falta de años, escucha los consejos
que te legan los álamos.
Silva el viento entre
las ramas de su sabiduría, avisándote de los males que te acechan, pero tú no
escuchas.
Pasaras por lugares
inhóspitos, irá cesando tu violencia, tu inconformismo y cuando te creas
vencedor en tu viaje, la mansedumbre se apoderará de ti, entonces ¡serás tú el
vencido!
Desanudo el pañuelo
rojo que mi cuello pasea en mis viajes y seco el sudor de la frente, confluyen mi
pasado y mi futuro, me pierdo en el aroma de este presente, pero el duermevela
que me provoca...es sustituido por el sonido ronco de un reloj.
Vuelvo a respirar el
hastío que me acompaña en mi mundo real, penetran en mí los sonidos ruidosos de
la ciudad.
Abro los ojos
esperando que mis oídos me estuviesen engañando, pero la habitación de este
hotel me devuelve la desesperanza.
El traje sobre
la percha del armario abierto, la camisa que deje el día anterior planchada
sobre la silla y esa corbata que me acompaña cada día, con el anagrama de mi
empresa, comienza una nueva mentira.
Me levanto en un
desperezo matutino que me lleva hasta el baño, apenas entro, lo veo, allí junto
al lavabo, no recuerdo haberlo dejado, ni siquiera recuerdo haber visto ninguno
en este mundo…
¡Un pañuelo
rojo! Sin duda hoy será diferente.
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