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He visto esta mañana en la Plaza de Abastos el carrito de
Manolillo el de las carteleras y la peli tiene que estar guapa. –Nos dice
Lorencito frotándose las manos sonriendo.
- ¡Hombre! A ti es que te encantan todas las películas de romanos.
–Responde Rogelio cuando los cuatro ya doblamos la esquina de nuestra
calle con Santuario de la Cabeza.
Manolito “el Chico”
viene andando por la otra acera de la calle comiéndose un helado napolitano,
tan concentrado en ello que no nos ve.
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Manolito, que vas a tropezar con un árbol, mirando al
napolitano. A ese ritmo no llega entero a tu casa. –Le digo haciéndole señas
con la mano mientras seguimos caminando.
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¡Claro!, que si no mi madre me riñe si me ve con el helado, porque
después me duele la garganta.
Dejamos atrás la
Academia Rojas, ahora callada sin el bullicio de los días de clase escolar,
pasamos por delante de la Plaza de Abastos, donde Lorencito vio las carteleras
con fotografías de la película que veremos esta noche. Al pasar junto al kiosko
de Vitoriano, Monti salta del grupo en silencio, como si algún dios romano le
hubiera hecho señales que él sólo podía percibir, y se planta en el kiosko.
Nosotros nos detenemos cerca de la Peña Sevillista y permanecemos en silencio,
observando su regreso con el rostro sonriente, ondulando su cuerpo a ambos
lados, saludando con la mano izquierda mientras con la derecha saborea un
napolitano recién comprado.
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¡Anda que no eres nadie, Monti! –Le dice Lorencito mientras él
saborea su helado en silencio, sonriéndonos.
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Vamos a poner dos o tres pesetas cada uno, que vamos a comprar
kikos. –Les digo a los tres.
El albero,
humedecido por el agua de la recalentada manguera media hora antes, nos recibe
con cierto frescor, cuando la noche comienza lentamente a bajar y el olor
penetrante de los jazmines en la entrada nos sitúa sensorialmente en el Cine
Casablanca.
Una vez que el portero
nos parte el ticket, buscamos el mejor sitio posible por el centro y no
demasiado cerca de la pantalla. Una pantalla inmensa y blanca como el frío vaso
de leche que tomé en la merienda. Las paredes encaladas dan un ambiente de
frescura y pureza que al cobijarnos las estrellas nos envuelve en un mundo de
aventura y misterio por el que el tiempo no traspasa.
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La que vimos la semana pasada de El Santo Enmascarado de Plata sí
que estuvo bien. –Nos comenta Rogelio.
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Las pelis de Fuman Chú sí que están guapas. –Alza la voz Monti con determinación, mientras nos
sentamos en las recalentadas sillas.
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La última que vi de Maciste estuvo regular. –Le digo a los amigos.
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A mí me gustó. –Salta rápido Lorencito.
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Es que a tí te gustan todas las que salgan romanos y espadas. Y si
salen peleas de gladiadores, "no te digo ná", te vuelves loco. –Le apunta Rogelio oportunamente, a lo que
todos nos reímos.
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Pero si Maciste cogía unos pedruscos enormes y los lanzaba a los
“malos”, y se veía claramente que eran de goma por los botes altos que pegaban
en la tierra. –Insisto en lo mío.
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Eso es verdad. –Apunta Monti mirando la pantalla del cine de
verano.
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A mí me gustó. –Se reafirma Lorencito, sin dejar de moverse en su
asiento.
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Bueno, a ver si la película de hoy, "Maciste guerrero
de Esparta" está bien. –Les digo poniéndome de pie, mirando hacia las
filas de atrás por si veo a alguna chica conocida..
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Pasa los kikos. –Le dice Monti a Rogelio, sin dejar de sonreír..
Ha caído la noche, las
canciones de Simon y Garfunkel que despiden los altavoces dejan de sonar,
encienden el proyector, dos salamanquesas corretean por la pantalla antes de
ser “destrozadas” por Maciste, nos miramos sonrientes y contemplamos el gran espectáculo
de nuestro verano que comienza en el Cine Casablanca.
Así, nuestro
particular espectáculo vivencial continúa, cuando el verano nos abre sus
puertas como una película de aventuras y descubrimientos, siempre lleno de
momentos especiales y únicos que perdurarán el resto de nuestras vidas.
* Masmoc Utopía