Estoy solo.
Después
de volver de mi paseo matutino por la playa, me dispongo a preparar el
almuerzo. Hoy toca ensalada de pulpo rociado con tintilla reserva.
Corto
una verde y fresca lechuga de mi pequeño huerto, distribuyo en el cuenco trozos
del pulpo que capturé muy temprano y que después herví, medio hipnotizado por
las llamas del fuego, algo de especias, un poquito de sal, aceite de oliva
virgen extra y removerlo todo enérgicamente.
Ahora
viene el toque maestro, que descubrí por casualidad una noche turbia en la que,
algo ebrio, volqué el vaso de vino de tintilla sobre la ensalada recién
preparada. Aquella noche no cené, me quedé dormido sentado en un taburete con
la cabeza reposada sobre la mesa de la cocina. Al día siguiente desperté con
hambre y un regusto infantil y azucarado en mi boca. Al volver de la playa
después de darme un baño en el mar me fijé en la ensaladera de plata llena de
la ensalada de pulpo preparada en la noche anterior. La removí un poco con el
tenedor y gustosamente la probé.
Una
sensación exquisita, una novedad gustativa, un sabor no encontrado
anteriormente. Me incorporé y dí dos vueltas a la mesa pensando en los
ingredientes cuando golpeé con uno de mis pies descalzos una copa moribunda en
el suelo, y mi memoria me rescató de la confusión al mostrarme la botella de
vino de tintilla reserva totalmente vacía.
El
tiempo. El tiempo necesario para que adquiriera ese sabor macerado, a mar
profundo y a campiña primaveral, sabor a barcas y redes de pesca y también a
silenciosas bodegas de dioses antiguos. El tiempo transcurrido de la noche al
día con un sol en lo más alto del cielo le dio el noble y complejo sabor que
embriagó mi deleite.
Hice
la ensalada de pulpo otro día y repetí los ingredientes, incluida la copa de
tintilla final, pero no conseguí el fulgurante sabor. Volví a intentarlo varias
veces y no lo logré. Hasta que una noche hice la receta cuidadosamente y
brindando con mi licor preferido esparcí el contenido de la copa sobre la
ensalada, seguidamente salí al porche a contemplar las estrellas e intentar
situar a algunas por su nombre. Al día siguiente, nada más despertar y aún
desvaneciéndose mi último sueño con multitudes, probé la ensalada de pulpo con
tintilla reserva y mi paladar volvió a danzar y jugar con los dioses. Era de
gloria refulgente.
Necesitaba
su tiempo para complementarse y dar todo su sabor.
Y
tiempo es todo lo que tengo.
Estoy
solo en mi mundo.
No
recuerdo cuando fue la última vez que vi a alguien. Nadie pasa por aquí ni
tampoco yo voy a encontrarme con nadie.
La
espesa sensación de ser no siendo, continúa dándome compañía cada mañana al
despertarme, cobijándome, meciéndome como a un bebé cuando abro mis parpados a
la claridad matutina. Todo lo que tengo es el tiempo; el tiempo que me quede de
vida, solitario y sin palabras compartidas, sin miradas que cruzar ni manos que
agarrar.
Observando
el océano y la espuma de las olas besar mis pies, pienso que el tiempo será el
compañero que me permita dar reposo y paciencia a mi existencia
El
ir y venir de las olas, el llegar y abandonarse para recrear una nueva llegada,
me muestran mis días de renovación y abandono.
Me
sugiero a mí mismo que degustar todo este tiempo en esta inmensidad tan vacía,
podría conseguir complementar mi vida bañándome en la soledad profunda de todos
mis días presentes y futuros.
Incluso
podría dejar de sentirme tan contaminado por la culpa, acompañado sólo con el
tiempo.
Puede
ser que logre sentirlo.
Solo,
con el tiempo.
Estoy
solo con el mundo.
* Masmoc Utopía.