Algo me despertó, una agitación
inusual en mis desvelos de madrugada me hicieron saltar de la cama, el primer
contacto con el suelo de mármol, me provocó un escalofrío que recorrió mi
cuerpo de pies a cabeza.
Un correr silencioso me llevó hasta la
habitación de mi pequeño, el verlo con la sábana trenzada a su cuerpo provocó
paz en mi alma.
Me acerqué, tras luchar para
desenredar su cuerpecito de las sabanas, lo besé en la frente, me lo agradeció
con una sonrisa angelical.
Tras unos instante la agitación me volvió,
corrí hasta el cuarto de mi niña, al comprobar como un gesto de su cara me
mostraba el placido sueño que tenía, volví a tener paz en mi ser. La besé, sin
abandonar las desventuras de su mundo onírico, su mano acarició mi rostro.
Entonces, la agitación regresó,
recordé que ella dormía junto a mí, había salido con tanta precipitación del
dormitorio que no había mirado hacia su lado de la cama.
Volví a mi cuarto, la luz de la farola
que penetraba por la ventana se reflejaba sobre su cara, descubría un respirar
tranquilo.
Volvió a mí una paz en mi aura que me
llevó a rodear la cama y postrarme sobre ella para besar unos labios secos por
el frío de la noche.
Su cuerpo pasó de un sueño profundo a
un duermevela que aproveché para decirle:
¡Gracias por todo!
Ella me correspondió en un susurro con
un ¡te quiero! para volver a entregarse en los brazos de Morfeo.
La agitación volvió a mí, una luz cegadora inundó la habitación para descubrirme la silueta de mi cuerpo acostado
junta a ella.
Me volví hacia
la luz, envolviéndome en su manto y provocando en mi una...
¡paz atemporal
de espíritu!
* Tartessus Baobab