El
teniente me hace señales para que retroceda unos metros y me una a él. La
situación de nuestra misión está empeorando por momentos. Me arrastro por el
suelo evitando los disparos de las dos grandes
ametralladoras, fijadas a tierra, que ya han acabado con las vidas de
dos de los nuestros. Acompañado por mi buena suerte, al fin llego a la
trinchera donde me espera el teniente York.
-
Sargento, no conseguimos avanzar. –El teniente me grita para salvar el ruido de las continuas descargas de balas.
–Tenemos que tomar esa colina antes del anochecer, si no es así todo nuestro
pelotón se irá a criar malvas.
-
Teniente, ya sólo quedamos nosotros
dos.
El
sol está ya muy alto, el calor sigue creciendo, la garganta reseca por falta de
agua. El teniente se quita el casco y se seca el sudor de la frente con un
pañuelo, mirándome como si estuviera esperando que saliera un milagro de mi
boca.
-
Teniente, creo que debemos hacer un
ataque a la desesperada, es nuestra única opción de cumplir la misión y, con
algo de suerte, podremos salir vivos de esta.
-
Sargento, avanzaremos directos por el
camino más corto hacia el enemigo.
-
Yo iré primero, mi teniente. Cúbrame.
Salto
de la trinchera e inicio una carrera zigzagueando a izquierda y derecha, a la
vez voy lanzando granadas de mano que me allanan el camino.
El enemigo se ve
sorprendido ante esta acción suicida y cuando las dos ametralladoras intentan
volver a escupir su fuego de muerte, el teniente las mantiene a raya con su
continua descarga de disparos.
Por fin, llego a cobijarme tras un gran árbol,
fuera de la línea de tiro de los nazis. Siento un dolor en mi hombro izquierdo
y compruebo que una bala me ha alcanzado, aunque no es demasiado profunda la
herida y puedo seguir en pie. Me subo al
gran árbol con rapidez y, desde mi privilegiada posición, observo que la ametralladora más cercana guarda silencio para siempre; una
de las granadas de mano que lancé acabó con su rugido de muerte y con sus
conductores. Le hago señales al teniente de lo que he visto desde la copa del
árbol; mi situación no ha sido detectada por los dos soldados, que continúan
haciendo vomitar al otro monstruo de hierro y acero en dirección a la trinchera
donde se encuentra mi compañero.
El
teniente York deja de disparar y nuestros enemigos cesan su ataque. El calor es
asfixiante y brota por todas partes. Este silencio suena como música celestial
dentro de mi cabeza, y su melodía impulsa a mi voluntad a emprender una
andanada de disparos febriles, desde las alturas del árbol, que sorprenden a
los nazis.
De
inmediato, el teniente lanza su casco por los aires y salta de la trinchera,
sabiendo aprovechar mi ataque sorpresa, y llevando dos granadas de mano logra
avanzar lo suficiente para lanzarlas, les quita el seguro con la boca y estas
vuelan hacia los soldados enemigos….
-
¡Niñooo! Baja del árbol que la comida
ya está en la mesa. ¿Cómo podéis estar en el patio con este calor? – Mi madre
nos mira inquisitorialmente esperando nuestra reacción.
-
Monti, se acabó la batalla – le digo a
mi amigo, al tiempo que de un salto bajo desde el árbol níspero, dejo mi
metralleta de plástico dentro de la pileta del centro del patio de mi casa,
donde antes estuvo el teniente usándola como trinchera.
-
Me voy corriendo a mi casa que mi madre
debe estar esperándome. –Me dice mi amigo Monti rápidamente, cuando ya andamos
en dirección a la cancela del corredor de mi casa que da a la calle Virgilio
Mattoni, nuestra calle. –¿Nos vemos
después y vamos a coger zapateros?
-
Vale, hasta luego. –Le digo mientras
tiro del mecanismo que permite abrir la cancela a distancia y mi amigo inicia
la carrera desafiando al sol del verano.
Cerramos
un capítulo inacabado en nuestra aventura imaginaria de Hazañas Bélicas, a
nuestra manera.
En
nuestra mente se dibuja “continuará…”
Tenemos
el tiempo y el espacio; y sabemos cómo amoldarlos a nuestro antojo.
Jugamos.
Todavía
sigo jugando……….
*Masmoc Utopía